- ¿Puedo ofrecerle algo? - le preguntó rotundamente la misma azafata, una vez que el avión estaba en el aire. El dicho «si las miradas pudieran matar» pasó por la mente de Ari.
- Una copa de Chardonnay, por favor - pidió. Entonces le entregó a la azafata su abrigo - . ¿Le importaría colgar esto por mí, por favor?
La mujer la miró por un momento y luego sonrió dulcemente: - Primero, necesito ver su identificación.
Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Ari: - Con mucho gusto. - Sacó su carnet de conducir y se lo entregó.
- ¿Es usted estadounidense? - preguntó la mujer con incredulidad.
Ari asintió: - Sí. Todavía no he tenido tiempo de sacarme el carnet de conducir de Estrea. Pero, sí, soy estadounidense.
La mujer miró la licencia, se la devolvió y le dedicó una sonrisa falsa mientras alcanzaba el abrigo de Ari: - Vuelvo enseguida con su bebida.
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