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Bienvenida a crear en WEBNOVEL mi vida se perdio por tu culpa

Mi padre me casó con un hombre con discapacidad. Pero nunca imaginé que ese marido tendría más energía que muchas personas sanas y que todas las noches, en la cama, no me dejaría en paz...

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Al llegar a la Oficina de Asuntos Civiles, Vivian William se sintió consternada al descubrir que el hombre con el que debía casarse aún no había llegado. Ya había pasado más de media hora de la cita agendada. Justo cuando ella iba a ponerse en contacto con él, él la llamó primero. En cuanto contestó, su furiosa voz sonó a través del teléfono:

—¡Vivian William, mentirosa! ¿Has olvidado los bochornos que hiciste en la universidad? ¿Cómo te atreves a pensar en casarte conmigo ahora? Déjame decirte algo: ¡Eso solo ocurrirá en tus sueños! Me ha quedado bastante claro ahora, ya que te apresuraste sacar el tema del matrimonio a pesar de que solo nos conocemos desde hace tres días. ¡Si no fuera porque mi exnovia estudió en la misma universidad que tú, me habría dejado engañar por ti! ¡Mujer desvergonzada!

Luego de decir eso, colgó. Vivian ni siquiera tuvo la oportunidad de explicarse. Los dedos que apretaban su teléfono se volvían blancos mientras sus labios se movían sin sonido.

El hombre que la llamó no se había molestado en bajar el tono de su voz, lo que significaba que mucha gente había escuchado su conversación. Las miradas que todos los demás le dirigieron estaban llenas de desprecio y asco, clavándose en ella como miles de agujas. Exactamente como la noche de dos años atrás que seguía reviviendo en sus pesadillas…

Se sintió como si la oscuridad la tragara. Por mucho que lo intentara, no podía escapar. Se formaron gotas de sudor en su frente mientras palidecía de un momento a otro. Sin darse cuenta, todo su cuerpo había empezado a temblar. A un lado, un par de ojos oscuros e insondables observaban a la temblorosa mujer de forma reflexiva mientras sus delgados dedos golpeaban los reposabrazos de su silla de ruedas. En ese momento, un joven se apresuró a llegar al lado de Finnick Norton. Inclinándose, susurró:

—Sr. Norton. La señora López me ha informado de que sigue atascada en el tráfico. Ha dicho que podría tardar al menos una hora en llegar.

—Puedes decirle que vuelva a casa. Dile que no se moleste en venir más —dijo Finnick sin siquiera molestarse en girar la cabeza. Luego, su aguda mirada se fijó en Vivian mientras añadía con tono despreocupado—: No me gustan las mujeres pretenciosas.

—Pero… Tu abuelo está presionando mucho para que te cases… —insistió el joven ayudante con expresión molesta.

Como si no hubiera escuchado las palabras de su asistente, Finnick pulsó el botón de su silla de ruedas para acercarse a Vivian.

—¿Disculpe, señorita? ¿Podría casarse conmigo? —sonó su nítida voz, sacando a Vivian de la oscuridad que amenazaba con tragársela entera.

Ella levantó la cabeza, y se sorprendió un poco al ver la escena que tenía enfrente. No supo en qué momento pasó, pero un hombre en silla de ruedas pareció detenerse frente a ella. Sus rasgos eran tan perfectos que dejarían sin aliento a cualquiera: Cejas bien definidas que descansaban sobre un rostro cincelado, parecía que su cara estaba esculpida en mármol. Se veía como una obra maestra impecable.

A pesar de la sencillez de su camisa de vestir blanca, el diseño acentuaba su complexión esbelta pero poderosa. Estar sentado en una silla de ruedas no le quitaba nada de su aire noble y orgulloso. Al contrario, solo parecía hacerle parecer más distante e inaccesible.

No fue hasta que el hombre repitió su pregunta que Vivian salió del aturdimiento en el que había caído y respondió:

—¿Qué?

—No he podido evitar escuchar tu conversación telefónica. Tienes prisa por casarte, ¿verdad?

Sintió que el aire se le atascaba en los pulmones al oír sus palabras. La humillación y la angustia la invadían. Pero sin esperar a que ella respondiera, el hombre continuó con un tono indiferente.

—Qué casualidad. Estoy en la misma situación. Ya que nuestros objetivos son parecidos, ¿por qué no nos echamos una mano? —propuso. La forma en que lo dijo hizo que pareciera que estaba hablando de un negocio, no de uno de los acontecimientos más importantes de la vida misma.

En ese momento, Vivian comprendió por fin que ese hombre hablaba en serio y pensó: «¡Pero acabamos de conocernos! ¡¿No es eso demasiado escandaloso?!»

—¡Señor, ni siquiera nos conocemos! ¿No cree que está siendo demasiado precipitado e impulsivo?

—Tampoco conociste a esos hombres con los que tuviste citas a ciegas —replicó. Su respuesta fue tranquila y espontánea, tomando a Vivian tan desprevenida que no supo qué decir. Luego volvió a hablar—: Oh, ahora lo entiendo. Me estás despreciando porque soy un lisiado, ¿no?

—¡Claro que no! —respondió ella de forma automática. Cuando vio el pequeño destello de diversión en sus oscuros ojos, se dio cuenta de que estaba haciendo lo que él esperaba.

—Señorita —le dijo. Luego cruzó las manos sobre su regazo con esmero antes de clavarle una mirada ardiente—. Estoy bastante seguro de que necesitas este matrimonio. Si pierdes esta oportunidad ahora, ¿qué te hace pensar que tendrás otra?

Tuvo que admitir que era muy convincente. «Tiene razón. Necesito este matrimonio con desesperación. A decir verdad, lo que necesito es ser registrada como ciudadana perteneciente a una unidad familiar. Solo entonces podré solicitar un seguro médico aquí, para pagar las costosas cuentas médicas de mamá», analizó.

Los segundos pasaron mientras ella miraba fijo al hombre durante largo tiempo. Por fin, le dijo:

—¿Es usted residente permanente aquí, en Sunshine?

Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa y respondió:

—Sí.

Una vez más, Vivian guardó silencio. Sus dedos apretaron con fuerza los papeles del registro civil. Aunque estaba lisiado, el hombre que tenía delante poseía unos modales y un aspecto que sin duda estaban a leguas de distancia de esos horribles hombres con los que había tenido citas a ciegas en los últimos tiempos.

«Oh, Vivian, ¿no ha sido tu único objetivo durante los últimos tres meses casarte con un residente local tan rápido como puedas? ¡Ahora, la oportunidad de hacerlo está presentándote frente a ti! ¿Por qué sigues dudando?», se dijo. En su interior se arremolinaban emociones contradictorias. Al final, se mordió el labio y tomó una decisión firme. Asintió y respondió:

—Muy bien, estoy de acuerdo.

Una hora más tarde, Vivian salió de la Oficina de Asuntos Civiles con el certificado de matrimonio rojo en las manos. Se sentía como si flotara en el aire, como si todo hubiera sido un sueño. Nunca había pensado que un día se casaría de repente con un hombre que solo había conocido por casualidad. «¿Tal vez sea el destino?», intentó convencerse.

Agachando la cabeza, miró la foto en la que aparecían sentados uno al lado del otro. El rostro del hombre era inexpresivo, mientras que la de ella mostraba su malestar y sus cautela. Debajo de la foto estaban los nombres de ambos.

«¡Qué absurdo! Me acabo de enterar del nombre de mi nuevo marido por un certificado de matrimonio, entre otras cosas. Finnick Norton. Un nombre sencillo, pero apropiado para un hombre como él», pensó.

—¿Vivian William?

El hombre, Finnick, también miraba su certificado de matrimonio. Pronunció su nombre despacio, el timbre bajo de su voz hizo que se deslizara por su lengua con suavidad. Y la forma en que lo pronunció le produjo escalofríos. Aún no se había recuperado de su cambio de estado civil cuando una mano apareció de repente ante ella. Entre sus dos dedos había una tarjeta.

—Sra. William, soy consciente de que tener una boda y conseguir un anillo de bodas son algunos de los acontecimientos más esperados por una mujer. Por desgracia, siento decir que no tengo tiempo para ocuparme de todo eso. Si quiere un anillo, puede elegirlo usted misma.

Inclinando la cabeza hacia atrás, Vivian se encontró con la mirada ilegible de Finnick. Ella se apresuró a agitar las manos en señal de rechazo.

—Eso no es necesario. No me interesan esas formalidades.

Hacía tiempo que había pasado la edad en la que le interesaban esos gestos románticos. Y lo que es más importante, no quería sentir que le debía algo, aunque fuera su legítimo marido.

—Como mínimo, consigue un anillo —declaró él. Dicho eso, le agarró la muñeca, mientras le metía la tarjeta en la mano. En el momento en que sus manos se rozaron, la ligera diferencia de temperatura hizo que Vivian sintiera una fuerte sacudida. Le sorprendió el calor que emitía.

—Está bien —aceptó. Como eran recién casados, por así decirlo, ella no quería entrar en una discusión con él por sus buenas intenciones. Por lo tanto, aceptó la tarjeta y la guardó en su bolso.

—Tengo una reunión por la tarde, así que me iré ahora. Tendrás que ver como volver —le informó él. Su tono de voz era tan neutral como siempre.

—De acuerdo.

No tenía ninguna esperanza de que él la tratara como una verdadera esposa, alguien a quien amara y mimara. Por eso no le decepcionó en absoluto que la dejara allí. Recordando algo de repente, él volvió a hablar:

—Por cierto, te enviaré la dirección de mi casa hoy mismo. Múdate cuando te convenga.

Ya habían intercambiado sus números de teléfono antes, cuando estaban obteniendo sus certificados de matrimonio.

—¡No tengo ninguna prisa! —respondió de inmediato.

Aunque tenía sentido que tuvieran que permanecer juntos después de casarse, la verdad era que ella no estaba preparada para vivir bajo el mismo techo que un extraño todavía. Quizás el rechazo en su tono era demasiado evidente, ya que Finnick no tardó en levantar la cabeza para mirarla, haciendo que Vivian se sonrojara un poco, avergonzada.

Sin embargo, no respondió a eso. Lo único que hizo fue pulsar un botón de su silla de ruedas para girarla en otra dirección.

—Si no hay nada más, ahora me despido.

—Muy bien.

Esperó a que se subiera a un coche negro antes de irse también. Después, llamó al Departamento de Recursos Humanos de su empresa de inmediato. Les dijo que iba a ser registrada en Sunshine City muy pronto. Entonces, suspiró de alivio cuando le confirmaron que iban a solicitar el seguro médico local para ella y su familia.

Aunque el haberse casado era una decisión bastante precipitada por su parte, al menos había conseguido resolver el asunto que la atormentaba desde hacía tiempo. Al fin dejaría de agonizar por las facturas médicas de su madre.

Al llegar a la revista Glamour, su lugar de trabajo, Vivian se encontró con que aún no había llegado la hora de su entrevista de la tarde. Aprovechando el tiempo libre que le quedaba, se dirigió al centro comercial de al lado para comprar un par de alianzas con la tarjeta que le había dado Finnick.

Después, volvió a su escritorio y se sentó, con la intención de repasar por última vez la información de la entrevista. En ese momento, Sarah se acercó a su silla de oficina. Sus ojos brillaban cuando preguntó:

—Vivian, ¿y ese anillo?

—Eres muy observadora, ¿verdad?

Vivian no tenía intención de ocultar nada. Al fin y al cabo, el Departamento de Recursos Humanos ya sabía que había trasladado su registro familiar. Todos en la empresa pronto se enterarían de su cambio de estado civil.

—Me he casado hace poco.

Sarah escudriñó el anillo y comentó:

—¡Felicidades, Vivian! ¿Te lo regaló tu marido? No es un diamante muy grande, ¿verdad? ¿Cuánto costó?

—Un poco más de mil.

Vivian no sabía nada sobre el historial financiero de Finnick, así que había elegido un par de anillos de los más baratos y sencillos que pudo encontrar. Pero Sarah frunció el ceño y afirmó con una expresión solemne:

—¡Vivian, eso no sirve en absoluto! Un anillo de boda es un símbolo de tu matrimonio. ¿Qué tan confiable puede ser un hombre, si ni siquiera te compra un anillo mejor?

—Está bien. Lo hace lo mejor que puede —respondió Vivian. Al notar la mirada compasiva de la otra mujer, se dio cuenta de que Sarah pensaba que su nuevo marido no era muy adinerado.

—Es suficiente. No hablemos más de esto —declaró y cambió de tema, no queriendo alargarlo más—. ¿Estás lista para la entrevista más tarde?

—¡Jajaja, claro!

La táctica de distracción de Vivian había tenido éxito, ya que Sarah no tardó en señalar su atuendo.

—Vivian, ¿qué te parece? ¿Me veo bien?

Fue entonces cuando Vivian se dio cuenta de que su colega estaba vestida con un conjunto de vestido de falda rosa y blanco. También se había peinado con cuidado.

—¡Estás increíble! —Vivian felicitó.

Encantada con sus palabras de elogio, los ojos de Sarah no tardaron en iluminarse de placer.

—Entonces, ¿supones que tendré una oportunidad con el rico y soltero presidente del Grupo Finnor?

Vivian parpadeó sorprendida al comprender por qué Sarah se había tomado tantas molestias para arreglarse. La persona a la que iban a entrevistar esa tarde era el presidente del Grupo Finnor.

En Sunshine City, el Grupo Finnor era lo más parecido a una leyenda. Tres años atrás, la empresa surgió de repente de la nada. De un momento a otro, consiguió hacerse un nombre en el sector financiero, utilizando métodos que eran considerados extremistas y agresivos.

En los tres años siguientes, consiguió convertirse en uno de los magnates financieros de Sunshine City, ya que estaba a la altura de las tres principales familias de la ciudad. Sin embargo, lo que más había llamado la atención de todos era el presidente de la empresa, quien incluso hasta ese momento, era un misterio. Nadie sabía cómo se llamaba o cómo era. Todo lo relacionado a su identidad era intrigante, lo que aumentaba su atractivo.

No había mejor ejemplo que el de Sarah, que se tomó la molestia de disfrazarse cuando se enteró de que iban a entrevistar al escurridizo presidente. Y la diversión brilló en los ojos de Vivian mientras se burlaba:

—Sarah, ¿estás segura de querer dejarle una impresión tan buena? ¿No te preocupa que el presidente sea un viejo calvo?

—¡Pfft! No me lo creo —dijo Sarah dando un pisotón de fastidio—. ¡Se rumorea que suponen que es muy joven!

En contraste con la expresión esperanzada de Sarah, Jenny se mostró seria al afirmar:

—Esta entrevista es una oportunidad única en la vida, así que tenemos que estar muy preparadas para ella. Es la primera vez que el presidente acepta una entrevista con los medios de comunicación. Nuestras ventas alcanzarán sin duda un máximo histórico si conseguimos una foto suya.

Vivian asintió en señal de comprensión. Era cierto que el presidente del Grupo Finnor nunca había aceptado una entrevista. Cuando la revista Glamour le envió por primera vez una invitación, en un principio se negó, como de costumbre. Pero para sorpresa de todos, el día anterior recibieron una llamada diciendo que había aceptado. No hacía falta decir que la repentina buena noticia había conmocionado a los redactores jefe.

Tras repasar el contenido de la entrevista por última vez, Vivian, Sarah y Jenny se dirigieron al Grupo Finnor con un fotógrafo. El edificio de la compañía estaba situado en el distrito financiero de Sunshine City. Cuando llegaron, saludaron a la recepcionista de la primera planta, indicando el motivo de su visita. Luego, subieron en el ascensor hasta el último piso. La secretaria se acercó a darles la bienvenida en cuanto salieron:

—¿Son ustedes de la revista Glamour? El señor Norton ya les está esperando dentro.

Dicho eso, los condujo al despacho del presidente.

Vivian hizo una pequeña pausa al escuchar las palabras de la secretaria y pensó: «Sr. ¿Norton? ¿Quién iba a pensar que el presidente del Grupo Finnor tendría el mismo apellido que mi nuevo marido?»

Justo antes de entrar, la nerviosa Sarah tiró de la manga de Vivian, susurrando:

—¿Está bien mi pelo? ¿Está desordenado? Más vale que no se vea mal…

Vivian murmuró en voz baja:

—Estás bien. No hay ni un solo pelo fuera de su sitio. Es...

En ese momento, echó un vistazo al despacho mientras hablaba. Al ver la figura junto a las ventanas, se puso rígida por la sorpresa y se desvió. Todos los pensamientos tranquilizantes para Sarah se desvanecieron pronto. Justo entonces, la mirada de su compañera se posó también en el hombre. Pronto se olvidó de su apariencia. La conmoción era evidente en su voz mientras murmuraba:

—Oh, Dios mío, el presidente del Grupo Finnor... ¿De verdad está sentado en una silla de ruedas?

Antes de que Vivian pudiera decir algo, la silla de ruedas giró despacio para enfrentarse a ellas. Y Sarah jadeó:

—¡Guau! ¡Es tan guapo! Es más guapo que una celebridad.

El hecho de que estuviera sentado en una silla de ruedas quedaba eclipsado por su atractivo. De ahí que Sarah no pudiera contener sus susurros de asombro.

Pero Vivian no escuchó ni una sola de las palabras que había pronunciado. Su atención también se centró en el hombre, pero por razones muy diferentes a las de su colega. En ese momento, sintió que su cerebro había dejado de funcionar, mientras lo miraba fijo en un estado de aturdimiento.

Los rayos de luz que entraban por la ventana habían proyectado los ángulos agudos de su rostro en las sombras, mientras que sus oscuros ojos eran tan fríos como siempre.

«Es Finnick. ¿El presidente del Grupo Finnor es Finnick?», se percató.

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