—Pero tú eres buena en esto. Créete capaz, Elizabeth. Tú eres la única entre nosotras que puede hacer esto —pretendí estar relajada—. Lo harás naturalmente. Siempre has sido así desde que eras joven. Si fuera yo, me descubrirían a primera vista.
—¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien ahí? —comencé a gritar fuertemente y a forcejear para liberarme de las cuerdas que me ataban.
Elizabeth estaba detrás de mí, tambaleándose por mis movimientos.
—Grita conmigo también —le susurré a Elizabeth.
—¿Hay alguien ahí?!
Pronto, tanto Elizabeth como yo escuchamos pasos enfadados que venían de la puerta.
La puerta se abrió de golpe otra vez. Esta vez, como había velas en la casa, la luz del exterior no me dio la misma estimulación visual intensa que la última vez.
—Creí que te dije que te callaras. ¿Qué estás haciendo?
Era el mismo Licántropo, Arthur, que acababa de reprender a Dick.
—Hemos estado aquí demasiado tiempo. Queremos ir al baño —lo miré fijamente.
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