La tercera vez que hablamos resultó un poco mejor. También fue una tarde, también entré a la habitación de mi hermano en busca de ayuda. Solo que en esa ocasión no me había molestado en comprobar que estuviera solo, y en lugar de encontrarme con él me encontré contigo. De nuevo estabas sentado enfrente del escritorio, y leías un libro voluminoso. Interrumpiste la lectura para mirarme, seguramente pensando que era mi hermano el que acababa de entrar.
—Hola —saludé con timidez. Dijiste hola y volviste los ojos al libro —. ¿Dónde está Joel? —pregunté.
—En el baño.
—¿Que está haciendo?
—No hay mucho que se pueda hacer en los baños —dijiste —.Orinar, defecar, bañarse...
—¿Y cuál de esas crees que esté haciendo?
—No sé ni me importa.
—Pregunto para saber si lo espero o vengo al ratito.
—....
—No hablas mucho, ¿verdad?
—No —respondiste.
—¿Y no te incomoda no hablar?
—No.
—A mi sí. —me recosté en la cama sin dejar de parlotear —. Si paso demasiado tiempo sin hablar se me agrieta la voz, como si se descompusiera por falta de uso. ¿No sientes eso?
—No.
—¿Por qué siempre respondes no? ¿Es la única palabra que te sabes?
—No.
—¡Pues entonces di algo diferente!
—Deja de hablar, intento leer.
No dejé de hablar.
—¿Qué lees?
Resoplaste.
—La teoría marxista del Estado.
—¿Es para una tarea?
—Créditos extra.
Entorné los ojos.
—¿Por qué te gustan tanto los créditos extra? Yo a penas puedo con los exámenes y las tareas que me encargan.
—No es que me gusten. Si hago esto exentaré el examen final de economía.
—¿Examen final? —repliqué —. Si estamos en mayo.
—También el examen del último parcial.
—¿O sea que serán dos clases a las que ya no tendrás que ir?
—Tres —respondiste tranquilamente.
Te miré de reojo, tan alto que a duras penas cabías en la silla, espalda encorvada y playera fea. Te pregunté, como si me resistiera a creerlo:
—¿De verdad eres tan listo?
—Sí, según los estándares. Tengo un IQ de ciento cincuenta y dos.
—No sé lo que significa.
—Que mi inteligencia está por encima del promedio, supuestamente. No creo que sea gran cosa.
«Pará ser un palo de escoba es bastante engreído» pensé.
—¿No es gran cosa ser más listo que los demás?
—No soy más listo que los demás —afirmaste —. Es solo que tuve la suerte de nacer con el tipo de inteligencia más valorado; pero hay otros tipos de inteligencia además de la lógico matemática. Está la inteligencia emocional, la inteligencia verbal, la musical...
—Y esas cómo son?
Volviste a resoplar.
—¿Te parece si te lo explico otro día? En serio tengo que hacer esto.
—¿A que te refieres con esto?
—Tengo que escribir un ensayo en el que exponga las diferencias entre el comunismo y el socialismo, para empezar; además de un análisis metódico del impacto económico que el comunismo ha tenido sobre algunos países.
«¿?»
—¿Que el socialismo y el comunismo no eran lo mismo?
—No. ¿Te interesa saber las diferencias?
—No mucho, la verdad.
Suspiraste, me pareció que aliviado.
—¿Por qué Joel tardará tanto? —pregunté mirando la puerta —. Me aburre esperar, y se me acabará el tiempo, me iré a las tres.
—¿Vas todos los días a la academia?
—Menos los sábados y domingos, ¿qué tú no?
—Si no puedo, no.
Me quedé pensando. Además de escuchar tu voz a través de la pared, también había escuchado tu nombre en la academia por boca de algunos profesores, que no se cansaba de alabarte. Antes de conocerte no me decía nada, pero lo había memorizado por ser el nombre del mejor alumno.
—Te llamas Miguel Ángel, ¿verdad?
—Sí.
No podía ser que se tratara del mismo, si ibas cuando se te daba la gana.
—¿Y hay otro Miguel Ángel en la academia de ballet? Se que vas a la misma que yo.
—No que yo sepa.
—Ah. ¿Y eres bueno bailando?
—Eso dicen.
—¿Entonces tú eres...?
—¿Qué tanto es tu tarea de matemáticas?
—¿Qué? ¿Por qué cambias de tema tan de repente?
—Viniste por eso, ¿no? ¿Qué tanto es?
Miré mi cuaderno.
—Son cinco ejercicios de quebrados —respondí.
—¿Quebrados? —repetiste —. Creía que enseñaban eso en la primaria. Bueno, no importa. Trae tu cuaderno, te ayudaré.
—¿De veras me ayudarás? ¿Por qué?
—Para que no se te haga tarde y...para que me dejes concentrar.
Me encogí de hombros.
—Como quieras —dije.
Me levanté de la cama, arrastré una silla del rincón y la coloqué enfrente del escritorio, junto a ti. Tú cerraste el libro y lo hiciste a un lado.
—Muéstrame.
Te di mi cuaderno.
—Estas son fracciones algebraicas —dijiste mirándome de reojo.
—Sí, ¿no son lo mismo que los quebrados?
—Pues...algo así.
—Sabes como hacerlas, ¿no?
—Sí. Lo primero que hay que hacer es fijarse si tienen el mismo denominador. —apúntaste el primer ejercicio con el dedo —. Esta por ejemplo, se puede sumar directamente.
—...
—Empieza, te corregiré si lo haces mal.
Te miré, luego al cuaderno, y de nuevo a ti.
—No sabes como hacerlo, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
—¡Pero no te burles de mí! Tú mismo dijiste hace rato que no todos tenemos el mismo tipo de inteligencia.
—¿En qué momento me burlé de ti? —preguntaste tranquilamente.
Era cierto, no te habías burlado. No sonreías, ni mostrabas lo impaciente que debías de estar por deshacerte de mí. Eras la personificación de la calma...y te iba bien.
«Este muchacho no está tan feo»
Hasta ese momento te había mirado muy pocas veces, y no así de cerca. Todavía no se me habían grabado tus facciones y te recordaba feo como las gárgolas, feo como la cosa que sale en El señor de los anillos. Estaba equivocado.
—Te explicaré desde el principio —dijiste tomando un lápiz —. Presta atención.