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Capítulo 15 – Gran Demonio

En una época donde los demonios dominaban las demás razas, nació el hijo de su rey.

En una sala privada del exterior, rebosaba un centenar de sombras que revoloteaban de un lado a otro sin descanso, junto a un hombre de cuernos blancos. La oscuridad se concentró en un punto que giraba a una velocidad extraordinaria. Se compactó en un diminuto punto en el centro que liberó una corriente de aire destructora. 

Un bebé surgió de él, con dos pequeños cuernos negros y ojos rojos. Sollozó y su cuerpo liberó unas sombras rojizas. El hombre de gran ropaje rojizo se agachó y le enrolló cadenas, con ello dejó de expulsarlas. De pie, levantó las manos en aires de grandeza y exclamó con superioridad:

—¡Demonio! ¡No existe nombre más idóneo para el futuro rey! ¡Tú que has nacido de mi poder y que superarás mi grandeza, recuerda estas palabras en sangre y alma! ¡Juajuajuajua!

Fue lo primero que escuchó el recién nacido y que resonó en el aposento.

—¡Tu existencia hará temblar la tierra! ¡Los humanos reconocerán su derrota, los terotos se arrodillarán ante tu presencia y los elfos envidiarán tu poder destructivo! ¡Como si tratases de una calamidad, los sumirás en la desesperación: devorarás lo que conocemos y harás que este mundo, surgido de la locura, renazca! —Bajó sus manos melancólico—. Lograrás lo que no pude terminar. Aun si el destino no lo quiere, es algo que debemos cumplir… ¡¡No!! ¡Sin duda lo ejecutarás! El día que estés dispuesto a entregar tu vida, deberás liberar las cadenas.

En un bosque cerca de una escuela de ladrillos de piedra, alguien era golpeado.

Un par de niños demonios de siete años acosaban a otro de su raza; el indefenso se protegía la cara de los golpes, y aprovechaban eso para golpearle en el abdomen. Éste tenía un simple cuerno blanco en su lado izquierdo:

—¡Parad! ¡Soltadme! —rogó llorando.

Demonio, que tenía la misma edad, descansaba encima de un árbol, leyendo un libro. Alzó el brazo hacia adelante y dos sombras del cuerpo entraron en contacto con el aire y, como si fueran aros, atrapó a ambos abusones. Levantó la mano y éstos flotaron alejándolos del chico.

Era un prodigio que no quería asistir a la escuela: era antipático y su aura rebosaba de grandeza; aun así, tanto los adultos como los niños reconocían su potencial. Los de su edad no controlaban las sombras, por lo que le temían, y sus cuernos negros lo diferenciaban del resto.

Ambos niños estaban paralizados al verle. Por la mirada, Demonio parecía molestado; después de alejarlos, los soltó y se levantaron del suelo.

—Demasiado ruido, dejadme concentrarme.

Al oír su voz arrogante, por instinto, se arrodillaron.

—Demonio… Sólo estábamos entrenando… —excusaba uno.

—¿Eso es verdad? —preguntó al que recibió la paliza, pero se quedó callado—. ¿Qué os parece si entreno en vosotros? —amenazó con una sonrisa maléfica.

—Lo siento, estamos ocupados; empieza la clase, ¡n-nos vamos! —Salieron apabullados.

El niño, preocupado, seguía en el suelo; su largo cabello oscuro tapaba la mitad del rostro.

—Si no quieres que te molesten, quédate cerca de mí. No quiero que arruinéis de nuevo el ambiente —ofreció con mala gana; éste asintió callado.

Tras una semana, a menudo se encontraban. Demonio se la pasaba subido en el árbol con el mismo libro, y el niño, de apariencia débil, sentado debajo de éste.

—¿…Qué lees? —preguntó asustado teniéndole respeto.

—No lo sé —respondió sin darle importancia.

—¿Por qué?

—No entiendo nada. —Alzó la cabeza para fijarse en Demonio entre hojas—. Sin importar cuánto lo intente, no consigo entender ni una palabra. —El niño abrió los ojos de par en par y carcajeó ocultando su risa con la palma de su mano—. ¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó molesto.

—¡Pensar que el próximo líder no sabe leer, es tan extraño que no lo he podido evitar!

—¿Te estás burlando de mí? —Extendió la mano y lo levitó hasta él.

—No, sólo me ha parecido curioso.

—¡Además, no pienso serlo! ¿¡Por qué razón continuaría el trabajo del viejo!? ¡Y, por si fuera poco, se la pasa en la cama! ¡Yo soy fuerte, yo crearé mi futuro, haré lo que se me antoje! ¿No es lo mismo para el resto? —Todavía molesto, lo soltó y siguió con el libro.

Reflexionó en lo que le dijo, a pesar de que no era fuerte, le gustaba la idea de crear su futuro. 

—¿Tantas ganas tienes de leerlo? ¿Quieres que te enseñe? —le propuso.

—¿Puedes hacer eso? —preguntó con un ego de superioridad.

—Bueno… tendrás que poner de tu parte —animó con una sonrisa.

—Y entonces, los valientes guerreros marinos recuperaron su territorio. Pero las bajas que sufrieron ese día nunca la olvidarían —finalizó de leer Demonio.

—¡Lo has logrado! ¡De no saber nada a ésto en tan sólo unas semanas es sorprendente!

—Al final no era para tanto, podría hacerlo con los ojos cerrados. —Su ego era desmesurado; a pesar de que extraordinario, el niño lo consideraba necio.

A los diez años pulían sus habilidades de combate y supervivencia. Se especializaban en manipular su sombra e incluso moverse entre ellas, también para limitar los movimientos de sus presas; los más experimentados la utilizaban como arma de doble filo.

Las escuelas los preparaban física y mentalmente para venideros conflictos.

—Demonio, ¿me ayudas a entrenar?

—Claro, comenzaba a aburrirme; aunque siendo tú no creo que llegues ni a tocarme —presumía cerrando un libro; desde el árbol, una sombra lo devoró y apareció delante de él.

—Entonces ganaré si te toco. —Sonrieron de la emoción de tal desafío.

Después de un soplido de viento, comenzaron el enfrentamiento; Demonio levantó la mano enviando al aire sombras que encerraban al chico en una pelota.

—¿No me dirás que ya hemos terminado? —preguntó burlón deshaciendo la burbuja.

Detrás de él, en sigilo, se levantó una sombra.

—¡No esperaba más de ti! ¡Te atrapé! —Se giró con una risa maléfica y redirigió su sombra, atrapando la que estaba detrás como si lo hubiera anticipado. 

Después de esa acción, alguien le tocó el hombro por la espalda.

—Sabía que caerías en mi trampa.

—Eh —balbuceó como si hubiera quedado como un idiota.

—Contra otro funcionaría, pero yo compenso mi debilidad por estrategia. Hay que anticipar a tu rival para tener al menos oportunidad de ganar.

—¡Ah! ¡Maldición! ¡A mí no me gusta pensar! —Removió su pelo estresado con ambas manos.

El niño puso una sonrisa que se tornó melancólica.

A los doce años, Demonio perdió a su padre, pero no parecía afectarle.

Su cuidado quedó al cargo de unos sirvientes, y su futuro ya estaba decidido por su padre a partir de los veinte años.

Su arrogancia le imposibilitaba amistades, el único que podía considerar uno era aquel joven de apariencia débil.

—No entiendo lo que le ves, yo no estaría con alguien como ella. —Como siempre, era soberbio; ambos tenían catorce años.

—Es algo que no puedo explicar con palabras… Me gusta…

—Ya veo —respondió con arrogancia sin parecer darle importancia; él, que nació diferente, parecía carecer de atracción sexual por los demás.

A los dieciséis años, se encontró al chico llorando donde siempre se reunían.

Se acercó y le preguntó qué le pasaba.

En una calle medieval, Demonio discutía con una pareja:

—¡Cómo osáis! ¡Disculparos u os mato! —alborotó furioso postrándolos con su sombra. 

Las treinta personas de alrededor se arrodillaron por instinto al oírle. Entre ellos se acercó el joven para detenerlo, era el único que su voz dejó de imponerle.

—¡Es suficiente Demonio, no merece la pena desperdiciar el tiempo en ellos!…

Esa misma noche fueron a una taberna y bebieron alcohol (uno de los más populares, sabrosos y saludables de su raza) para desahogar sus penas.

—¡Nunca más ofreceré mi tiempo a una mujer *hip*. A partir de hoy lo invertiré en un puesto para estar cerca de ti, cuando seas nuestro líder te apoyaré: dominaremos el mundo para que se acabe de una estúpida vez nuestras diferencias raciales y, de esa forma, seremos por fin libres! —El joven estaba borracho después de varias copas; Demonio estaba cuerdo:

—Según escuché, en cuanto a tácticas militares, espionaje y reconocimiento, eres el más sobresaliente; me sentiría seguro a tu lado —mencionó con ego y para calmarlo.

—Demonio... Si fuera mujer, me hubiera enamorado de ti. —Carcajeó y se le acercó para abrazarlo de forma patosa.

—¡Oye! ¡Detente! ¡No se te ocurra vomitar encima de mí!

El joven lo admiraba y lo conocía más que a nadie, sabía la bondad que escondía sus acciones.

—De verdad la he detestado… A pesar de que me ayudaste a mis espaldas… —reveló a punto de llorar.

Aunque no le interesaba el amor, éste le ayudó a emparejarlo con la persona que le gustaba.

—¿Qué dices? Sólo fue casualidad, estaba matando mi tiempo —contestó arrogante. 

El joven se alejó melancólico.

—Eh, Demonio, ¿alguna vez te has percatado?

—No me digas más, ¿vas a decir otra idiotez? —adelantó con ego, dando un sorbo.

El chico rio con poca gana:

—Yo te considero mi único y mejor amigo, es como si el destino nos hubiera unido. Si juntamos nuestros nombres, se formaría Gran Demonio; tú eres más poderoso pero más idiota que yo; sin embargo, con mi inteligencia te alzaré siendo el mejor de todos.

—¿¡Me estás insultando o elogiando!? ¡Y en todo caso mi nombre iría primero!

—¿¡Qué dices!? ¡Demonio Gran no tiene sentido! —reprochó amenazante agarrando el cuello de su camiseta. 

Ambos se miraron con desprecio y, pasado unos segundos, rieron.

A los veinte años era ascendido a líder. A su lado, tres demonios más que serían su mano derecha: entre ellos, Gran como el estratega.

No sabía cómo terminó ahí, le disgustaba no haber podido escapar de ese destino.

Desde su ascenso, pasaron un par de años.

Gran ganó la admiración de muchos por su inteligencia y por el papel que desarrollaba en la guerra como espía. Incluso tenía un grupo femenino de fans, pero éste no les daba importancia, sólo se preocupaba por su líder y amigo.

—Mi señor, hay otra disputa en el territorio de piedra, deberíamos empujar con todas nuestras tropas o sufriremos demasiadas bajas —reportaba el mensajero arrodillado delante del trono de Demonio.

Gran, pensando de pie con un atuendo elegante, puso su mano cerca del labio.

—Hagamos eso, no debería suponer problema.

—Sería más fácil si fuera yo, acabaría en un santiamén—sugirió Demonio; Gran suspiró:

—No podemos arriesgarnos a perder a nuestro líder… —protestó como si hubiera dicho una idiotez.

—Puedes retirarte —ordenó arrogante y cansado de no intervenir en ningún conflicto.

El mensajero no se levantaba del suelo.

—¿Algo más? —preguntó Gran ante la reacción de éste.

—Sí…, ha aparecido un extraño rumor…

—¿De qué tipo?

—Corre la voz de que los elfos crearán un aterrador monstruo que nos exterminará… Una criatura de cuernos rojos más temible que un zomic enloquecido.

—Lo tendré en cuenta. ¿Eso era todo?

El mensajero asintió:

—¿Qué deberíamos hacer al respecto?…

Gran se quedó reflexionando mirando de reojo a su amigo.

—Haced caso omiso, existe la posibilidad de que sea una farsa.

—Recibido.

El mensajero marchó y Gran seguía dándole vueltas.

—¿Y si no lo es? —cuestionó Demonio.

—Debería investigar, partiré esta tarde.

—¿Y por qué no mandar a otro?

—¿Olvidas que hemos enviado a todos? Los demás comandantes dirigen la batalla desde dentro; además, soy el único espía que se toma en serio su trabajo. —Suspiró cansado—. Volveré en menos de una semana.

—Deberíamos esperar a que termine esta disputa y enviarlos hacia los elfos.

—No podemos enviarlos exhaustos a otra, sería nuestro fin si nos atacasen. Si el rumor acaba siendo falso, estaríamos en disputa e indefensos contra ellos y a otros posibles ataques. Los demás países piensan que disponemos de un gran ejército, por lo que no se han dedicado a mover ficha; aparte de que los elfos no ganarían nada matando a un demonio, provocarían una guerra que no les conviene.

—Pero ir solo es arriesgado.

—¿Y eso lo dices tú? Después de lo que provocaste la última vez… Y al contrario, será más fácil investigar de incógnito. Además, nunca me ha pasado nada, ¿cierto?

—Haz lo que quieras. —Demonio siempre era orgulloso de sí mismo y confiaba en él.

—Volveré con lo necesario. ¡Y ni se te ocurra intervenir por tu cuenta! —Marchó de la sala dejándolo con los pocos guardias que disponían.

Pasó una semana y la disputa con el país vecino finalizó.

Uno de los guardias entró al trono agitado y se arrodilló.

—Mi señor, en la entrada había un mensaje de los elfos… —informó aterrado.

—Continúa.

—Han declarado la guerra; junto al mensaje se encontraba el cadáver del estratega Gran…

—¡Imposible! ¡Llevadme hasta su cuerpo! —Sus tímpanos chirriaron, no creía lo que escuchaba.

Se dirigieron a unas criptas y se pararon delante de una tela que cubría el cadáver.

—Aquí, mi señor…

—Sal y no permitas que nadie entre. —Levantó la tela cuando se marchó; las extremidades y la cabeza estaba separada del torso como si hubiera sido arrancada de una manera brutal.

Con náuseas, se tapó la boca con ambas manos; se sentía alterado, no podía aceptar la realidad.

…¿Cuál fue nuestra última conversación? ¿Por qué no te dije que tuvieras cuidado? ¿Por qué tuve que decirle eso? ¿Cómo has acabado así?…

Para él era natural que siempre estuviera a su lado.

Gritó furioso, se escuchó por las inmediaciones, y los oyentes se arrodillaron; notó mareos y se llevó una mano a la cabeza.

…Un momento… ¿Cómo era Gran? ¿Era inseguro? ¿Era tímido? ¿Era alegre? ¿Lloraba?

Un dolor insoportable se apoderaba de su frente, se tiró al suelo agarrándose la cabeza.

…¿Cómo era él?…

Su cabeza estaba a punto de estallar, sus recuerdos con Gran se volvían cada vez más confusos y, rabioso, rugió.

…¿Yo… quién soy?…

Sentado en el trono, los comandantes esperaban sus órdenes:

—¿Qué debemos hacer con la declaración de guerra?

…¿Qué respondería y cómo?…

—Aniquilad a los elfos —ordenó tímido.

—Mi señor…, eso es una loc…

—¿¡Con quién crees que hablas!?

El comandante que estaba arrodillado frente a él agachó la cabeza sin poder replicar. Sabían que se había vuelto loco, pero estaban obligados a acatarle.

—Entendido…

…Si él estuviera junto a mí: «No podemos perderte, no vayas». ¿Diría algo así? ¿Debería esperar aquí sentado hasta que acabe todo?…

Era cerca de la medianoche. Con el puño cerrado apoyado en la mejilla, leía su primer libro.

—Mi señor, nuestro ejército… fue aniquilado por una sola unidad… —reportaba un mensajero que entró apresurado como si hubiera visto lo inimaginable.

Fuera del castillo se oía estruendos y gritos de agonía, uno de los vigilantes entró:

—¡Mi señor, los elfos han teletransportado frente nuestro castillo al monstruo!

—Interesante. Evacuad a los supervivientes y alejaros de la ciudad. Me ocuparé de él —respondió arrogante y con un toque de timidez.

—¡Sí, mi señor! —Una sombra se levantó en ambos y desaparecieron.

…Viejo, nunca pensé que liberaría estas cosas… Gran, ¿me estarás presenciando?

A medida que se liberaba de ellas, los ruidos de sufrimiento y de cristales rompiéndose se oían cada vez más cerca. Su cuerpo expulsó burbujas rojizas que liberaban sombras del mismo color.

Detrás de la puerta, el monstruo rugió; su grito rompió de uno a uno los faroles de la habitación, quedando a oscuras; cortó la puerta y accedió.

—Por fin nos encontramos… ¿Me buscabas? Deja que me presente. ¡Soy Gran Demonio! Dime tu nombre, lo necesitaré para el pedestal en el que colocaré tu cabeza.

La criatura de aspecto humanoide rugió; en esa inmensa oscuridad destacaban sus cuernos rojizos en forma de orejas de gato y unas piedras preciosas doradas radiantes en la punta de ambas colas.

—Buen nombre, perfecto para un monstruo como tú.

De una embestida se arrimó a él y, a una velocidad increíble, alargó la cola hacia su cabeza.

Demonio, sin mover ni un músculo, desplazó a la misma velocidad unas sombras rojizas, parándolas en el aire más la mitad de su cuerpo, dejándolo inmóvil.

—¿Has terminado? ¡Baja tu cabeza, monstruo! —exclamó con una arrogancia inigualable. 

Retrocedió en un acto de arrodillarse ante él, pero no funcionó contra la criatura.

Demonio retrocedió la cabeza para esquivar; desde su izquierda, en una sombra, la cola restante rajó su nariz y atinó en su cuerno derecho, rompiéndolo por la mitad.

A pesar de no dar signos de inteligencia, éste envió una cola como cebo para atacar de frente, y la otra la ocultó detrás del cuerpo, sumergiéndola en la sombra y embistiendo por sorpresa.

—¡Muere! —imprecó con rabia; apuntó con el brazo hacia él, enviándole dos sombras rojizas que parecían lanzas: una atravesó su brazo izquierdo haciendo que sangrara y rugiera como lo que era. Levantó el brazo a la misma altura que el pecho, y varias sombras rojizas arrinconaron a la criatura.

En acto de esquivar las siguientes acciones de Demonio, y de que tenía medio cuerpo inmovilizado, movió las colas con dificultad en el suelo para arrastrarse y adentrarse en las sombras.

—¿¡Piensas esconderte!?

Las sombras rojizas, como si fuera el mismo suelo, elevaron a Demonio; alzó su mano al techo y un sinnúmero de sombras se reunieron encerrándose en una burbuja de color sangre.

Desde las sombras aporreó con las colas su burbuja, pero no la pudo rasguñar y fueron repelidas.

—¡Voy a destruir todo! ¡Contempla mi mejor ataque, criatura!

…Con esta habilidad, puede que incluso destruya el mundo; no importa… Haré que pagues tus crímenes, sin importar el precio que tenga que pagar.

El monstruo elevó e incrementó la intensidad de luz de las colas con una potencia inigualable que cegaría durante varios minutos a cualquiera.

—Es inútil, aunque hagas desaparecer las sombras de esta sala, mis sombras no lo harán, arrebatan y se generan a partir de mi vitalidad, ¡no puedes hacerme nada!

Los pensamientos de Demonio ralentizaron la ofensiva al recordar a su amigo.

Y en ese instante, las colas del monstruo atravesaron su pecho por la espalda; expulsó sangre de la boca y miró de reojo detrás con dificultad.

—Jaja… Pensaba que eras un monstruo…, pero se queda demasiado corto… ¡Maldición! —pronunció rabioso con su último aliento; movió la mano hacia él y quedó en shock cuando vio que su propia sombra no le respondía.

El monstruo se adentró en su burbuja como de una sombra normal y rugió. Para finalizar, le partió por la mitad y controló la burbuja haciéndolo pedacitos.