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Rayven despertó temprano por la mañana. Miró hacia su lado donde Angélica dormía plácidamente. Su sueño no había sido tan pacífico. Tuvo pesadillas acerca de su madre de nuevo y despertó con los ojos y la cara húmedos.
Antes de que Angélica pudiera despertar y verlo, se marchó para lavarse y cambiarse, pero sus manos no dejaban de temblar. Había evitado herirse durante tanto tiempo que ahora le dolía si no lo hacía. Ya no podía detener el picor, incluso si no quería asustar a Angélica.
Mirando sus manos, intentó concentrarse en detener el temblor pero solo aumentó, y entonces, como un loco, comenzó a buscar su daga. Cuando no pudo encontrarla, sus garras ya se habían forzado a salir. Su corazón comenzó a latir rápido y el nuevo sonido en sus oídos lo estresó aún más. Era como un tic-tac que le decía que necesitaba hacerlo rápido. La frecuencia aumentó y entonces ya no pudo detenerse. Arruinó su rostro una vez más.
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