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CAMINA PARA VIVIR, Autobiografía de una hija con madre narcisista

camino_munera · History
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LEÓN -MADRID

Recuerdo esperar con ilusión las vacaciones de Navidad, Semana Santa y sobre todo verano porque era la época que mi madre y mi padrastro podían venir a verme, entonces yo los esperaba con grandísima ilusión.

Por supuesto, siempre me traía alguna cosita de regalo. Recuerdo que me envolvían en entre su pelo largo negro y ese aroma que lo envolvía todo, con esos abrigos tan suaves y yo tan pequeña me abrazaba a ella tan fuerte como podía y con eso era feliz.

Desde mi nacimiento mi madre siempre me recordaba que era una niña muy cariñosa, y de hecho ella me repetía que de pequeña en la guardería cuando me dejaba yo le daba muchos besos y ella me decía "quita que eres una pesada", pues lo mismo decía en casa de la abuela, cuando venía ellos dormían en la habitación de arriba y yo tenía completamente prohibido subir, no podía subir ni a dar los buenos días.

Curiosamente, otra prima mayor me contaría algo por el estilo.

Se ve que como yo siempre andaba detrás de ella, me pegaba y yo volvía otra vez allí, con ella, como si no hubiera pasado nada, no tengo recuerdos de esto, pero solo sabiéndolo, me ratifico todavía más en que era una persona muy cariñosa.

Años de crecimiento y ternura pasaron, tejiendo una madeja de recuerdos felices entre los muros del hogar que forjamos juntos.

En un frío y nublado 29 de enero, la vida tomó un giro inesperado para mí . Era un día como cualquier otro, pero el destino tenía otros planes reservados para nosotros. Mi abuelo, un hombre corpulento, con un solo ojo y esa una sonrisa cálida, había sido siempre un guía y confidente para mi

Esa noche mientras cenábamos, compartíamos historias y risas en la cocina

Derrepente noté un cambio repentino en su expresión. Sus ojos me miraron fijamente. y su mano busco la mía para luego apretarla fuertemente,

El miedo me invadió mientras su voz se volvía un susurro entrecortado.

Me dijo Hija no me encuentro bien y en ese instante se derrumbó y cayó al frío suelo

Rápidamente, y salí corriendo en busca de un médico y por el camino fui avisando a mis tíos

Cuando llegue a casa, el médico ya estaba saliendo y yo le pregunté que cómo se encontraba mi abuelo

sus palabras fueron tu abuelo ya está mejor

Pero según iba avanzando por el pasillo de la casa, miré a la izquierda y vi a mi abuela vestida de negro. Continúa unos pasos más adelante y vi el cuerpo de mi abuelo tirado en el suelo al lado, está mi tía llorando., aún así fui hacia mi abuela a preguntárselo y fue la que me dijo que había fallecido.

Su legado de sabiduría, bondad y amor perdurará en mi  Y así, en cada 29 de enero, su espíritu vive en la brisa que acaricia mi rostro y en las historias que sigo contando en su honor.

Cinco meses después, el terror regresó a mi vida un 5 de agosto. Estábamos cenando en la cocina, mi madre, mi padrastro, mi abuela y yo, cuando de repente nos levantamos al escuchar que mi abuela decía que se sentía mal. Giré la cabeza y vi su rostro desencajado, la lengua fuera.

Mi padrastro no dudó dos minutos, tomó las llaves del coche y la llevó directamente al hospital. Había sufrido una trombosis. Permaneció tres largos meses en el hospital, y debo decir que durante todo ese tiempo mi madre durmió a su lado en el suelo, cubierta con una manta.

Mientras tanto, una tía se encargó de cuidar de mi padrastro y de mí. A ella le estaré siempre agradecida.

A su vuelta a casa mi madre ya tenía que irse para la ciudad, por lo cual otra tía también nos ayudó para la comida y demás cosas.

A medida que los días se deslizaban con suavidad, también fluían las semanas, los meses y los años. En el telar del tiempo, tejíamos momentos inolvidables, mi abuela y yo, como una madeja de recuerdos felices.

Con las amigas del pueblo, nos divertíamos mucho con nuestras bicicletas que portaban cestas de tesoro rodantes y nuestro lema secreto era "si es morado es nuestro" moras, moras y más morras, nuestros cestos se llenaban de estas pequeñas joyas de la Naturaleza, y ni siquiera necesitábamos un detector de metales para encontrarlas. Esas moras se convirtieron en nuestras golosinas preferidas ir al mordisco era una expresión de diversión en nuestras bocas.

El tiempo era nuestro cómplice, un cómplice que nos permitía detenernos en los instantes simples, encontrando la alegría en las pequeñas cosas del pueblo.

Explorábamos el mundo que se extendía ante nosotras.

El tiempo era nuestro cómplice silencioso, permitiéndonos detenernos y encontrar alegría en los momentos más simples. Las risas y las confidencias compartidas. Los recuerdos que acumulábamos se convertían en constelaciones en el lienzo del tiempo, parpadeando y recordándonos que estábamos vivas y viviendo.

Pero, como todas las historias, la nuestra también experimentó cambios. A medida que fuimos creciendo y explorando nuevas etapas de la vida, nuestras aventuras empezaron a tomar rutas diferentes. Un día, las moras en los cestos se transformaron en vasitos de vino en la bodega cueva propiedad de una de nuestras amigas. Era como si hubiéramos encontrado una puerta secreta hacia una dimensión completamente nueva de diversión y camaradería.

En ese espacio, donde las risas resonaban entre las botellas y el aroma del vino llenaba el aire, iniciamos una nueva etapa de nuestras vidas. Y mientras levantábamos nuestras copas, brindábamos por los días pasados y los que estaban por venir. Aquella bodega se convirtió en nuestro refugio, donde compartíamos historias, secretos y sueños, y donde los lazos que nos unían se fortificaban con cada sorbo.

El penúltimo invierno en León no trajo buenas consigo. Mi madre cayó en una profunda depresión, arrastrando consigo una perturbadora psicopatía que agravó aún más nuestras dificultades. A partir de entonces, ya no era la misma; parecía ser una marioneta manipulada por mi padre, mi madre tenía 33 años.

La primavera trajo una noticia maravillosa, una luz de esperanza.

La familia se llenó de alegría y felicidad ante la perspectiva de recibir a un nuevo miembro. Aquella revelación prometía un futuro más radiante, destellando como una chispa en medio de las nubes sombrías que habían envuelto nuestras vidas.

El último verano dejó una marca indeleble en mi alma. A pesar de la ternura que emanaba de mi hermano, la sombra de la enfermedad de mi madre persistía y la depresión posparto arremetió con una ferocidad renovada.

Presencié una escena aterradora que me estremeció hasta lo más profundo de mi ser: mi abuela, una figura de fortaleza y cariño, se vio sometida a la violencia de la enfermedad. Mi instinto de protección se activó, separando a las dos luchadoras y buscando el apoyo de mi padre para restablecer la paz.

Octubre se convirtió en un mes de maravillas, donde el cambio de estación parecía reflejar la transformación interna que vivíamos. Mi hermanastro llegó al mundo con un llanto que resonó como música en nuestros corazones.

Desde ese momento, su risa contagiosa y sus ojos curiosos se convirtieron en faros de luz en mi vida. Lo amé con una pasión inquebrantable, sellando para mí un vínculo como hermanos de corazón.

Con trece años terminé el último curso del colegio, cambiaron las leyes y se empezó a impartir la ESO.

En mi pueblo era imposible estudiarlo, a no ser que pudieras desplazarte directamente a la ciudad que está a casi 40 km, lo cual para mi abuela y para mí era algo imposible. Así qué se tomó la decisión de que tenía que ir a vivir con mi madre.

Era apenas una niña de cuatro años cuando mi abuelo me llevó de la mano con él, y desde aquel día habían pasado 10 años, y yo anhelaba vivir con mi madre.

Imagina, después de todo ese tiempo separados, que finalmente íbamos a estar todos juntos.

Sentía como si las estrellas mismas hubieran alineado sus destinos para unirnos como una familia, como si el universo entero conspirara para hacer realidad el gran deseo de mi corazón.

La idea de finalmente tener a mi madre, a mi padrastro y a mi hermanito bajo el mismo techo era como un cuento de hadas que se volvía realidad, todo mi ser estaba lleno de una emoción desbordante.

La historia, que comenzó con ilusiones y sueños de una nueva vida en familia, pronto tomó un giro oscuro y sorprendente, como sacado de un guion de película de terror.

Los primeros días después de mi llegada fueron como un remanso de calma antes de la tormenta, antes de que la verdad saliera a la luz y cambiara todo por completo.

Un día, cuando aún estaba intentando asentarme en mi nueva vida, mi madre tomó un aliento profundo y confesó algo que me dejó completamente atónito. Mis oídos no podían creer lo que estaban escuchando: mi padre, el hombre que creía ser mi padre biológico, en realidad no lo era. El velo de la ilusión se rasgó en ese instante, y quedé atrapada en unas emociones que apenas podía comprender.

El hombre que había sido mi figura paterna hasta ese momento reaccionó de manera impactante. Su respuesta fue fría, calculada y cruel. Sus palabras resonaron en mis oídos como una pesadilla: "No te quiero", dijo, haciendo hincapié en el hecho de que no compartía su sangre. Yo, con apenas 14 años recién cumplidos, me encontré frente a un rechazo tan desgarrador como incomprensible.

La pena que me inundó en ese momento era incomprensible. Mis emociones estaban en caos, luchando por encajar las piezas de este rompecabezas retorcido que de repente se había vuelto mi vida. ¿Por qué no me querían ahora? ¿Qué había cambiado de la noche a la mañana? Preguntas sin respuesta, pensamientos confusos y una sensación de abandono me consumieron.

La herida del desprecio era profunda, tanto por parte de mi madre como de aquel hombre que una vez consideré mi padre. Cada día que pasaba parecía arrojar más sombras sobre lo que solía ser una familia.

Sin embargo, mientras crecía, comencé a entender gradualmente las complejidades detrás de esta historia. La verdad detrás de la confesión de mi madre y la reacción de aquel hombre narcisista se volvieron más claras con el tiempo.

Las expectativas rotas y las heridas emocionales. Aprendí que la sangre no siempre define el amor, y que la comprensión lleva tiempo. Aquellos días oscuros se convirtieron en una parte crucial de mi historia personal.