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[Interiorizando]

La luz tricolor traspasaban entre las ventanas fragmentadas en diferentes colores. En su parte superior, sobre un mural, rezaba: "Sobre la ventana infinita; espejo a papel del alma, modelo idóneo. Impide su corrupción".

Las luces lentamente invadían el ambiente monastico, destronando a las pocas sombras que permanecían irreverentes.

El gran salón ocupaba un espacio considerable, en el cual se plantaban sillones, estatuas y su respectivo altar; decorado con diferentes pinturas que expresaban diferentes situaciones.

En su mayoría, no había nadie; únicamente ocasionales siervos a la iglesia que se ocupaban de sus quehaceres diarios.

Pero una imagen serena, en silencio; existía una variable, quién ladeaba sus piernas con aburrimiento. Sentado en uno de los numerosos bancos, su piel pálida y pelo negro.

Su temperamento no se alteraba, y su mirada no oscilaba a sus alrededores; Manteniendola enfocada en un punto de eje en sus pies.

El suelo frío, pero no impregnado en mal. El ambiente era sereno, pero un perpetuo silencio podría ser malévolo.

"No te acerques, no le hagas preguntas. Fin". Murmuró una voz a la distancia.

El tiempo pasaba lentamente; la puesta de un sol no era la causa de una ocasión...

"Permiso. Permiso". Se escuchó un eco a la lejanía.

Hasta que observó quién era el causante del alboroto que alteraba la realidad pacífica.

Un chico traía sobre sus hombros dos baldes grandes. Hechos de madera y reforzados, siendo probablemente su fin el cargar agua u otro líquido.

"¿Qué haces aquí? No pareces formar parte de la iglesia... Al menos, empieza a barrer". Comentó el chico cuando se acercó lo suficiente para observarlo. Dejando atras los baldes, se dirigió a él.

"No... De hecho, no formó parte de la iglesia. Simplemente estoy convirtiendo mí tiempo en algo valioso, depositando en la fe". Respondió Federick ocultando su rostro en el rincón.

"Oh, ¿en verdad? Eres verdaderamente devoto, me sorprendes. Dioses, hostiguen al pecador, compensen al fiel". Dijo el chicos, recitando una de las palabras grabadas en un mural.

"Esa es la única verdad, hermano. Me alegro que tú también desveles la realidad amplia a la cual nos dirige este mundo". Comentó Federick con una ligera sonrisa, cerrando sus manos bajo un apretón cubierto por sus prendas.

"Bueno, supongo que es obvio... Fue la iglesia quién me cobijó desde el principio. Por cierto, ¿cómo te llamas? Debería reconocerte en algún otro momento". Dijo el chico de forma carismática, con una sonrisa en su joven rostro.

"Mí nombre no es importante, en cambio, mí apellido sí lo es. Pero prefiero ser discreto, ante los ojos santos". Dijo Federick, finalmente desvelando su rostro con una sonrisa exquisita.

A pesar de está variable, la conversación siguió su flujo común... Con el esfuerzo indirecto de Federick.

La confusión fue la primera emoción que se presentó en los ojos ignorantes del siervo, bailando en una mezcla continua en sus caracterizantes marrones de pupilas dilatadas.

La duda también fue participe en tal cóctel de sensaciones; un rostro atractivo, adictivo, que lo hacía permanecer en confusión.

Era el mismo rostro de con quién charlaba con tranquilidad, pero el sentimiento de intimidad se había intensificado; la sensación de conocerlo lo invadía, pero no lograba penetrar en su memoria.

Como una roca sellada al mar.

Aquí no existen brujas, es la normalidad.

"De verdad se me haces conocido... Tal vez te he visto en alguna reunión, pero no logró hacer memoria. ¿Eres recurrente aquí?". Preguntó el joven mientras rascaba el cabello, totalmente desconcentrado de su tarea anterior.

"No, no lo soy. Pero he llegado aquí, así como todos los demás". Dijo Federick mientras un aura mística se concentraba a su alrededor.

"Te lo diré sinceramente, y es que no te entiendo. ¿Acaso te refieres a que has llegado a pie?". Preguntó el chico confuso.

"Exactamente". Respondió Federick, valorando su inteligencia.

Pero repentinamente, sucedio algo que rompió el ambiente. Un grito lejano, pero que se escuchó hasta las cercanías.

"Chico, ¡¿dónde estás?!". Vociferó una voz a la distancia, con clara irritabilidad.

Ante esto, el chico junto a Federick se puso recto, al igual que los pelos de su cuerpo.

"Bastante caricaturesco. ¿Es ese tu mayor?". Preguntó Federick divertido con la acción.

"No puedo hablar ahora". Quiso decir el chico, titubeando mientras intentaba retirarse.

"Quédate tranquilo, les explicaremos la situación. Si es un devoto, lo entenderá con completa aceptación". Dijo Federick tranquilo.

Palabras que aceptó el joven, permaneciendo junto a su reciente conocido con un cierto nerviosismo.

Cuando finalmente se acercó el mayor, resultó ser un anciano. Su rostro era una expresión de amargura e irritabilidad.

Pero al observar de quién estaba al lado su joven, su rostro tuvo un cambio. Una sonrisa forzada, la cual titubeó al ver los baldes regados sin responsabilidad.

"Niño, ¿qué haces? Te he estado llamando con total urgencia. ¡Necesitamos esos baldes!". Dijo el anciano, obviando primerizamente la presencia de Federick.

"Perdón, anciano. Aceptó mí irresponsabilidad, pero juró que fue a causa a únicamente distraerme charlando junto a este buen hombre". Dijo el chico nervioso, mirando fijamente el suelo, con las manos atrapadas.

"Vaya, es la primera vez que me llaman hombre. Deberías honrar a este joven, estimado anciano". Expresó Federick con una pequeña sonrisa.

El rostro del anciano no pudo doblarse ni alterarse ante el intercambio de palabras; en cambio, estaba endurecido.

"Niño, vete por el momento. Hablaré con el invitado presente". Ordenó el anciano con los brazos cerrados.

"Pero anciano, no creo que sea...". Quiso expresar el joven, pero fue cortado inmediatamente con una única mirada.

Así, finalmente dejo solos a los dos individuos, sobre el salón espacioso.

Frente a frente.