—Lo haré —contestó Anastasia, cerrando su mano sobre sus brazos que la rodeaban por la cintura.
Aumentaron el ritmo de los caballos. Zlu y Carrick habían encontrado un camino de tierra y lo tomaron. Estaba húmedo y embarrado, y cada patada de los caballos enviaba mucho barro volando, pero eso era lo de menos. Había un rugido, turbulencia en la lejanía que seguía llegando a sus oídos, lo cual los preocupaba. Los soldados de Aed Ruad buscaban frenéticamente al grupo, a Anastasia. De repente, toda la cabalgata quedó cubierta por una espesa niebla, que se disipó después de cabalgar toda la mañana.
A pesar del brillante sol, el viento frío le azotaba la cara y el cabello. Fue después de casi el mediodía cuando se encontraron con las primeras señales de las Tierras Salvajes de Gavran. Después de parar una hora para descansar los caballos, comenzaron de nuevo.
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