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Anastasia giró la cabeza hacia la derecha y comprobó que los tatuajes demoníacos inscritos en su brazo superior seguían allí. Los frotó pero no se borraron. Asombrada, los miró y murmuró —Quizás se desvanecerán pronto. Se deslizó por su cuerpo y decidió descansar en el hueco de su cuello. Él la rodeó con sus brazos y cerró los ojos mientras apoyaba su cabeza en la de ella. Sus manos viajaron a sus caderas donde las rodeó con pereza. Había pasado tanto tiempo que se regodeó en su aroma, su calor y cercanía —Cuéntame sobre tu tiempo allí, Ana —preguntó, quitándole el cabello húmedo del cuello—. Mi sol… —murmuró.
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