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Prólogo

―Héroe Sucesor, no debe temer, esta guerra no es para usted. Es más que todos nosotros juntos, no tema en usarnos. Todos los aquí reunidos estamos en espera de un mañana mejor. Todavía es joven, no está destinado a mortificarse por algo tan absurdo como esto. Ya el rey ha decidido que entre en el Sueño de los Dioses, lo regresaremos cuando hayamos acabado con los esclavos ―dijo la Consejera de apariencia humana, vestida con un traje transparente, dejando ver un cuerpo que envidiaría cualquier humano. Dejaba ver su orgullosa desnudes a la vista, con joyas saliendo de su cuerpo y con cuernos en su cabeza.

El inmenso dragón, de escamas doradas y unas cornamentas dignas de su nivel, gruesas y fuertes; ladea la cabeza en negación, y suspira liberando una niebla dorada de sus fauces. Mira a la Consejera con desdén.

―No entiendo como mi padre me manda ahora a este sin sentido de sueño, nuestra lucha apenas está en proceso. Se supone soy el héroe, debería estar al frente en la batalla.

―Es una orden directa, por favor permita continuar con el trabajo. No puedo permitirme retrasarme en mi labor. ―La Consejera se inclinó ante el majestuoso dragón―. Héroe Sucesor, Le imploro entre en forma humana y me permita continuar con la crononización.

El dragón dorado empieza a caerse a cachos, como si su piel fuera agrietada y se rompiese cual cristal. Una nube de polvo dorado revolotea un instante en lo que una vez fue una gran bestia, quedando a la vista un rubio alto con una buena musculatura. Vestía una especie de túnica escarchada, con escamas que se pegaban a su cuerpo, y alrededor de su cuerpo salían cuernos, desde sus brazos, piernas y cabezas.

―Muéstrenme como va la guerra ―exigió el Héroe Sucesor, con una sonrisa de lo más humana―, ahora.

La Consejera camina por numerosas monedas de oro, joyas y otras riquezas. No era de extrañar el tamaño del tesoro que se encontraba en el dormitorio de los dioses, desde hace milenios se acumulaba todo tipo de objetos de valor allí, para que perduren y extraigan su belleza al máximo. Es el lugar principal donde duerme el Héroe Sucesor antes de su ascenso, no se podía esperar menos que esa montaña de oro que subió la Consejera hasta llegar ante él, haciendo una inclinación, sin siquiera echar un vistazo al mar dorado y resplandeciente de todo de cristales. Nadie jamás podría gastarse tal tesoro en sus milenios de vida, ni queriéndose.

―Como usted desee ―dijo la Consejera, levantándose y dando unas señas a un par de dragones delante de una inmensa puerta. Un dragón era verde y otro rojo, su tamaño no era ni un cuarto del Héroe Sucesor en su forma real; pero la imponencia de un dragón no era ningún juego, seguían teniendo un tamaño diez veces mayor a cualquier humano.

Los dragones abrieron las puertas con un duro esfuerzo, y el verde se retiró. Regresó poco después con un dragón azul detrás de él, el cual poseía una particular cornamenta circular y un cuerpo algo delgado.

―Enséñenme cómo va la batalla ―pidió el Héroe Sucesor, con una voz tan poderosa que  hizo vibrar las monedas de oro en la pequeña montaña donde se encontraba él y la Consejera.

Sin demora, el dragón azul exhaló un aliento denso y fuerte que empezó a tomar forma. Se formó una pantalla de un tamaño apenas menor que la puerta. En la pantalla se observaba como una serie de dragones sobrevolaba un pueblo humano, y bajaban en picada a una velocidad increíble. El mundo de la pantalla parecía formado de niebla, pero era perfectamente apreciable lo que sucedía. Los dragones con sus alientos devastaron a cientos de personas en un parpadeo, en un espectáculo de fuego, aire y rayos, de tres dragones corredores que iban aniquilando a los humanos como ellos podrían pisotear hormigas.

El Héroe se sintió satisfecho, sabía que los dragones eran inmensamente más fuerte, no tiene ni sentido la rebelión que los humanos habían decidido cometer contra sus gobernantes. Sólo los dejaron vivos a ellos, entre todas las razas que han extinguido, y los malagradecidos intentan desafiarlos. Su castigo será su merecedora aniquilación.

Como un relámpago, uno de los dragones cayó al suelo, atrapado sus alas con unas redes arrojadas por unos humanos mientras este pasada. Una inmensa espada de cristal corta la cabeza del dragón caído. El humano con la espada de cristal, fue golpeado por un dragón y atrapado entre sus garras, mientras su aliento lo carbonizaba. Todo sucedió en un instante, mientras batalla continuaba y llegaban nuevos dragones que ganaban territorio. Por cada dragón miles de humanos morían, si sólo no fuesen cientos de humanos por dragón, esto acabaría más rápido. La reproducción de los humanos dio para en pocos milenios poder habitar la extensión de todo el planeta.

«Malnacidos», pensó el Héroe apretando los puños. Nunca debieron dejar a los humanos vivir libremente en la tierra, confiados de su gobierno desde lo cielo bastaba. Ahora los descarados se revelan por culpa de su generosidad.

Siguió viendo hasta el fin de la batalla, viendo morir a tres dragones, pero al final todo el lugar quedó devastado, destrozado hasta sus cimientos.

―No puedo creer que sean tan repugnantes. ¿Cómo se atrevieron a usurpar el cuerpo de sus dioses? ―continuo el Héroe con sus cavilaciones―. Tomando los alientos de los nuestros, que desagradable. Lo mejor que les puede pasar es ser extinguidos.

―Así es, nos la jugaron y tardamos en darnos cuenta… ―La Consejera se inclinó luego de un suspiro, como disculpa por lo irrespetuosa que fue al dar su opinión―. Héroe Sucesor, lo mejor es que no piense en eso. Debemos seguir con el Sueño de los Dioses, su padre lo exigió. Necesitamos que descanse pronto, la decisión fue tomada.

El Héroe caminó hacía una especie de cama inmensa, con telas rojas de la más alta calidad. La cama le quedaba pequeña, estaba hecha para el descanso de un dragón, pero no era problema, era realmente cómodo.

―¿Por qué debo tomar mi descanso con esta repulsiva forma?

―Necesitamos la mayor cantidad de nosotros que podamos en la guerra, así que seremos los menos posibles acompañándolo en su sueño ―dijo la Consejera―. Mientras menor el tamaño, mejor.

El Héroe Sucesor bufó.

La Consejera mandó a llamar a otros dragones que fueron entrando, los mismos fueron adoptando forma humana. Poco después, ocho dragones jóvenes se encontraban rodeando al Héroe, un total de cuatro hombres y mujeres. Los dragones se inclinaron.

―Maravilloso descanso, Sucesor ―dijo la Consejera retirándose, adoptando la forma de un dragón llena de joyas, con unas escamas preciosas y una piel de lo más delicada, aunque su tamaño no era mayor al de un dragón corriente, su majestuosidad era sin igual.

Dragones abrieron la puerta ante la Consejera, la cual se marchó y luego ellos le siguieron. Cerraron las puertas, dejando sólo al Héroe Sucesor y a los ocho presentes.

«Es el peor Sueño de los Dioses que podría haber, es hasta ofensivo», pensó el Héroe Sucesor. Ciertamente era desagradable, normalmente se usaban ochenta dragones para entrar en sueño, ahora lo dejaron sólo con ocho, y usando una forma tan repulsiva como la humana. Pasó un rato pensando, realmente no quería pasar por un sueño tan degradante. Pero no le quedó de otra, su padre había pasado mucho tiempo diciéndole que debía sucederlo pronto, pero se había rehusado en múltiples ocasiones. Es su culpa no dormir bien antes de la guerra, ahora tenía que verse en tan penosa situación.

El Héroe se acostó y exhaló su aliento dorado que empezó a rodearlo, pasar por el suelo y extenderse hasta los jóvenes dragones, apenas tenían quinientos años de edad. Para una vida tan larga como la de los dragones que puede extenderse hasta cinco mil años, ellos eran apenas críos. Aunque el Héroe tampoco era mucho más grande, apenas tenía poco más de mil años, pero luego de su ascenso con el sueño, podrá vivir mucho más que cualquier dragón corriente.

Los jóvenes dragones fueron bañados por el cálido aliento del Héroe Sucesor, ellos no tardaron en exhalar su aliento de distintos colores, que se rebullía y se infundían entre sí, todos tornándose dorados en un inmenso torbellino a su alrededor. Era una escena magnifica sólo apreciada por los que se encontrarían en tan divino y ancestral ceremonia.

La fuerza de los alientos iba retroalimentando a la del Héroe, levantándose y empezando a rodearlos, poco después se cristalizó. El Sueño de los Dioses había empezado. Lo que no sabía el Héroe era que los dragones iban a ser derrotados y este iba a ser olvidado en el sueño más largo jamás dado antes.