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Capítulo 123: La Caza de los Restos

Las tierras de Yamato, una vez más, se encontraban en un período de reconstrucción y curación, pero en las sombras, una amenaza persistente se cernía. Lysara, la venerada líder y guía, se embarcó en una misión personal para erradicar los restos de los licántropos que aún se escondían en las profundidades de los bosques y montañas.

El paisaje de Yamato, aunque hermoso y sereno en apariencia, estaba impregnado de los ecos de los horrores recientes. Los bosques, con sus altos árboles y follaje denso, ocultaban secretos oscuros y peligros inminentes. Lysara, con su capa negra flotando detrás de ella y sus ojos brillando con una mezcla de determinación y melancolía, se adentró en la espesura, sus sentidos agudizados al máximo.

La luna, un pálido orbe en el cielo nocturno, iluminaba su camino a través del bosque, creando sombras danzantes que se movían y jugueteaban entre los árboles. Lysara, con su experiencia y habilidades sobrenaturales, podía distinguir entre las sombras inofensivas y aquellas que albergaban una amenaza más siniestra.

En la distancia, un aullido resonó, un sonido que hablaba tanto de desesperación como de advertencia. Lysara, sin embargo, no se desvió ni tembló. Su misión era clara: eliminar a los licántropos restantes y asegurar la seguridad de su gente y su hogar.

Con movimientos ágiles y precisos, Lysara se movió a través del bosque, su figura apenas un susurro entre los árboles. Cuando encontró a su primera presa, un licántropo joven, sus ojos se encontraron con los de la bestia, y por un momento, un destello de compasión cruzó su mirada. Pero la realidad de la amenaza que representaban los licántropos se impuso, y con un movimiento rápido y letal, Lysara eliminó al licántropo.

Antes de que la vida se desvaneciera completamente de la bestia, Lysara se inclinó, sus labios tocando la herida por donde la vida del licántropo se escapaba, y bebió. Los recuerdos del licántropo inundaron su mente, imágenes de violencia, destrucción, pero también de camaradería entre su propia especie. Lysara vio, a través de los ojos del licántropo, los lugares donde se escondían otros, sus tácticas y sus líderes.

Con cada licántropo que caía bajo su mano, Lysara repetía este ritual, absorbiendo sus recuerdos y utilizando la información para rastrear a los demás. La violencia y la sangre se convirtieron en una constante en su misión, pero cada acto estaba imbuido de un propósito y una necesidad desesperada de proteger.

Lysara, con sus dos mil años de existencia, ostentaba una fuerza sobrehumana que eclipsaba con creces a la de los licántropos. Cada enfrentamiento era una demostración de su supremacía, con Lysara no solo esquivando sino también dominando a sus oponentes con una fuerza y precisión letales. Su experiencia en combate, combinada con su formidable poder, hacía que cada choque con los licántropos fuera una danza mortal, en la que ella lideraba con una autoridad incontestable.

A medida que los licántropos caían uno tras otro, la noticia de la cazadora de vampiros que absorbía los recuerdos de sus víctimas se extendió, infundiendo un nuevo tipo de temor en los corazones de los licántropos restantes. Pero Lysara no se detuvo, su misión estaba lejos de completarse, y cada recuerdo absorbido solo servía para avivar las llamas de su determinación.

Lysara, con su inmensa fortaleza y agilidad, se movía a través de las tierras de Yamato como un espectro, una sombra que caía sobre los licántropos restantes con una presencia ominosa y letal. Su figura, envuelta en un manto oscuro, se deslizaba por los bosques y aldeas, sus ojos brillando con una luz fría y calculadora mientras rastreaba a sus presas.

Los licántropos, aunque ferozmente fuertes y salvajes, no eran rival para la antigua vampira. Lysara no solo los superaba en fuerza y velocidad, sino que su habilidad para acceder a los recuerdos de sus víctimas a través de su sangre le proporcionaba una ventaja táctica insuperable. Cada licántropo que caía bajo su mano revelaba la ubicación de otros, cada mente era un mapa que la guiaba hacia su siguiente objetivo.

Las noches en Yamato estaban llenas del eco de los aullidos, tanto de los licántropos como de los aldeanos aterrorizados. Pero, a medida que Lysara avanzaba en su caza, esos aullidos se volvían cada vez más esporádicos, reemplazados por un susurro de temor y respeto hacia la figura que, en la oscuridad, eliminaba la amenaza licántropa de sus tierras.

Lysara no mostraba misericordia, y su corazón no albergaba remordimientos mientras exterminaba a los licántropos uno tras otro. Su mente estaba fija, no solo en la venganza por la traición y el caos que habían traído, sino también en la seguridad de la tierra que había llegado a respetar y proteger.

En una noche particularmente fría, la luna llena iluminaba la tierra con su pálida luz, creando sombras danzantes mientras Lysara se enfrentaba a un grupo de licántropos en un claro del bosque. Los árboles parecían temblar ante la inminente violencia que se desataría.

Los licántropos, conscientes de su presencia, se lanzaron hacia ella con feroces gruñidos y garras ansiosas de sangre. Pero Lysara, con su figura etérea, se movía entre ellos como una tormenta, su fuerza descomunal enviaba a los licántropos volando con cada golpe, y sus movimientos eran tan rápidos y precisos que los cuerpos caían antes de que pudieran siquiera registrar su muerte.

Después de que la última bestia cayó, Lysara se quedó allí, en medio del claro, rodeada por los cuerpos de sus enemigos, su respiración era la única que rompía el silencio de la noche. La sangre de los licántropos, que había consumido para conocer sus secretos, le proporcionó imágenes fragmentadas de otros lugares, otros rostros. Pero ella permaneció inmutable, su mente ya estaba enfocada en los siguientes pasos, en la siguiente caza.

Mientras tanto, en las aldeas y ciudades de Yamato, la vida comenzaba a retomar un semblante de normalidad. Los aldeanos, aunque todavía temblaban al mencionar a los licántropos, también susurraban historias sobre la protectora de la noche, la mujer que había venido a liberarlos del terror.

Lysara, sin embargo, no buscaba gratitud ni reconocimiento. Su misión, su propósito, estaba claro ante ella, y mientras las sombras la envolvían, se dirigía hacia su próximo destino, hacia donde la sangre de los licántropos la había guiado.

Lysara, con su figura imponente y ojos que reflejaban siglos de sabiduría y experiencia, se convirtió en una figura central en la reconstrucción de Yamato. Aunque su presencia era enigmática y sus acciones a menudo envueltas en un velo de misterio, su influencia era innegable. La tierra, que una vez había sido sacudida por el caos y la destrucción, comenzó a florecer una vez más bajo su vigilancia silenciosa.

La reconstrucción de las aldeas y ciudades no fue una tarea fácil. Los edificios habían sido destruidos, las tierras agrícolas devastadas y las familias desgarradas por la violencia de los licántropos. Pero Lysara, con su conocimiento y recursos, guió a los aldeanos y líderes hacia un camino de recuperación y renovación.

Ella, junto con los líderes de las diversas comunidades, estableció planes para la reconstrucción de hogares y la revitalización de las tierras agrícolas. Lysara, a pesar de su naturaleza vampírica, mostró un entendimiento y respeto profundo hacia la vida y la naturaleza. Los campos fueron replantados, los sistemas de irrigación fueron reparados y mejorados, y las estructuras de las aldeas fueron reconstruidas con una fortaleza que podría resistir futuros conflictos.

Lysara también implementó sistemas de defensa y vigilancia en todo Yamato. Aunque los licántropos habían sido expulsados, la amenaza de su regreso siempre estaba presente en las mentes de todos. Equipos de guardias, tanto humanos como vampiros, fueron entrenados y colocados en puntos estratégicos para asegurar que cualquier amenaza fuera detectada y neutralizada rápidamente.

A pesar de su naturaleza reservada, Lysara se encontró involucrada en la vida de las personas de Yamato. Los niños, inicialmente asustados por las historias de vampiros, pronto se encontraron corriendo hacia ella, sus ojos llenos de curiosidad en lugar de miedo. Los ancianos, que habían visto la destrucción y la pérdida, la miraban con gratitud silenciosa, mientras que los líderes la buscaban en busca de consejo y guía.

Las noches en Yamato se llenaron de historias sobre la misteriosa protectora, la vampira que había salvado sus tierras de la destrucción y les había dado una nueva esperanza. Lysara, a pesar de su deseo de mantenerse distante, se encontró siendo arrastrada hacia la calidez de la comunidad, hacia un sentido de pertenencia que no había experimentado en siglos.

Sin embargo, en la tranquilidad de la noche, mientras observaba las aldeas desde las sombras, su mente a menudo vagaba hacia Varian, el licántropo que había conocido y que había desencadenado una serie de eventos que la habían llevado a este punto. Aunque había encontrado un propósito y una paz temporal en Yamato, las preguntas sobre los licántropos, sobre su origen y su conexión con los vampiros, seguían ardiendo en su mente.

Lysara también se encontró reflexionando sobre Adrian, el vampiro que había sido su creador y su compañero durante tanto tiempo. Aunque había encontrado un nuevo hogar en Yamato, una parte de ella seguía buscándolo, preguntándose dónde estaría y si alguna vez sus caminos se cruzarían de nuevo.

Los años pasaron y Yamato prosperó bajo la vigilancia de Lysara. La tierra, que una vez había sido testigo de la destrucción y la muerte, ahora era un testimonio de la resiliencia y la vida. Los campos florecían, las aldeas bullían de risas y vida, y la memoria de los licántropos se desvanecía lentamente en leyendas y cuentos para asustar a los niños.

Pero Lysara, con su vida eterna, sabía que la paz era a menudo temporal y que las sombras del pasado tenían una manera de resurgir. Y así, mientras Yamato florecía, ella permanecía vigilante, sus ojos siempre observando las sombras, esperando el momento en que los ecos del pasado volverían a resonar a través de la tierra.

Lysara, la eterna vigilante de Yamato, observaba cómo los siglos se deslizaban con una serenidad que solo una existencia inmortal podía permitir. El archipiélago, que una vez había sido un remanso de tranquilidad y sabiduría bajo su protección, había prosperado y evolucionado, transformándose en un lugar de paz y prosperidad en un mundo que, en otros lugares, estaba a menudo sumido en el caos.

Las pequeñas aldeas de antaño se habían expandido, madurando en ciudades vibrantes y prósperas, mientras que los campos y bosques circundantes se habían mantenido fértiles y florecientes bajo el cuidado de aquellos que habían aprendido a vivir en armonía con la naturaleza. La cultura, las artes, y las tradiciones florecieron, y las historias de la protectora vampira se entrelazaron con la rica historia y mitología de la región.

Lysara, aunque siempre un enigma, se había convertido en una leyenda para la gente de Yamato. La veneraban y respetaban, viéndola como un espíritu guardián que había salvado a sus ancestros de la aniquilación y les había brindado siglos de paz y estabilidad.

Aunque los licántropos habían sido erradicados de Yamato, Lysara nunca permitió que la vigilancia flaqueara. Su red de vampiros y humanos leales, que se habían dispersado por todo el archipiélago y más allá, mantenían sus ojos y oídos abiertos para cualquier indicio de amenaza. La paz que había ayudado a construir era invaluable, y ella haría cualquier cosa para preservarla.

Los líderes de Yamato, muchos de los cuales habían sido convertidos por Lysara y compartían su vida eterna, gobernaban con sabiduría y justicia. Habían aprendido de ella la importancia del equilibrio y la armonía, y se esforzaban por mantener una coexistencia pacífica entre los humanos y los vampiros.

Lysara, por su parte, a menudo se encontraba vagando por las tierras de Yamato, observando la vida cotidiana de sus habitantes y maravillándose de la belleza y la vitalidad de la tierra. Aunque rara vez interactuaba directamente con la gente, su presencia era un recordatorio constante de la protectora que vigilaba desde las sombras.

En sus viajes, Lysara a menudo se encontraba reflexionando sobre su propia existencia y sobre Adrian, cuyo recuerdo nunca había desaparecido completamente de su mente. Aunque había encontrado una especie de paz en Yamato, una parte de ella siempre estaría vagando, buscando respuestas a preguntas que habían quedado sin respuesta durante milenios.

A medida que los siglos se deslizaban, Lysara también se encontraba pensando cada vez más en los licántropos y en Varian, el hombre lobo que había conocido en China. Aunque había llegado a despreciar a los licántropos por la destrucción que habían traído a Yamato, no podía evitar preguntarse sobre Varian y si alguna vez encontraría respuestas sobre los orígenes de su propia especie.

Y así, mientras Yamato prosperaba bajo su vigilancia, Lysara permanecía, una figura eterna que caminaba entre las sombras, siempre vigilante, siempre esperando, mientras los ecos de un pasado distante susurraban en las profundidades de su ser inmortal.

Año 1300

Los vientos del tiempo soplaron suavemente a través de los siglos, y Nippon, una vez conocido como Yamato, se desarrolló y floreció bajo la vigilancia constante de Lysara. La tierra, rica en tradición y cultura, se convirtió en un mosaico de ciudades bulliciosas y campos serenos, donde la gente vivía sus vidas en un equilibrio cuidadosamente orquestado entre la modernidad y la veneración del pasado.

Lysara, la eterna guardiana, se había convertido en una figura mitológica para la gente de Nippon. Sus hazañas y la historia de cómo había salvado y protegido la tierra de la amenaza licántropa se transmitían de generación en generación. Aunque su presencia física rara vez era vista, su esencia se sentía en cada rincón de la nación, como una protectora silenciosa que velaba por todos ellos desde las sombras.

Las ciudades de Nippon eran un espectáculo para la vista, con sus templos majestuosos, mercados bulliciosos, y la vida cotidiana de sus ciudadanos que se desarrollaba con una mezcla de respeto por las tradiciones y una adaptación constante a los tiempos cambiantes. Lysara a menudo se encontraba paseando por estas ciudades, invisible para los ojos de los mortales, observando y asegurándose de que la paz prevaleciera.

Los líderes vampiros, convertidos e instruidos por Lysara, gobernaban con una sabiduría que trascendía las épocas. Aunque los humanos eran en su mayoría ajenos a la presencia real de los vampiros entre ellos, la coexistencia pacífica se mantenía, ya que los líderes vampiros aseguraban que sus congéneres se alimentaran sin causar daño o miedo entre la población humana.

Lysara, a pesar de la paz y la estabilidad que había ayudado a cultivar, no podía evitar que su mente vagara hacia los recuerdos de Adrian y la traición de Varian. Aunque había pasado mucho tiempo desde que había dejado China y las tierras que habían sido testigo de la traición de los licántropos, las cicatrices emocionales permanecían. Varian, quien una vez había compartido momentos de comprensión y conexión con ella, se había quedado atrás, un recuerdo de un tiempo y un lugar que preferiría olvidar.

La eterna vampira también se encontraba reflexionando sobre los orígenes de su propia especie y la conexión con Adrian. Aunque había encontrado respuestas sobre los licántropos, los misterios que rodeaban a los vampiros y su creación seguían siendo un enigma que anhelaba resolver.

Mientras tanto, Nippon continuó prosperando, y Lysara, con su existencia eterna, se movía a través de los siglos como una sombra, protegiendo y observando. La tierra, que una vez había sido un refugio para ella, se había convertido en su hogar, y la gente que vivía allí, aunque inconsciente de su constante presencia, eran sus protegidos.

Aunque los ecos de las guerras y las traiciones del pasado nunca se desvanecieron completamente, Lysara encontró un tipo de paz en la tierra de Nippon, un lugar donde la belleza y la tradición se entrelazaban con la promesa de un futuro pacífico.