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Capítulo 26. Se caen las apariencias –Parte 3

Editor: Nyoi-Bo Studio

—Amo Leonard, ¿podría…

—¡¿Por qué estás descalza, Vivi?! –Paul, que había llegado a ver a Leonard, encontró a Vivian sentada en la silla y al joven amo parado frente a ella. –Por favor, ve afuera y ponte el zapato.

—Es mi culpa que esté descalza. Siéntate aquí y ponte los zapatos. –indicó Leonard. Sin mirar a ninguno de los dos hombres, Vivian tomó sus medias rápidamente. —¿Qué necesitaba, Paul?

Paul cambió la mirada de la chica hacia el joven amo, que no le agradaba su presencia. Paul suspiró internamente. Cuando eran niños, había alentado a Vivian a que le escribiera cartas al joven Carmichael ya que parecía triste por su ausencia. Pero ya no eran niños, y eso lo preocupaba. Puede que los Señores Carmichael no se hubieran dado cuenta, o esperaba que no lo hicieran, pero era bastante evidente que Leonard Carmichael mostraba un interés en la chica que era distinto a cualquier otro empleado.

—Sobre el almuerzo... La cocinera quiere saber si le gustaría comer carne de res, de puerco o de ciervo. —¿Qué tal un corte de tu corazón en una bandeja de plata?, pensó Leonard. Se tomó unos segundos y respondió que deseaba carne de res.

—Por favor, déjanos solos.

Vivian había sido retirada del estudio por Paul, y dejó a Leonard detrás de aquellas puertas cerradas. Durante el resto del día tuvo que limpiar la cocina, como le habían pedido.

Antes de que fuera la hora de la cena, Vivian terminó todas sus tareas y se retiró temprano a su habitación. Se acomodó dentro de las sábanas de su cama y continuó tejiendo. Le tomó más de una semana terminar el suéter ya que solo tenía tiempo libre durante la noche. Mientras Vivian se sentaba en su habitación frente a la luz de la vela, Leonard se sentaba en la oscuridad del salón de cristal, mirando hacia el cielo negro con un cigarrillo en la mano.

En un día normal, Vivian, solía estar fuera quitando las flores de los floreros, encontró a MaximilianGibbs acompañando a Leonard dentro de la mansión. Les hizo una reverencia a los dos. Al ver que Maximilian le ofrecía una sonrisa burlona, bajó los ojos al suelo rápidamente. El padre de Maximilian era amigo cercano del Señor Carmichael, por lo que eran buenos amigos al estar todo el tiempo juntos.

 De todas las personas con las que los Carmichael interactuaban, debía decir que Maximilian era el más peculiar. Su pelo era gris oscuro y sus ojos eran de un extraño color turquesa, aunque era un vampiro de sangre pura. Nunca había conocido vampiros con un color de ojos que no fuera rojo. Pero no solo su apariencia lo hacía extraño. Sus ojos turquesa siempre estaban curiosos, lo que hacía que uno se sintiera extremadamente incómodo. Las criadas siempre se alejaban de él. Si no fuera amigo de Leonard, Vivian hubiera pensado que el hombre era sospechoso.

Tarareando una melodía que solo ella podía escuchar, Vivian quitó las flores cuidadosamente sin romper las ramas ni las hojas. Levantó una flor hasta su cara y se inclinó para oler su fragancia. Su esencia era tan encantadora que no pudo evitar sonreír. Se preguntó si podría llevarle algunas flores a la anciana Martha que estaba enferma en la cama. La Señora Carmichael, como lo había prometido, consiguió un médico para la anciana, pero ninguna medicina era suficiente, y, a medida que las horas y los días pasaban, su salud se deterioraba.

No pasó mucho tiempo hasta que las tristes noticias de la muerte de Martha llegaron a la mansión una mañana. La Señora Carmichael asistió a la pequeña ceremonia, sin su marido, pero junto a su hijo, Leonard, Paul y su familia, y Vivian, todos juntos con algunos otros que estaban presentes mientras el sacerdote rezaba para que el alma de la mujer descansara en paz en el cementerio local del pueblo, al lado de los demás habitantes ya fallecidos.

Los ojos de Vivian llenos de lágrimas observaron a tres hombres enterrando el ataúd de madera. Secó sus ojos y sus mejillas con el pañuelo que ya estaba mojado, y lloriqueó bajo la lluvia, sosteniendo un paraguas en su mano. En toda su vida, la única figura materna cercana con la que había crecido era Martha, quien la había cuidado. La mujer la quería como si fuera su hija y ahora que se había ido, Vivian no sabía cómo tapar el vacío que había dejado en su corazón. Fijó su mirada en el ataúd que estaba siendo enterrado. Las personas comenzaron a irse, y solo quedó Vivian parada bajo la lluvia. No cuestionó por qué Dios se había llevado a Martha porque sabía que la vejez era inevitable, y que, para las personas ancianas, la enfermedad y la muerte eran inevitables. Extrañaba a la anciana, la única figura paternal que conocía o recordaba ya no estaba con ella.

Se paró allí un tiempo, mirando la lápida mediana, bajo la cual estaba enterrada la ama de llaves. Alguien estaba a su lado y Vivian tuvo que parpadear para quitarse las lágrimas y poder ver que era Leonard.

Leonard levantó la mano que tenía libre y limpió el camino de lágrimas que caía en amabas mejillas de la chica. Sus manos se sentían frías contra las mejillas cálidas de Vivian. Sus labios rosados y el borde de sus ojos ahora se veían rojos por el llanto. El muchacho no soltó ni una palabra, sabiendo que nada iba a aliviar la pérdida, en cambio, la rodeó con su brazo y dejó que llorara en su pecho, lo que la chica hizo sin reprimirse. Leonard acarició su espalda suavemente y la sostuvo hasta que se hubiera calmado.

—¿Te gustaría quedarte con Grace por hoy? –preguntó Leonard gentilmente. Sintió que la chica asentía y dijo: —Déjame que te lleve allá. –y la llevó al carruaje en el que había llegado luego de acompañar a su madre a la mansión.

 Inmediatamente de que Leonard dejara a Vivian en la casa de la hermana de Paul, volvió a la mansión Carmichael. Con sus zapatos un poco mojados, entró. Una criada llegó para ayudarlo con su abrigo.

—¿Está todo listo? –la Señora Carmichael llegó con ropa limpia, se había quitado la vestimenta que había utilizado hacía media hora.

—Sí, madre. –respondió el muchacho. –Paul dijo que volvería a la mansión en dos horas.

—Está bien. –murmuró la Señora Carmichael mientras caminaba por los pasillos con Leonard. –Las vidas humanas son muy frágiles y delicadas. Solo viven por cierto período de tiempo. Es bastante triste cuando el tiempo de alguien querido ha llegado a su fin. –Lady Renae se frenó en el medio del pasillo y acarició la cabeza de su hijo con cariño. –Esa es una de las razones por las que la gente como nosotros debe tener cuidado con sus emociones. Déjame ir a ver qué están cocinando en la cocina. Te veré en la cena. –su madre lo dejó solo y caminó hacia otra dirección.