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Alma Negra

John "Alma Negra" Un alma inocente y pura, había sido lentamente corrompida por la maldad. Sus ojos iban perdiendo el brillo y en su corazón se iba formando un caparazón, un escudo tan fuerte para evitar a toda costa una traición. Un águila enjaulado y condenado a no sentir, el negocio y la codicia eran su motivo de existir. La oscuridad se convirtió en su mejor amigo, las mentiras y verdades en su abrigo; la frialdad e inteligencia para el negocio, el cuchillo y arma para el enemigo. Un supuesto enemigo tiene que ejecutar, pero el destino le sorprende y lo hace dudar; haciendo que su vida de un giro inesperado, y quizás, esa persona logre mostrarle el camino indicado; y se convierta en su luz, en medio de esa oscuridad, porque detrás de él puede quedar aún algo de humanidad.

NATALIADIAZ · Realistic
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Tarde o temprano iba a suceder, aunque las cosas no salieron como lo planificado, logré que experimentara lo mismo que yo cuando casi me arrebatan a Daisy. Quisiera hacer lo mismo con cada uno de ellos, el único problema es que Allan al parecer no tiene mujer. Es el momento de unirme antes de tiempo al enemigo de nuevo. Necesito acabar con todo, porque ya quiero estar con mi familia.

Entré al lugar de nuevo y cogí la otra arma de él, para luego irme del lugar. Manejé hacia el negocio de Allan, y al verme, se acercó al auto.

—¿Cuánto tiempo, Alma? ¿Qué me traes?

—Ya eres huérfano. El trabajo está hecho.

—Hasta que al fin me dan buenas noticias. ¿Qué me asegura que lo hiciste?

—Ve al matadero y ahí encontrarás a tu fea madrastra y a tu adorado padre— Allan sonrió—. No tuve tiempo de limpiar nada, porque no sé lo que quieras hacer con ellos.

—Hiciste bien. Me encargaré de ir y de avisarle a todos.

—Hay que deshacernos de sus hombres también, todos ellos me vieron irme con él, y van a saber de lo ocurrido. No quiero que se pase el chisme.

—¿Qué quieres a cambio de lo que hiciste?

—No tengo nada que pedir.

—Eso es raro. ¿No vas a pedir por tu esposa?

—¿Por qué todos me la recuerdan?

—Es lo que normalmente pediría alguien que no ve hace mucho a su esposa.

—¿Crees que podría enfrentarla luego de lo que tu maldito hermano le hizo a mi hija? — lo miré serio.

—En algún momento tendrás que hacerlo.

—No, no lo haré. Quiero que haga su vida lejos de todo esto. Solo espero que nadie más la mezcle.

—Si lo dices por mi, no estoy interesado. Luego que no quieras pasarte de listo y trates de traicionarme, nada va a suceder. De ahora en adelante trabajarás para mí, Alma. Te quiero cerca. No veía el momento de que hicieras el trabajo que te pedí. Ahora nada ni nadie va a interferir en nuestros negocios.

—Tienes toda la razón— nada ni nadie va a interferir, pendejo—. ¿Qué hago ahora?

—Ve a la casa de Kleaven y encárgate de los empleados.

—Sí, señor.

—Yo me encargaré de lo demás.

—Entendido— él se alejó de la camioneta y seguí manejando.

La misma ambición lo llevará a su destrucción.

Manejé hasta la casa y me alarmé al ver que los empleados ya estaban muertos. Eso confirma nuevamente las sospechas de Akira.

Maldición, tengo que sacar a Daisy de donde está.

Me bajé a buscar que realmente no estuvieran, y efectivamente no había nadie. Hasta la perra fea se llevaron. Akira es un imbécil y un infeliz.

Busqué un rifle y me cargué de municiones, las subí a la camioneta y me dirigí cerca de la casa de seguridad de Akira. Había mucho movimiento, así que supe que debían estar ahí. Estaba apuntando para la puerta de la entrada para ver cuántos hombres habían, y vi a Daisy cargando a la niña. Las tenía en la mira y las seguí con ella, hasta que se subieron a la camioneta con unos hombres. No vi que subieran maletas para irse, ¿A dónde las llevan a esta hora?

No tuve de otra que subirme a mi camioneta y seguirlos. Akira ni Lin se subieron, de hecho, ni los vi.

Manejaron hasta detenerse frente a una tienda y ella se bajó con la niña. Se acercó a un teléfono público, y al marcar, no tardó en sonar mi teléfono.

Respondí la llamada rápido, y sonreí.

—¿Puedes?— preguntó tímidamente.

—Puedo hacer lo que quieras, muñeca— Daisy rio.

—¿Cómo está todo, John?

—Bien, princesa. ¿Cómo está todo con Akira?

—Bien, regresó hoy a la casa a toda prisa, y me ordenó a que te llamara a esta hora. ¿No te molesto?

—¿Para qué? Si al parecer quiso traicionarme.

—No, él no quería hacer eso. Me explicó lo que pasó y me pidió que te llamara, ya que se le extravió el teléfono. Quiere encontrarse contigo nuevamente, pero en persona.

—Actuó sin avisarme, y eso va a traer problemas. Pensaba matarlos a todos ahora.

—No digas eso, Akira ha sido bueno con nosotras, y hacer eso sería levantar otra guerra más.

—¿Me extrañas, princesa? — me bajé de la camioneta y me paré frente a ella, mirando a Daisy desde acá.

—Claro que sí, cielo.

—Me gusta como te queda ese pantalón, ajustado a esas dulces caderas y delicioso trasero.

—¿Qué? — Daisy miró a todas partes, hasta que me vio y sonrió.

Colgó la llamada y caminó hacia acá, cuando los dos hombres de Akira salieron de la camioneta y los miré.

—No tienen nada que hacer aquí, súbanse de nuevo a la camioneta— les dije, y ella los miró para que lo hicieran.

—Todo está bien, es mi esposo— les dijo, y se volvieron a subir—. Mi amor— me abrazó con la niña y las abracé fuertemente.

Hace tiempo no sentía está calidez, y me hacía falta. 

—Maldición, no pensé que podría verlas ahora. Valió la pena todo.

—Te extrañamos tanto, John— me pasó a la niña, y al verla, tuve esa sensación de hormigueo en mi pecho y suspiré aliviado.

La acerqué contra mi pecho y balbuceó. Está muy grande y cada día se parece más a Daisy. He perdido todos estos meses sin poder verla crecer como quería.

—¿Cómo está la princesita de papá? No sabes lo feliz que estoy poder verte de nuevo, preciosa. Perdóname por todo. Te juro que pronto estaré con ustedes de nuevo y con tu hermanito— al sentir mis ojos llorosos, pestañeé lo más rápido posible. Hacer eso solo haría todo más difícil.

Al mirar a Daisy estaba llorando.

—¿Y tú qué haces llorando, mocosa?— le sequé las lágrimas con mi otra mano, y sonrió.

—Lo siento, pero te extrañamos tanto.

—Y yo a ustedes, cosita— será duro ahora tener que irme.