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[Anciano lascivo; conceptualizado al exterior]

El sol pesaba más que nunca; sobre su nuca desnuda, marcas dejaba en su espalda definida, con trazos propios de un gran maestro.

El sudor ya empezaba a correr con descontrol a través de su cuerpo, viajando millas de hormigas.

Increíble incluso para el iluso, no eran visibles grandes gotas sobre su frente; causa que ocupaba su anterior prenda superior como banda.

Así, permitiendo la visibilidad de su cuerpo vigoroso, siendo desafiado debido al esfuerzo; sobre sus hombros el instrumento, con el cual llevaba litros y litros de agua, siendo su espalda el punto de soporte para tal tarea.

A pesar de esto, su mirada no estaba desenfocada en el deseo ni procrastinación, llevando a cabo la tarea con grandes agallas.

No era idóneo para ello, pero su entrenamiento anterior, fue eficaz para ayudarlo a superarlo con cierto alarde.

'Cuál es la necesidad de exagerar del chino, cuál es la necesidad de empequeñecer del humano'. Pensó Federick con molestia; la causa era simple, y era la distancia del recorrido.

La estancia ocupada por la iglesia resultó enorme, siendo los destinos lejanos. A pesar de la gran financiación, habían complacido a la vanidad antes que a la practicidad.

Durante los tramos recorridos, ocasionalmente se disponían fuentes, estatuas y jardinería bella; en cambio, había tenido que caminar sin fin para finalmente encontrar el dichoso pozo de agua.

De hecho, había pensado en recoger agua de la fuente decorativa...

'Dentro de todo, son modestos... No he visto ni a un alma; tal vez se encuentren en las oscuras construcciones'.

'¿Aquí también habrán construcciones subterráneas?'. Curiseaba Federick, intentando entretenerse en el ambiente silencioso, más allá de los pájaros y ocasionales roedores.

"Oye, oye, ¿necesitas ayuda?".

'No lo hago, pero gracias'.

"Oh, bien... Ten cuidado".

Finalmente reconoció que estaba cerca, pero no era debido a su banda empapada, sino que había reconocido un árbol decorado que había pasado con anterioridad.

Sus pasos no eran pesados únicamente por su estado físico envidiable; práctico.

Su cabello estaba suelto, cabalgando entre su nuca, cubriendo la misma. Su mandíbula brillosa, ante el tacto de la luz, que iluminaba impacablemente sobre su cabeza.

Sus músculos lustrosos, sosteniendo con firmeza el peso que colgaba.

Los litros de agua gorgoteaban en los interiores de los baldes, debido a el movimiento.

A la distancia ya observaba la sombra de una gran multitud; pero aún así, sus pasos no se aceleraron, manteniendo una constante velocidad de movimiento.

Abriendo la boca con lentitud, finalmente expulsó un suspiro de aliento; sobre él, se posaba el sol.

Sobre él, sobre él, sobre él.

Si no fuera sobre él, ¿sobre quién?

"¡Escuchad, a quiénes se os llama gente humilde!". Vociferó con actitud.

Permaneciendo como una roca inamovible.

"Mí nombre es Federick, más conocido como su Príncipe, el heredero de lo que conocéis; descendiente del glorioso apellido Battlemman". Dijo a altas voces, llegando a los enfermos y los sanos.

"Yo fui con quién llegaron, quién los acompañó hombro a hombro, espalda a espalda; hecho que pesa más de lo que llevó".

"Su respiración, lealtad y vitalidad: agua para cada uno". Terminó.

Así, se acercó a las inmediaciones más cercanas.

Portando con dificultad sobre sus hombros el fruto, tomando una gran respiración, empezó a bajar lentamente los baldes; exponiendo sus cuádriceps e isquios, tocó fondo.

"Es de libre uso, cada enfermo, manteniendo orden y organizaci-..."

...

"Es interesante, ¿verdad?". Pronunció una voz, ruido que realizó eco del simple hecho de existir.

"Sorprendente, sorprendente; pero su inexperencia es observable, más no palpable... Si disfrutará del cuerpo de un par de damas de hielo, tal vez se quitará. ¡Ja ja!". Dijo otro compartiendo su opinión, entre carcajadas.

"A pesar que no ha tenido suficiente formación calificada, su elocuencia, ética y profesionalismo son profundamente impactantes". Dijo de nuevo, pero está vez sin causar ondas a su alrededor.

"Descendientes de dinastías inmortales". Proseguia el hombre, fantaseando en su propia mente, mientras hacía gestos ridículos.

"Deberías dejar "Las Aventuras del Sabio Inmortal Erótico"... Te han jodido la cabeza". Compartió honestamente el otro.

Se trataban de dos hombres, uno anciano y el otro de mediana edad. Quién fantaseaba era el anciano, siendo el de mediana edad quién opinaba respecto al joven.

La variable mística en la formula, eran las nubes que se presentaban a su alrededor; innumerable naturaleza y animales exóticos inexistentes.

Mientras disfrutaban de vino y verduras, observaban desde una superficie tumultuoso la imagen del joven dando su discurso.

Como el hechizo de un brujo, o el poema de un místico.

Disfrutando de vino sobre una enorme montaña de belleza sin paragon.

Amagatzu y un anciano lascivo...

En cambio, en unos momentos la imagen reflejada había cambiado de forma incalculable.

El anterior Federick ahora estaba siendo arropado, siendo Carlos II presente.

La anterior imagen ocupada únicamente por los enfermos y los encargados de la iglesia, ahora había sido inundada por militares que habían acompañado a Su Alteza.

Carlos II explicaba la situación con diplomacia; a su lado, estaba el hombre que había traído a Federick en primer lugar, quién estaba confundido.

Pero la preocupación de Carlos II había sido deliberada, pues su nieto se había portado con elegancia...

Así, Carlos II finalmente se dio la tarea de despedirse entre sonrisas, mientras dirigía una expresión estresada a su retoño.

Por otro lado, Federick se despidió sacándole la lengua al Anciano Sap, quién era el encargado mayor presente.

Su actitud infantil, siendo irónico.

Así, todo se dispuso, todo se arregló, todo tuvo fin, un desenlace propio de cuento...

Con la piel pálida y una sombrilla, dirigió su mirada al cielo; en sus ojos morados, borbotando almas en pena.