webnovel

Alma Negra

John "Alma Negra" Un alma inocente y pura, había sido lentamente corrompida por la maldad. Sus ojos iban perdiendo el brillo y en su corazón se iba formando un caparazón, un escudo tan fuerte para evitar a toda costa una traición. Un águila enjaulado y condenado a no sentir, el negocio y la codicia eran su motivo de existir. La oscuridad se convirtió en su mejor amigo, las mentiras y verdades en su abrigo; la frialdad e inteligencia para el negocio, el cuchillo y arma para el enemigo. Un supuesto enemigo tiene que ejecutar, pero el destino le sorprende y lo hace dudar; haciendo que su vida de un giro inesperado, y quizás, esa persona logre mostrarle el camino indicado; y se convierta en su luz, en medio de esa oscuridad, porque detrás de él puede quedar aún algo de humanidad.

NATALIADIAZ · Realistic
Not enough ratings
194 Chs

117

En la madrugada nos dirigimos al aeropuerto, y obviamente Kwan vino con nosotros. Nos cubrimos los tres, para así ocultar nuestra apariencia. Me aseguré de que trajeramos todo lo necesario con nosotros.

Durante el viaje, retocamos el plan y aclaramos algunos puntos.

Al llegar, fuimos a una casa humilde, la cual no llamaría la atención y podamos quedarnos a prepararnos completamente.

Preparé las armas, y Kwan se encargó de darle una última ojeada a los explosivos; y a Daisy la mandé a descansar un poco más. Esta noche será la vuelta y no puedo negar que aún estoy nervioso. Es como un mal presentimiento aquí en el pecho, y quiero pensar que son los mismos nervios los culpables de eso.

Fui a ver a Daisy mientras dormía y me senté en la esquina de la cama. Ha estado teniendo tantas dificultades por mi culpa, aún así, ella permanece al lado mío igual.

Acaricié su pelo y se quejó.

—Te debo mucho y debo compensarte por todo lo que has pasado y soportado por mi culpa— le di un beso en la frente, y salí de la habitación.

Las malas decisiones del pasado, tarde o temprano, siempre terminan afectándote en el futuro; antes no podía notarlo, pero ahora sí.  

Durante el día no pude descansar nada, a pesar de haber tratado de hacerlo.

En la noche, nos alistamos para salir al muelle y nos mantuvimos algo distantes viendo el movimiento que había.

—Nos mantendremos en contacto en todo momento por el micro. Son a prueba de agua y transparentes, nadie sabrá que los llevan puestos— miré a Daisy—. No te quites la gorra por nada del mundo. Ya saben que no podremos estar tan juntos cuando lleguemos al yate. Cada quien tendrá que fingir ser parte de su gente. Tenemos exactamente quince minutos, mientras Kwan se encarga de colocar los explosivos. Él estará por debajo del yate y tenemos que utilizar ese tiempo para vigilar que todo esté en orden. Por lo que vi, son dos hombres por cada lancha, así que Kwan tendrá que ocultarse mientras nos acercamos al Yate. Según lleguemos a la isla, Daisy y yo nos infiltraremos en el Yate. Esperarás mis órdenes y no actuarás por tu cuenta. Nada de hablar con nadie, y más importante, procura no llamar la atención. Si nos descubren, será algo complicado salir bien de esta. Tenemos que ser lo más sigiloso posible. Tan pronto Kwan termine, nos bajaremos en la isla para no llamar mucho la atención y nos mantendremos vigilantes. No podemos abandonar el área o sospecharan. Debemos actuar como si nada estuviera pasando— le extendí un arma, pero con el silenciador ya puesto—. Esta arma la vas a usar solo en caso de que las cosas se compliquen. Tendrás también una cuchilla, la cual usaremos para dar de baja silenciosamente. ¿Todo claro hasta ahora, Daisy?

—Sí, John.

—Toma— le pasé la cuchilla—. Protégete, cosita. Si algo sucede, por lo más mínimo que sea, avísame e iré a donde estés, ¿De acuerdo?

—¿Así como los superhéroes? — rio.

—Se podría decir que sí. No te arriesgues demasiado y sé una buena chica— le apreté el cachete, y sonrió.

—Lo seré, capitán— se paró de puntitas, y me dio un beso.

Kwan carraspeó, y ambos lo miramos.

—No están solos, ¿Lo saben?

—Lo siento, no le presto atención a lo que sobra— comenté, a lo que Daisy me pellizcó.

—Compórtate— me miró seria.

—Sí, patrona— reí—. Nos vamos.

Nos acercamos sigilosamente al área del muelle, y nos escondimos detrás de unas palmas.

—Las lanchas de la esquina están supuesto a ser las que irán detrás— comentó Kwan.

—A esas hay que ir. Quédate aquí, Daisy. Tan pronto nos encarguemos de esos dos, te haré seña de que vengas.

Ella no protestó, y se quedó con el equipo detrás de la palma. Kwan y yo nos acercamos al área de las lanchas, y caminamos como si fuéramos empleados corrientes, hasta llegar a la última lancha. Dentro de ella, había dos hombres, y al no ver gente cerca, entramos.

—¿Son nuevos? — preguntó uno de ellos, mientras el otro retomaba su postura.

—Sí, resulta que tenemos que tomar prestado esto— dije, a lo que Kwan no tardó en encargarse del otro a la vez.

Lo agarré por el cuello, para evitar que fuera a gritar y alertar a los demás, para luego sacar la cuchilla y clavarla en su cuello.

—Hay que tirarlos al agua— dijo Kwan.

—Sí, pero lo dejaremos debajo del muelle. No quiero que vayan a lograr encontrarlos tan rápido.

Arrastramos ambos cuerpos, y los tiramos al agua, cuando escuchamos unos pasos y retomamos la postura. Me senté en el borde de la lancha y Kwan sacó una caja de cigarrillos, ofreciéndome uno.

—Ya nos vamos— nos informaron dos hombres.

—Entendido— respondimos a la vez.

—Tu camisa está sucia, Kwan.

—Que lastima, me gustaba mucho— se metió la camisa por dentro del pantalón, y me miró—. ¿Ahora luzco como esos hombres feos de los ochenta?

—Para mí luces igual de cabrón y feo que siempre.

—Eso no piensa Daisy.

—Avísame si quieres que te tire al agua también.

—No te agites, perro.

—¿Se podrían comportar?— dijo Daisy por el micro.

Olvidé que nos estaba escuchando.

—Lo siento, Daisy.

—Has sido regañado, pendejo— Kwan rio, y lo miré mal.

—¿Puedes con la mochila, pequeña? — le pregunté, mirando a su dirección.

—El hecho de que sea pequeña, no significa que no pueda cargar una simple mochila— la trató de levantar, y forcejeó con ella sin poder.

Hacía mucha fuerza, y tapé mi cara. Si me rio de ella, me dejará a dieta por unos cuantos meses.

—Yo iré por ella, princesa.

—No, yo puedo— la trataba de alzar y no podía—.  ¿Qué demonios cargan ustedes aquí? ¿Piedras, bloques, un muerto? — Kwan se giró de espalda y tapó el micro.

—Kwan se está riendo, aún estoy a tiempo de empujarlo al agua, ¿Ahora me lo permites, cosita?— miró furiosa hacia nosotros.

—Dale un golpe en la cabeza de mi parte, John— no dudé en hacerlo, y Kwan me miró.

—Ella lo pidió, yo solo cumplo.

—Hijo de puta— me agarró por el cuello de la camisa, y reí.

—¿Podrían dejarse de pelear y cooperar?— preguntó Daisy.

—No estamos peleando, panterita— Kwan rascó su nuca.

—Yo iré a buscar la mochila, antes de que vayan a volver esos tipos.

—Está bien.