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Capítulo 8 - Ciudad abandonada

[TERCERA PERSONA POV]

Viendo como los Myrddraal cabalgaban hacia ellos seguidos por la horda de trollocs, Moraine descendió del caballo, sacó algo del bolsillo y lo desenvolvió. Rand vio el oscuro marfil, era un angreal. Con el angreal en una mano y su bastón en la otra, la Aes Sedai afirmó los pies en el suelo y, aguardó la inminente carga de los trollocs y sus tres dirigentes de negras espadas, puso en alto la vara y luego la clavó en el terreno.

La tierra resonó como una olla golpeada con un mazo. Después el sonido metálico menguó hasta quedar reducido a la nada, dando paso a un instante de absoluto silencio. Los trollocs no sólo dejaron de gritar, sino que su ímpetu cedió, dejándolos inmovilizados.

La Aes Sedai permanecía en el mismo lugar; se aferraba al angreal y la vara clavada en la cima de la colina y, a pesar de las violentas sacudidas del suelo que ocurría a su alrededor, ni ella ni el bastón se habían desplazado lo más mínimo.

Entonces la tierra se abrió en cascada delante del palo y acometió a los trollocs como las olas de un estanque, con ondulaciones que incrementaban su tamaño a medida que se precipitaban, saltaban por encima de los arbustos, lanzando hojas secas al aire, y crecían hasta alcanzar la condición de un auténtico oleaje terrestre que se abatía sobre las diabólicas criaturas.

No obstante, como si nada ocurriera en torno a ellos, los Myrddraal caminaron en fila e hicieron sonar al unísono las herraduras de sus negros caballos sin vacilar ni un paso. Los trollocs rodaban sobre el terreno, junto a los negros corceles.

Sin embargo, Moraine aún no había agotado sus recursos y apuntó hacia el enemigo, de las entrañas del terreno brotaron llamaradas de más de 5 metros de altura. Entonces extendió los brazos y el fuego corrió a derecha e izquierda hasta donde alcanzaba la vista, formando un muro que separaba a los humanos de los trollocs.

Por el esfuerzo realizado Moraine flaqueó y se habría desplomado de no haber saltado Lan del caballo para sostenerla.

Lan: El fuego no arderá indefinidamente. ¡Daos prisa! ¡No hay que perder un minuto!

Todos reanudaron la marcha nuevamente y comenzaron a alejarse del lugar. Durante el camino Egwene decidió preguntar algo que había querido preguntar antes, pero sabía que no era el mejor momento.

Egwene: ¿Qué era aquello que gritaban? Nunca había escuchado palabras como esas. – Perrin fue el primero en responderle.

Perrin: Escuchaste la historia que Moraine nos contó sobre el reino de Manetheren que se encontraba dónde estás Dos Ríos ahora. Nuestro pueblo desciende de Manetheren así que me pareció lo más adecuado.

Egwene: A lo que realmente me refería no era eso ¿Qué era lo que gritabas, Mat? – ella también había escuchado las historia sobre Manetheren, un antiguo reino que había existido cerca de donde todos vivían.

Mat: Pues no sé, sólo recuerdo algo borroso. No sé qué era ni de dónde ha salido ni qué significa. – soltó una carcajada algo avergonzado – No creo que tenga algún significado.

Egwene iba a decir algo, pero Moraine se le adelantó.

Moraine: Caras an Caldazar. Carai an Ellisande. Al Ellisande. – todos se volvieron para mirarla – Por el honor del Águila Roja. Por el honor de la Rosa del Sol. La Rosa del Sol. El antiguo grito de guerra de Manetheren, el mismo que utilizó su último rey, Arad. Una Aes Seadai, Eldrene era la reina, la llamaban la Rosa del Sol. – tomó una pausa y luego concluyó – La sangre de la estirpe de Arad ha dejado una fuerte huella en Dos Ríos. La vieja sangre todavía corre por vuestras venas.

Rand notó la mirada de Mat, probablemente estaba pensando de que, si era realmente un descendiente de los antiguos reyes de Manetheren, quizá los trollocs lo perseguían a él y no a los tres. Rand tuvo que contener la risa lo mejor que pudo.

Todos parecían haberse calmado un poco cuando el sonido de un cuerno vibró en el sur y respondiendo a este, otros cuernos sonaron en el este y el oeste

Lan: Han traspasado el fuego – dedujo con calma y miró a Moraine, era como si estuvieran conversando con la mirada.

Moraine: Muy bien. Supongo que estás en lo cierto, aunque preferiría tener otra opción. Agrupaos todos en torno a mí, tan cerca como podáis.

Cuando todos estuvieron lo suficientemente cerca Moraine utilizó el poder único y pasó sobre todos, el bastón. Rand pudo sentir un pequeño hormiguero recorrer su piel por unos segundos. Moraine apuntó de improviso hacia el oeste con el bastón y las hojas secas se arremolinaron en el aire y las ramas chasquearon como si se hubiera desatado una tormenta de polvo a lo largo de la línea que ella señalaba.

Moraine: Para los trollocs nuestro olor y nuestras huellas seguirán ese rumbo. Los Myrddraal caerán en la cuenta del engaño, pero para entonces ya será demasiado tarde. – les explicó – Ahora continuemos en silencio.

Continuaron en silencio por algún tiempo hasta que a lo lejos se pudo ver una torre.

Mat: Una ciudad. – dijo confundido – ¿Pero qué diablos hace una ciudad así en medio de un bosque como éste?

Perrin: Y sin habitantes. – añadió señalando sus muros – ¿Acaso dejaría la gente crecer las plantas hasta el punto de cubrirlo todo? Fijaos en los edificios derruidos.

Rand observó detenidamente la ciudad a medida que se acercaban, sabía que en el futuro este lugar sería de máxima importancia para sus planes.

La muralla que cubría la ciudad estaba derrumbada en algunos lugares y cubierta en su mayoría por la maleza. Ninguna de las torres de vigilancia tenía igual altura.

Egwene: ¿Qué debió de haber ocurrido aquí? No recuerdo que estuviera en el mapa de mi padre. – musitó llevándose una mano al pecho.

Moraine: En un tiempo se llamó Aridhol. – les informó para saciar la creciente curiosidad de los chicos – En la época de las Guerras de los Trollocs, fue un aliado de Manetheren.

Después de avanzar por un tiempo se detuvieron delante de un edificio de piedra blanca que en otro tiempo había sido dos veces mayor que la posada del Ciervo y el León de Baerlon. Los pisos superiores no se veían en buenas condiciones, pero la planta baja parecía resistir sin problemas.

Moraine: Este lugar servirá. – dijo Moraine después de observar el edificio.

Lan: Buscad una habitación al fondo y utilícenla de establo para los caballos, vamos muévanse que no estamos en el prado. – los apresuró el guardián que solo hacia mirar hacia todos lados sin bajar la guardia.

Lan podría resultar ser un poco angustiante, pero Rand era consciente del peligro al que se enfrentaban y sabía que el guardián estaba haciendo todo a su alcance para asegurar que sobrevivieran todos.

Cuando terminaron de desmontar los arreos de los caballos Mat convenció a Rand y a Perrin de darle un vistazo a la ciudad, el irresponsable chico buscaba tener una pequeña aventura y no la tendría solo. Perrin no quería, pero fue convencido sin mucho esfuerzo.

Rand sabía lo peligroso que era este lugar y que la pequeña aventura de Mat solo le traería problemas, pero no quería arriesgarse a dejarlos solos o a que la línea de tiempo cambiara demasiado, más de lo que ya lo había hecho, al menos no antes de que obtuviera sus poderes.

Comenzaron a recorrer las calles y en ocasiones revisaron algunas edificaciones, pero no encontraban más que polvo, aun así, Mat no perdía la esperanza de encontrar algún tesoro. Después de un tiempo de deambular sin rumbo Rand recomendó regresar y Perrin estaba de acuerdo, pero Mat era persistente en la idea de seguir buscando algún tipo de tesoro.

Fue justo cuando Mat dijo que quería subir a una de las torres que una voz se escuchó detrás de ellos.

???: Las torres no son seguras. – afirmó una voz masculina.

Los chicos se giraron a toda velocidad bastante asustados, incluso Rand, aunque no tanto como el resto.

???: Lo siento, no era mi intención asustarlos.

Rand: ¿Quién eres? ¿Qué haces en una ciudad abandonada? – preguntó sin un verdadero propósito.

???: Mi nombre es Modreth, soy un buscador de tesoro. – sus palabras hicieron que los ojos de Mat brillaran.

Mat: ¿Habéis encontrado alguno? – esperaba emocionado una respuesta.

Modreth: Más de lo que podría llevar conmigo, más de lo que podríamos llevar todos. – viendo la excitación en el rostro de Mat el misterioso hombre decidió tomar esta oportunidad – Les diré algo. Si me ayudan a llevar todo lo que pueda cargar hasta mis caballos pueden quedarse con el resto. De todas formas, para cuando volviera algún otro cazador de tesoros lo habrá encontrado.

Mat no se molestó tan siquiera en mirar hacia Rand y Perrin y ya estaba caminando en dirección a Mordeth. Ambos chicos viendo el comportamiento de su amigo lo siguieron no queriendo dejarlo solo con el desconocido.

Pronto llegaron a una habitación de paredes enlosadas a través de un pasadizo. Al desembocar todos los chicos no pudieron evitar quedar sorprendidos pues nunca antes habían visto tantos tesoros.

Rand observaba a Modreth con curiosidad, el origen de Modreth y el Mashsadar fue algo en lo que se abundó poco en la historia, probablemente porque no quedaba nadie con vida que tuviera estos conocimientos.

Modreth era un hombre elegante, algo rollizo, con pesados párpados que parecían guardar un secreto al tiempo que escrutaban. De baja estatura y calvo por completo, caminaba no obstante, como si sus piernas fueran más largas de lo que eran.

Mat: ¡Miren cuanto oro! Necesitaremos sacos para llevarnos todo esto. – les dijo a sus amigos sonriendo mientras revolvía el oro.

Rand quien estaba al pendiente de Modreth y Mat observó cuando Mat tomó una hermosa daga con un rubí en la empuñadura y decidió que ya era tiempo de irse.

Rand: Es demasiado, será mejor que esperemos hasta que amanezca, los demás podrían ayudarnos. Un poco de oro nos vendría bien en Tar Valon.

Cuando estaba terminando de hablar Rand miró hacia Modreth esperando ver cuál sería su reacción y no se sorprendió al ver como el rostro de este se llenaba de rabia, pero rápidamente se calmó.

Modreth: Vais a Tar Valon y andáis acompañados… bien, pueden tomar lo que quieran con ustedes hay de sobra para todos.

Rand entendió que tendría que presionar un poco más para que mostrara su verdadera personalidad.

Rand: ¿Por qué no tienes sombra?

La pregunta de Rand confundió a los chicos al principio, pero luego cuando comenzaron a mirar detenidamente a Modreth entendieron de que hablaba Rand.

Modreth: Con que te has dado cuenta.

De pronto, su cuerpo se desfiguró, hinchado como un balón, Mordeth presionaba el techo con la cabeza, golpeaba las paredes con los hombros, hasta rellenar un extremo de la habitación y cortar así el camino de salida. Con su dentadura al descubierto y las manos de un tamaño suficiente para engullir la cabeza de un hombre.

Rand inmediatamente saltó hacia atrás.

Rand: ¡Corran! ¡Vayan hacia la luz! – con el grito de Rand sacándolos del estupor, Mat y Perrin rápidamente se acercaron a la luz de las antorchas.

Cuando Rand se acercó a ellos tomó una antorcha en la mano.

Modreth: ¡Están todos muerto! ¡Muertos! – gritó histérico para luego salir corriendo y perderse en la oscuridad.

Rand: Salgamos de aquí lo más rápido posible. – Perrin solo asintió, pero Mat parecía renuente.

Mat: ¿Pero el tesoro?

Perrin: No quiero nada de esto. ¡No vamos a llevarnos nada! ¿¡Me oyes!?

Rand: ¿Acaso quieres que nos persiga? No toques nada y vámonos.

De esta forma los 3 chicos se marcharon en dirección al edificio donde estaban el resto. Cuando llegaron al edificio todos estaban reunidos alrededor de las llamas menos Lan. No pudieron dejar escapar un suspiro de alivio cuando se acercaron al fuego.

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