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El volcán (1)

En un maizal de los Catskills era más fácil creer en fantasmas que en un volcán.

Curtius Parry, detective privado, creía en el volcán porque los periódicos y las emisoras de radio no tenían razones para mentir. Además, como evidencia adicional, contaba con una carta de su amigo Edward Malone, periodista de The Globe. Mientras viajaba en el asiento posterior de su automóvil por la carretera del Condado de Greene, sostenía en su mano la carta que Malone le había enviado dos días antes.

Estaba fechada el 1 de abril de 1935 y firmada por Bonnie Havik.

Querido Sr. Parry:

Conseguí hablar con el señor Malone durante unos minutos sin que mi padre y mis hermanos me oyeran. Dijo que le enviaría una nota de mi parte si yo lograba entregársela. Aquí está. No tengo mucho tiempo. Estoy escribiendo esto en el sótano; ellos creen que he bajado a buscar compota de pera. Por favor, señor Parry, ayúdeme. El sheriff que tenemos aquí no vale nada, es un inútil. Dicen que Wan huyó después de que mi padre y mis hermanos le golpearan. Yo no lo creo, y me temo que le hicieron algo peor. No me atrevo a hablar con nadie de los de aquí sobre Wan porque todo el mundo me odia. Wan es mejicano ¡Por favor, haga lo posible por venir!

¡Estoy tan asustada!

Según la nota de Malone que acompañaba a la carta, «Wan» era Juan Tízoc. Había llegado pocos años antes procedente de Méjico, entrando probablemente de forma ilegal en el país, y vagando por los alrededores, bien mendigando o trabajando en alguna que otra granja. En el momento de su desaparición, llevaba tres meses trabajando para los Havik. Dormía en un cuartito situado en el desván del granero. Malone había intentado echar un vistazo al interior de la habitación, pero la puerta estaba cerrada con candado. Cuando le preguntó al sheriff Huisman sobre Tízoc, este repuso que, al parecer, había huido atemorizado por el volcán.

Tízoc, pensó Parry. Aquel nombre no provenía de España. Era indígena de Méjico, probablemente azteca e indudablemente náhuatl. Malone le había enviado la descripción que de Tízoc le había dado Bonnie. Bajo, robusto y de facciones evidentemente náhuatl: nariz aguileña de amplias ventanas, dientes macizos y ligeramente prominentes, y boca ancha. Al sonreír, explicaba Bonnie, su rostro se iluminaba como el cielo al estallar un relámpago.

Bonnie estaba loca por él. Pero Tízoc debía estarlo, en sentido literal, para

haberse liado con una muchacha blanca en aquella aislada comunidad de los Catskills. Hacía sólo tres años que, en las afueras de un pueblo situado a quince kilómetros de distancia, habían asesinado a un negro por haber viajado en el asiento delantero de un coche, junto a la mujer blanca que le había recogido en la carretera.

Malone incluía, junto con la carta de Bonnie, una nota propia y el informe preliminar de los geólogos sobre el lugar de los hechos.

La chica ha sido, y sigue siendo, maltratada por su padre y sus hermanos. Su madre también la maltrataba pero, como ya sabes, murió hace cuatro días al ser alcanzada por una piedra lanzada por el volcán.

Bonnie tiene una cicatriz horrorosa en la cara que, según los rumores locales, le hizo su padre con un atizador al rojo vivo. También he podido apreciarle magulladuras en los brazos que parecen bastante recientes.

Por otra parte, algunos campesinos dicen que ella podría haber sido la causante de «todo aquello», refiriéndose a los extraños fenómenos que tuvieron lugar en la finca de los Havik cuando Bonnie contaba once años. Al parecer, le echaron la culpa de los incendios espontáneos que por aquel entonces se declararon en la casa y en el granero. Hay algunos que te dirán, tanto si les preguntas como si no, que Bonnie ha vuelto a las andadas. Es evidente que la consideran psíquicamente responsable de la aparición del volcán; creen que tiene poderes extraños, y algunos chiflados venidos del Greenwich Village, Los Ángeles y otros lugares donde no abunda la sensatez, concuerdan con esta teoría. Ya sé que todo esto es absurdo, pero prepárate para enfrentarte a conversaciones de este estilo y, tal vez, a acciones del mismo cariz.

El informe de los geólogos se había redactado dos días después de que el campo se abriera y comenzara a vomitar lava y vapor. Estaba destinado al público, pero no se daría a conocer hasta que el gobernador lo permitiera. Al parecer, no quería que se publicase nada que pudiera desatar el pánico en la zona. Malone había conseguido (léase robado) una copia.

El documento comenzaba informando al público de que los Catskills no eran de origen volcánico. El subsuelo era principalmente de origen sedimentario, estando constituido por capas masivas de arenisca y conglomerados. Bajo la arenisca había esquistos.

Pero, inexplicablemente, la arenisca y el esquisto estaban siendo calentados por algún poderoso agente, hasta el punto de que fluían al rojo blanco y emergían por la chimenea que se había abierto en el maizal. El volcán arrojaba trozos de arenisca, calentados hasta convertirse en un semilíquido, más allá de los márgenes del campo.

La mayor parte de la fuerza propulsora parecía deberse al vapor de agua de origen meteórico que, explotando entre las rocas, las disparaba hacia el exterior.

Los geólogos, tras analizar los gases y cenizas expelidos por el cono, se habían mostrado contrariados. Según los análisis de gases volcánicos realizados en 1919 en el Kilauea, Hawaii, la composición media debería haber sido, más o menos, la siguiente: 7075 por ciento de agua, 14.07 por ciento de anhídrido carbónico, 0.40 por ciento de monóxido de carbono, 0.33 por ciento de hidrógeno, 5.45 por ciento de nitrógeno, 0.18 por ciento de argón, 6.40 por ciento de anhídrido sulfuroso, 1.92 por ciento de anhídrido sulfúrico, 0.10 por ciento de azufre y 0.05 por ciento de cloro.

La composición de los gases del volcán Havik, en partes por quintal, era: 65 de oxígeno, 18 de carbono, 10.5 de hidrógeno, 3.0 de nitrógeno, 1.5 de calcio, 0.9 de fósforo, 0.4 de potasio, 0.3 de azufre, 0.15 de cloro, 0.15 de sodio, 0.05 de magnesio,

0.006 de hierro y 0.004 de otros elementos.

En la H2O expelida, que constituía la mayor parte de los gases, había partículas suspendidas de cloruro sódico (sal de mesa) y bicarbonato sódico. Había también mucho anhídrido carbónico y partículas de carbón chamuscado.

La lava de arenisca fluía del cono a una temperatura de 710 grados centígrados. Parry leyó la lista tres veces, manteniendo el ceño fruncido hasta el momento en

que levantó la vista del papel.

¡Ja! exclamó entonces, sonriendo.

¿Qué, señor? preguntó el chófer.

Nada, Seton repuso Parry de primer momento, para después murmurar: Los geólogos están tan cerca que no lo ven, por más elemental que sea pero, no puede ser ¡Sencillamente, no puede ser!

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