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Dieciséis. Carlisle.

Edward me llevo de vuelta a la puerta que pude identificar como el despacho de Carlisle. Nos detuvimos delante de la puerta durante unos instantes.

—Adelante. —nos dijo la voz de Carlisle.

Edward abrió la puerta, frente a nosotros se mostró una sala de techos altos con vigas de madera y de grandes ventanales. Abarcando casi una pared completa había unas estanterías que contenían más libros de los que jamás había visto fuera de una librería. Carlisle estaba sentado en un sillón de cuero detrás de un enorme escritorio de caoba. Puso un separador de hojas en el libro que estaba leyendo para luego cerrarlo. La oficina era igual a la de los decanos de universidad que ponían en las películas.

—¿Qué puedo hacer por ustedes? —nos preguntó con tono amable.

—Quiero enseñarle a Elina un poco de nuestra historia. —contesto Edward. —Bueno, en realidad, de tu historia. —

—Espero que no te moleste. —dije un poco insegura por la intromisión.

—En lo absoluto. ¿Por dónde van a comenzar? —

—Por los cuadros. —contesto Edward, mientras me ponía la mano en la espalda baja y me conducía hacia la pared en donde estaba la puerta donde acabábamos de entrar.

La pared era diferente a los demás. Esta estaba repleta de cuadros enmarcados de todos los tamaños y colores.

Edward me llevo hasta el otro lado, a la izquierda y me dejo delante de un pequeño oleo con un sencillo marco de madera. Pintado con diferentes tonos sepias, representaba la miniatura de una ciudad con tejados inclinados, un rio muy amplio que era atravesado por un puente, dominaba el primer plano.

—Londres 1650. —comento Edward.

—El Londres de mi juventud. —añadió Carlisle medio metro detrás de nosotros.

—¿Le vas a contar la historia? —preguntó Edward.

Me volteé para ver a Carlisle. Sus ojos se encontraron con los míos y me sonrió.

—Lo haría. Pero se me hace tarde. Llamaron del hospital esta mañana. El doctor Snow tomo un día de permiso. Además, conoces la historia tan bien como yo. —dijo dándole una gran sonrisa a Edward.

Carlisle abandono la habitación después de dedicarme una cálida sonrisa, que no dude en regresar.

Mire el cuadro de la ciudad natal de Carlisle, un buen rato más. Finalmente voltee a ver a Edward, que estaba observándome, y le pregunté:

—¿Qué paso después? ¿Qué paso cuando se dio cuenta de lo que le había pasado? —

Volvió a estudiar las pinturas, mire para saber cuál de todas le había llamado la atención ahora. Se trataba de un paisaje de mayor tamaño y colore apagados, una pradera a la sombra de un bosque con una montaña a lo lejos.

—Cuando supo en lo que se había convertido, se revelo contra su condición, intento destruirse, pero no es fácil de lograr. —dijo en voz baja.

—¿Cómo? —

—Se arrojo de grandes alturas, e intento ahogarse en el océano, pero en esa nueva vida era joven y muy fuerte. Era sorprendente la manera en que pudo resistir el deseo de alimentarse cuando era aún inexperto. El impulso es más fuerte en ese momento, pero sentía repulsión hacia lo que era, y tuvo la fuerza para matarse de hambre. —

—¿Se puede hacer eso? —

—No, hay muy pocas formas de matarnos. —

Lo mire, quería formular otra pregunta pero no quería interrumpirlo, así que el siguió contando la historia.

—De modo que su hambre crecía y al final se debilito. Se alejo cuanto pudo de toda población humana al notar que su fuerza de voluntad se debilitaba. Viajaba durante la noche, hacia lugares más solitarios, maldiciéndose. Una noche, una manada de ciervos cruzo junto a su escondite. La sed lo había vuelto tan salvaje que los ataco a todos. Y ahí fue cuando se dio cuenta que existía una alternativa, ¿Acaso no había comido venado en su vida anterior? Podía vivir sin ser un demonio y de nuevo se encontró así mismo. Comenzó a aprovechar su tiempo, siempre había sido inteligente y con ganas de aprender, así que estudiaba por las noches y trazaba planes durante el día. Se marcho hacia Francia a nado y…—

—Debió de ser muy difícil. —dije impresionada.

—Nadar es fácil para nosotros. —

—¿Te molestaría si te pregunto por qué? —

—Es fácil porque técnicamente, no necesitamos respirar. —

—¿No necesitas respirar? Pero si te he oído hacerlo. —

—No, no es una necesidad. —se encogió de hombros. —Solo un hábito. —

No prestaba atención a mis expresiones, pero hubo algo en ellas que le ensombreció el ánimo. Dejo colgar su mano a un lado y se quedó inmóvil, mirándome con gran intensidad. El silencio se extendió y sus facciones siguieron tan inmóviles como una piedra.

—¿Pasa algo? —susurre mientras le acariciaba la mejilla.

Sus facciones se suavizaron ante mi caricia y suspiro.

—Sigo esperando a que suceda. —

—¿Qué cosa? —

—Se que en algún momento habrá algo que será demasiado, y te alejaras entre gritos. —dio una sonrisa pero sus ojos eran serios. —No voy a detenerte, quiero que pase, así estarás a salvo. Pero aun así quiero estar a tu lado. Es imposible desear ambas cosas…—

Dejo la frase inconclusa, mientras contemplaba mi rostro, a la espera.

—Bueno… no creo ir a ninguna parte… por el momento. —dije.

—¿Por el momento? —

—Si, por el momento. No todo dura para siempre, es mejor pensar en presente mientras estamos en él, ya sabes aprovechar los buenos momentos. —

—Muy cierto. —dijo con una sonrisa.

—¿Podemos continuar? —pregunte.

Asintió.

—Carlisle se marchó hacia Francia a nado. —sentí como deslizaba su mano hacia la mía y entrelazaba nuestros dedos. —Y continuo por Europa y sus universidades. De noche estudio música, ciencias, medicina y encontró su vocación y penitencia en salvar vidas. No sé cómo describir su lucha de forma adecuada. Carlisle necesito dos siglos de atormentadores esfuerzos para perfeccionar su autocontrol. Ahora es prácticamente inmune al olor de la sangre humana y es capaz de hacer el trabajo que adora sin sufrir. Obtiene una gran paz de espíritu ahí en el hospital…—

Edward se quedó en silencio y su mirada se perdió en la nada durante bastante tiempo. De repente, pareció recordar su intención. Dio unos golpecitos en la enorme pintura que teníamos enfrente.

—Estudio en Italia cuando descubrió que allí había otros. Eran mucho más civilizados y cultos que los otros en las alcantarillas en Londres. —

La pintura mostraba a un cuarteto relativamente sereno. Estaban en lo alto de un balcón, mientras miraban el caos que reinaba a sus pies. Miré con detenimiento al grupo y, con sorpresa reconocí al hombre de cabellos dorados.

—Los amigos de Carlisle fueron una gran fuente de inspiración para Francesco Solimena. A menudo los representaba como dioses. —rio entre dientes. —Aro, Marco, Cayo. —dijo mientras los iba señalando, dos con cabellos negros y otro de cabello rubio. —Los patrones nocturnos de las artes. —

—¿Qué fue de ellos? —pregunte mientras seguía mirando la pintura.

—Siguen ahí, como desde hace quien sabe cuántos milenios. —se encogió de hombros. —

Carlisle estuvo con ellos solo por un corto tiempo, apenas una década. Admiraba profundamente su amabilidad y su refinamiento, pero persistieron en su intento de curarle de aquella aversión a su "fuente natural de alimento". Ellos intentaron persuadirlo y él a ellos, en vano. Llegados a ese punto, Carlisle decidió probar suerte en el Nuevo Mundo. Soñaba con hallar a otro como él. Ya sabes estaba muy solo. Transcurrió mucho tiempo sin que encontrara a nadie, pero podía interactuar entre los confiados humanos como si fuera uno de ellos ya que los monstruos se habían convertido en cuentos de hadas. Comenzó a practicar la medicina. Pero rehuía del compañerismo al no poder arriesgarse a un exceso de confianza. Trabajaba por las noches en un hospital en Chicago cuando golpeo una pandemia de gripe. Le había dado vueltas durante varios años y casi había decidido actuar. Ya que no podía encontrar un compañero, lo crearía. Pero dudaba si hacerlo o no, ya que el mismo no estaba seguro de como se había convertido. Además, se había jurado no arrebatar la vida de nadie de la misma manera que se la habían robado a él. Estaba en ese estado de ánimo cuando me encontró. No había esperanza para mí. Me habían dejado en la sala de los moribundos. Había asistido a mis padres, así que sabía que estaba solo en el mundo así que decidió intentarlo…—

Dejo la frase inconclusa, su voz era apenas un susurro.

Una sonrisa angelical ilumino su rostro cuando volvió hacia mí.

—Y así es como se cerró el circulo. —concluyó.

—Entonces, siempre has estado con Carlisle. —

—Casi siempre. —

—¿Casi? —

Suspiro, parecía reacio a responder.

—Bueno, tuve el típico brote de rebeldía adolescente unos diez años después de… nacer… o convertirme, como prefieras llamarlo. No me resignaba a llevar su vida de abstinencia y estaba resentido con él por refrenar mi sed, por lo que me fui a seguir mi camino durante un tiempo. —

—Wow, rebeldía. Si hubiera sido yo, mi madre me hubiera dado un buen golpe para acomodar mis ideas. —dije riendo.

Rio conmigo. Ahora nos encontrábamos en lo alto de la escalera, en otro vestíbulo.

—Goce de la ventaja de saber que pensaban todos a mi alrededor, siendo humano o no. Desde el momento de mi renacimiento. Esa fue la razón por la que tarde diez años en desafiar a Carlisle… podía leer su absoluta sinceridad y comprender la razón de su forma de vida. Tarde pocos años en volver a su lado y comprometerme de nuevo a su visión. Creí poder liberarme de los remordimientos, ya que podía dejar a los inocentes y perseguir solo a los malvados al conocer los pensamientos de mis presas. Si seguía a un asesino hasta a un callejón oscuro donde acosaba a una chica, si la salvaba, en ese caso no sería tan terrible. Pero con el paso del tiempo comencé a verme como un monstruo. No podía rehuir la deuda de haber tomado demasiadas vidas, sin importar cuanto se lo merecieran, y regrese con Carlisle y Esme. Me acogieron como al hijo prodigo, era más de lo que merecía. —

Nos habíamos detenido frente a la última puerta del vestíbulo.

—Mi habitación. —dijo al mismo tiempo que abría la puerta y me hacía pasar.

Su habitación tenía vista al sur y una ventana del tamaño de la pared, igual que el gran recibidor del primer piso. A través de ella se podía ver una excelente vista de la naturaleza. La pared de la cara oeste estada totalmente cubierta por estantes repletos de CD. En el rincón había un moderno aparato de música. No había cama, solo un espacioso y acogedor sofá de cuero negro. Una gruesa alfombra de tonos dorados cubría el suelo y las paredes estabas tapizadas de tela de un tono ligeramente más oscuro.

—Para conseguir buena acústica. —dije señalando la tela.

Edward asintió con la cabeza.

Tomo el control remoto y encendido el equipo, la suave música de jazz sonaba como si el grupo estuviera con nosotros en la habitación. Revise su extensa colección de música.

—¿Cómo lo clasificas? —pregunté no poder saber cuál era su modo de ordenar.

—Por año, y luego por preferencia personal de ese año. —contesto.

Me di vuelta al sentirlo cerca. Me abrazo y nos empezó a mecer al ritmo de la música.

—¿Qué pasa? —pregunté al sentir que me abrazaba más a él.

—Contaba con sentirme aliviado después de contarte todo y no tener más secretos contigo, no esperaba sentirme más que eso. Me gusta. Me hace feliz. —

Me aleje para poder mirarlo a los ojos.

—Me alegro. —dije sonriendo.

Pero, poco a poco su sonrisa fue disminuyendo y frunció un poco el entrecejo.

—Aun sigues esperando que salga corriendo espantada. ¿Verdad? —una sonrisa apareció en sus labios y asintió. —Pues lamento estropear tus expectativas pero no eres tan aterrador como piensas, en realidad no me das nada de miedo. —dije con una sonrisa burlona.

Me miro arqueando una ceja con incredulidad.

Una sonrisa grande y traviesa apareció en su rostro.

—No debiste decir eso. —

Soltó un gran gruñido y mostro sus dientes. Se había agachado, tenso, como asechando a su presa. Que en ese momento era yo.

Di un paso hacia atrás, tentándolo con la mirada.

—No deberías haberlo dicho. —volvió a repetir.

No lo vi saltar hacia mí, fue demasiado rápido. De repente estaba en el aire y luego caímos sobre el sofá, que golpeo sobre la pared por el impacto, sacándome un chillido por el repentino movimiento. Me envolvió en sus brazos y escondió su rostro en la curvatura de mi cuello. Sentí su fría nariz rosando mi cuello, luego la línea de mi mandíbula, y mi mejilla, para luego rosar nuestras narices en un tierno beso esquimal. Nos miramos a los ojos, para empezar a acércanos, cerré los ojos, y lo siguiente que sentí fueron sus fríos labios sobre los míos, fue un beso lento pero apasionado. Nos separamos, nos dio la vuelta para yo quedar encima de él. Me iba acercar para besarlo de nuevo, cuando una voz nos interrumpió.

—¿Se puede? —la voz parecía provenir del vestíbulo.

Estaba a punto de levantarme para poder sentarme bien en el sofá, pero Edward no me dejo, se limitó a sentarse él y dejarme en su regazo. Entonces vi en el vestíbulo a Alice y Jasper detrás de ella. Escondí mi rostro sonrojado en el cuello de Edward, eso lo hizo reír.

—Adelante. —contesto Edward, aun riendo por mi sonrojo.

Saque mi rostro de mi escondite y le di un manotazo juguetón en el hombro para que dejara de reír.

Alice camino con gracia hacia el centro del cuarto, para luego sentarse en el suelo, Jasper se quedó en el umbral de la puerta un poco sorprendido.

—Parecía que te ibas a almorzar a Elina… o ya lo estabas haciendo. —dijo de forma picara mientras no guiñaba una ojo, y hacía que mis mejillas estuvieran otra vez sonrojadas.

—Lo siento, pero no creo que pueda compartir. —dijo abrazándome más contra él.

—De hecho. —dijo Jasper sonriendo, mientras que entraba al cuarto con pesar. —Alice anuncia una gran tormenta para esta noche y Emmett quiere jugar a la pelota. ¿Te apuntas? —

Los ojos de Edward se iluminaron, pero aun así vacilo.

—Traerías a Elina, por supuesto. —añadió Alice alegremente.

—¿Quieres ir? —me pregunto Edward, animado y con entusiasmo.

—Claro me encantaría, ¿Adónde vamos? —

—Tenemos que esperar a que truene para jugar, ya verás la razón. —me dijo Edward.

—Vamos a ver si Carlisle quiere venir. —le dijo Alice con entusiasmo.

Alice se levantó y cruzo la puerta.

—Como si no lo supieras. —dijo Jasper para molestarla.

Ambos siguieron su camino con rapidez, cerrando la puerta al salir.

—¿Qué jugaremos? —

—Tú vas a mirar. —aclaró Edward. —Nosotros jugaremos beisbol. —

—¿A los vampiros les gusta el beisbol? —

—Es el pasatiempo americano. —dijo con burla.

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