Abel caminó por las calles de la ciudad con lentitud, hace mucho no pasaba por este barrio, por lo que el hombre contemplaba con cuidado los cambios: esas pequeñas diferencias que se habían producido con el tiempo y no existían en su memoria.
Como había dicho la anciana: realmente se sentía bien recordar un poco el pasado, pero por desgracia los recuerdos felices que Abel había tenido en este barrio eran cosas del pasado y no podían volver a repetirse en la actualidad.
La casa donde vivía Abel estaba ubicada en una avenida bastante transitada de la ciudad, por lo que la calle estaba repleta de autos y colectivos, mientras que la gente iba y venía por todos lados en las amplias veredas. La avenida estaba rodeada de restaurantes, locales de ropa, supermercados y otro tipo de servicios.
Con una mezcla de emociones bastante extraña, Abel caminó hacia una puerta de metal negro que se encontraba escondida entre dos locales de la avenida.
Esta puerta de metal conducía hacia la casa de Abel; la parte delantera de la casa del viudo estaba constituida por cuatro locales que Abel ponía en alquiler para ganarse la vida, mientras que en la parte trasera del terreno de los cuatro locales se encontraba la casa propiamente dicha.
Abel sacó su llavero y con las manos temblorosas, tomó la llave más moderna y la colocó sobre la puerta de metal. Puso la llave en la cerradura y tras dejar la mano en las llaves unos minutos abrió la puerta.
Uno pensaría que tomarse tanto tiempo para abrir una puerta era una cuestión claramente innecesaria y ridícula, pero lo cierto es que Abel había tenido que reunir mucha valentía y coraje para abrir esta puerta. Desde la muerte de su esposa, hace 5 años, el viudo había dejado abandonada esta casa y nunca más había vuelto.
Abel no soportaba vivir en una casa en donde todos los muebles y objetos le recordaban a su esposa fallecida, por lo que el hombre decidió ir a vivir con sus padres; no obstante, Abel tampoco soportaba la idea de vender la casa donde habían ocurrido los recuerdos más felices de su vida.
Al abrir la puerta, Abel se quedó mirando el zaguán que conducía a su casa por un buen rato, ignorando a los transeúntes que caminaban en la vereda por su espalda y el ruido de los bocinazos sonando en la avenida producto de los conductores enojados y apurados.
El zaguán era bastante bonito y tenía un diseño muy antiguo: las paredes eran de madera amarillenta con patrones de cuadrados, mientras que los azulejos en el piso tenían un patrón de flores amarillas y blancas. Al fondo del zaguán podía verse una puerta de cristal y madera. Al lado de la puerta se encontraba una planta, ya marchita por la falta de cuidado.
Abel tocó un interruptor y unas lámparas se prendieron iluminando el zaguán, lo cual permitió observar con mejor detalle la cantidad de polvo que había en el suelo del pasillo. Abel entró al zaguán y cerró la puerta de metal.
Acto seguido, el viudo caminó con lentitud hasta la planta al lado de la puerta de madera y observó el estado marchito de la planta con pena.
—Tendría que haberme llevado las plantas...—Murmuro Abel en voz baja, quebrando una de las hojas secas de la planta con su mano.
Luego, el hombre miró con cuidado la puerta de madera y cristal, ya que desde los cristales podía verse la sala de recepción espaciosa del interior. Con lentitud, Abel levantó su mano y giró la perilla de la puerta.
Tomándose su tiempo, Abel comenzó a abrir la puerta mostrando la sala de recepción: el diseño del cuarto era bastante antiguo; sus muebles eran de madera y había una chimenea roja con dos cuadros bastante grandes en sus costados.
La pared de la sala de recepción eran blancas, mientras que el piso de la habitación era de madera y sobre el mismo se encontraban varios sillones, una mesa de madera y un televisor bastante grande.
Abel entró a la habitación y se dirigió a la chimenea. Ignorando los muebles con polvo en la sala, el hombre miró las pinturas a los costados de la chimenea con bastante cariño.
La primera pintura era la de un hombre muerto en un paisaje apocalíptico. El hombre estaba colocado en una silla, pero el cuerpo del hombre parecía haberse fusionado con la silla, por lo que su carne y huesos putrefactos parecían ser parte de la madera de la silla formando un asiento bastante tétrico.
La segunda pintura era una sala cuadrada con paredes de color gris; una ventana sin cristal podía verse en la única pared completamente visible de la sala, a través de la ventana podía verse un parque donde niños jugaban y eran la única parte del cuadro con colores vivos.
Mientras que en las dos esquinas visibles de la habitación gris, ocultos de la ventana, se encontraban dos maniquís blancos mirándose desde la distancia, uno era flaco y muy alto: llegando hasta el techo. Mientras que el otro era petiso y gordo. Los dos maniquís vestían trajes negros y estaban colocados sobre un piso que parecía lleno de ceniza.
Sin lugar a dudas, las pinturas eran lo más llamativo del cuarto, ya que eran pinturas bastante tétricas para una sala de recepción. Pero estas pinturas eran muy especiales para Abel, por el hecho de que las había pintado Ana.
Abel pasó su mano con cuidado por la firma de Ana en la pintura del cuadro, logrando apreciar que la firma pintada en el cuadro tenía exactamente el mismo estilo que la firma escrita en la carta.
Acto seguido, el viudo se dirigió hacia una de las habitaciones de la casa, ya sin tantas dudas.