Apenas regresaron mis padres, mi enojo, frustración y simolemente la incredulidad de todo el asunto explotó de mi interior.
—¿¡Cuál es su problema!? —Les grité a ambos apenas cruzaron la puerta, luciendo sorprendidos solo de mi arrebato. Debía parecerles bastante extraño considerando que toda mi vida había sido obediente. —¿¡Por qué ni siquiera me consultaron primero!? ¿¡Acaso pensaron en mi antes de venderme!?
—Diane... —Mi madre fue la primera en acercarse. Una expresión de comprensión adornaba su rostro, pero eso solo me hizo enojar más.
—¡No! ¡No! ¡Tú más que mi padre... fuiste la que dijo que...!
—Diane, nunca te dije que no. Solo te dije que podía ser que no. —Dijo elevando la voz antes de que yo pudiera decir nada. Aunque su cara empezó a reflejar mi propio enojo, ví un brillo de advertencia en sus ojos.
Ella tampoco tenía voz enfrente de mi padre, así que debía cuidar mis palabras... Pero estaba fuera de mis cabales.
—¡No soy un objeto que pueden entregar como si fuera una moneda! ¡Aunque hayan hecho un trato por mínimo debieron avisarme! ¿¡Acaso no pudieron mejor pedirle la mano a Macbeth para Cedric!?
—¡Diane! ¡Sabes que Cedric no puede casarse con cualquiera...!
—¿¡Entonces yo si soy cualquiera!? —Respondí con mi creciente enojo, con lágrimas al borde de mis párpados listas para caer. —¿¡Tú eras cualquiera!?
—¡¡DIANE!! —Esta vez la voz de mi padre llenó toda la sala, haciéndome encogerme un poco por la intensidad de su voz. Hace mucho tiempo que no me gritaba... —¡¡CUIDA ESA BOCA TUYA!! Vuelves a faltarle el respeto a tu madre y no te acabarás el castigo, ¿Escuchaste?
—¡Pero no es justo! ¡Pensé que al menos tomarían en cuenta mi opinión para casarme con diferentes candidatos! ¡Y después de mi cumpleaños, en primer lugar!
—¡Ya basta con esta rabieta tuya! —Por fin harto del berrinche, esta vez mi papá dió un paso adelante de mi madre. Era un poco raro que él fuera quien tomara el mando en controlar a los hijos. Normalmente todo lo relacionado a nosotros se lo dejaba a mi madre, siempre bajo la excusa de que era su rol. —¡No me importa si querías casarte con otro, siempre supiste que tendrías que casarte con el que elijamos tu madre y yo porque es lo mejor para todos en esta familia! Ni siquiera has demostrado el menor interés en ningún hombre hasta ahora, ¿Qué diferencia hay ahora con antes? ¿Que no te dimos elección? —Bufó riéndose y eso golpeó bastante bajo en mi orgullo. Apreté los puños, aguantandome los insultos que llegaron a mi cabeza. —No eres una niña estúpida, Diane Ivory. Eres una mujer. Acepta los hechos, acepta tu lugar y madura de una buena vez. Harás tu labor te guste o no, porque todos en este hogar tenemos un trabajo. Y si no te parece, no me importa. Me obedecerás y punto. Y pobre de ti si te atreves a hacer otro de tus berrinches o afectar de cualquier manera está unión. —Me señaló con un dedo acusador... Algo que solía hacer cuando me estaba poniendo un castigo o un ultimátum. Aunque hasta ahora, solo había sido porque había hecho una que otra travesura. Ahora mismo se sentía como una verdadera amenaza. —¿Entendiste?
Apreté la mandíbula a la par que mis manos. Mis ojos dejaron caer las lágrimas y fue la gota que derramó el vaso para mí.
Odiaba llorar. Odiaba que me controlaran... Pero ahora mismo, odiaba peor la frustración que me producia tener que bajar la cabeza.
—Si... Padre. —Las palabras salieron estranguladas, sin dejar que mis dientes se abrieran mientras las decía.
Él pareció no creersela, pero nunca tuvo la paciencia para hacer muchas cosas con nosotros. Solo agitó la mano para indicarme indirectamente que no quería saber nada de mi en el momento y era "libre" de irme.
Salí hecha una tremenda furia al exterior. Necesitaba descargar esta ira.
—Diane... —Ray se acercó con una mano estirada, pero yo la golpeé lejos de mí.
No quería saber nada de esa casa por un buen rato.
Di un cerrón al salir al exterior, caminando a pasos furiosos hacia los jardines. Pateé cada piedra, rama, arbusto y pedazo de basura que viera en el suelo. Noté que algunos soldados y sirvientes me vieron con extrañeza, pero apenas volteaba a verlos yo fijamente, todos terminaban bajando la vista o huyendo de mí.
Tsk, ojalá pudiera hacer eso con mi padre ahora mismo.
Quien quiera que me viera ahora diría que solo estaba haciendo una rabieta de niña mimada. De alguien que solía obtener las cosas cuando y como las quería justo al momento. Enojada de que las cosas no salieran como ella quisiera...
Pero la verdad no podía ser más alejada de eso.
Desde que tenía memoria, fui obediente por una sola y única razón: vivía constantemente bajo amenazas.
Podía no parecerlo porque a pesar de todo mis padres me seguían hablando con cariño y había disminuido la cantidad de "lecciones", pero eso no borraba el pasado.
No sería exageración decir que varias vidas se habían perdido por mi culpa...
Al menos ahora no tenían nada en mi contra. No tenía una amiga tan cercana a la que pudieran amenazar. No tenía ninguna mascota a la que pudieran cortarle la cabeza. No había nada que yo quisiera o amara que no fueran mis hermanos, y a ellos no podían hacerles nada.
Ellos aprendieron igual. Todos lo hicimos. Simplemente era lo normal en casa. No podían castigarnos directamente a nosotros por varias razones, pero si que podían castigar a otros en nombre de, y si lastimaban a alguien, automáticamente era nuestra culpa. Por no obedecer. Por no aprender.
Pero eventualmente mi madre se hartó de ese tipo de enseñanza conmigo, al ser su única niña. Y también porque ella era la externa a esa vida. No había crecido de esa manera, pero cuando mi padre había aplicado esas mismas enseñanzas con ella, entonces no tuvo opción.
Así, con los años, empezó a enfermarse.
Primero aparecieron como simples dolencias; dolores de cabeza, de músculos, de huesos... Luego empezaron los cambios de humor. Y no fue hasta que me golpeó un día que decidió hacer algo al respecto.
Por eso tanta medicina. Por eso su obsesión y alegría al saber que el doctor había llegado. Y a pesar del enorme moretón en mi cara, nunca le guardé tanto rencor como el que le tenía a mi padre.
Una parte de mi sabía que lo hacía porque nos quería y quería fortalecernos para este tipo de situaciones, metiendonos a la fuerza la idea de que nuestras indecisiones y malos comportamientos no nos afectarían a nosotros, sino a los que nos rodeaban.
"Estábamos hechos para ser líderes", nos dijo un día a los tres. "Y por esa razón, siempre deben pensar primero antes de actuar, porque no serán ustedes los afectados... Serán sus seguidores".
Por eso la obediencia. Por eso no me atreví a dar un paso más allá de lo que me era permitido.
Pero ni siquiera por tal obediencia fui recompensada. Solo era esperado de mi bajar la cabeza y aceptarlo. No hubo ningún beneficio por ser obediente, solo amenazas de no serlo.
Ni siquiera me dí cuenta de dónde estaba cuando logré salir de mis pensamientos.
Usualmente era una persona bastante más equilibrada mentalmente. No hacía cosas sin pensar las antes. No diría que era tan brillante en ello como mi hermano Cedric, pero me esforzaba.
Pero cuando las emociones de las que constantemente huía me alcanzaban, a veces mi cabeza se nublaba. Literalmente. No sabía que pasaba en esos lapsos de tiempo. Era un borrón en la memoria.
Ya había oscurecido, así que me costó un poco de trabajo ubicarme al inicio. No solía visitar esa parte del terreno de los Ivory...
Levanté la vista al edificio que tenía a un lado y una cruz roja encima de las puertas dobles por fin me reveló mi posición. Pero me sorprendió un poco el hecho de estar ahí.
Estaba en una de las esquinas de la zona de los guardias, la más alejada respecto a la mansión. Nadie dentro de la casa quería ver heridos en una zona residencial, así que la habían puesto lo más lejano posible dentro de los límites del área de los guardias.
No sé por qué había terminado en esa área... Pero mi subconsciente puso un pensamiento como respuesta para mí.
¿No debería estar aquí ese taur?
Me limpié las mejillas de las últimas lágrimas que habían caído, aunque sin mucho éxito. Se habían secado y ahora sentía las mejillas algo irritadas.
La curiosidad pudo más que mi racionalidad y me acerqué al edificio, asomándome primero por las ventanas al lado de la puerta en busca de alguna señal del esclavo.
Las luces estaban apagadas y ninguna de las camas se veía ocupada.
Fruncí el ceño un poco confundida. Recordaba claramente hablarle dado la orden a ese guardia de darle atención médica. ¿No debería estar aquí? Sus heridas no eran poca cosa.
Sin hacerle caso a mi lado racional, entré a hurtadillas. No esperaba que hubiera nadie en primer lugar. No era época de tener nuevos reclutas, así que no había mucha actividad que lastimara a los guardias, que ahora solo se encargaban de cuidarlos a ellos. Durante la guerra, ese lugar había estado lleno de nuevos soldados aprendiendo a luchar con cada nueva herida de pelea.
Pero ahora estaba solo y eso solo me impulsó a seguir adelante.
Curiosa, ví cada camilla pulcramente acomodada y con una mesa a un lado sin nada encima, pero con varios cajones. Cuando conté una sola linea de camas, calculé al final que eran 30 camillas en total.
Al llegar al fondo de ese enorme salón, las puertas dobles del fondo también estaban cerradas y el pasillo detrás con la luz apagada. Eso solo me hizo preguntarme qué hora sería. Aparte del rumbo, había perdido todo sentido del tiempo.
Me colé más al interior, sin saber exactamente la razón. Algo me llamaba a seguir avanzando y explorando.
El pasillo se alargaba a izquierda y derecha. A la izquierda solo ví una serie de puertas metálicas con un foco rojo encima apagado y a la derecha ví otras puertas pero de madera. Y al fondo de la derecha, otro pasillo.
Seguí explorando pues hasta llegar al siguiente pasillo y en la siguiente intersección encontré mi respuesta a lo que inconscientemente estaba buscando a la izquierda. Una puerta reforzada que ahora mismo estaba abierta, con una luz tenue derramándose por el pasillo. Apostaría cualquier cosa que ahí abajo estaría el taur.
Siendo lo más silenciosa posible, me metí por la puerta y me encontré con unas escaleras hacia un sótano. Eso reforzó mi hipótesis y con pasos silenciosos bajé al interior.
—Eso es todo por ahora. Ya muero de sueño. ¿Recuérdame por qué tenemos que tratar de repente a este esclavo? —Escuché una voz rebotando por las paredes. Había otro pasillo cuando bajé, pero a lo largo de este ya no había simples puertas, sino barrotes que mantenían encerrados a sus ocupantes. Una de ellas tenía la luz encendida y era de donde se escuchó la conversación.
—Por que el imbécil de Derrick no se pudo aguantar a usar el látigo de espinas enfrente de la señorita de la casa. —Escuché a una segunda voz, confirmando quien era el paciente ocupando la celda. —Le dije que no lo usara. No mientras fuera de día, de todos modos.
—Derrick siempre fue un imbécil. Al menos me alegra que lo hayan despedido. —Respondió la segunda voz. —Me pregunto quien ocupara su lugar.
—Ni idea. Fue muy repentino. —Se escuchó un bostezo, aunque no supe de quién. —Ya vámonos, ya hemos perdido medio día con esta bestia.
—Y que lo digas. Es puro gasto de material si me preguntas a mi.
—Ey, por lo menos no lo pagas tú. Solo obedece y quizás la señorita hable bien de nosotros con su padre. Se nota que la adora y escuchará cualquier cosa que le diga.
Solo esas palabras hicieron mi sangre volver a hervir.
Si, claro. ¿Qué tal si le digo que ustedes dos me agradan? Quizás los use como nueva amenaza para obedecer.
Estaba escondida ya detrás de un mueble lleno de frascos y cosas de medicina, justo al lado de las celdas. Me hice más chiquita todavía cuando escuché que su conversación salía de la celda y de repente la luz apareció en el mismo pasillo donde estaba, pero nunca del lado donde estaba escondida.
—No me molestaría tener los ojos de la señorita encima. Querría ser su favorito en cualquier momento y que me volviera a hablar con ese tono mandón que tiene. —Los escuché hablar haciéndome poner los ojos en blanco mientras se reían entre ellos.
Escuché algo tintinear, unos cajones abrirse y cerrarse y luego reanudaron su camino. No se percataron que estaba ahí y cuando subieron las escaleras, esperé un momento hasta que ya no escuché sus voces. Ahí fue que por fin salí del escondite y caminé hacia la celda ocupada.
Había un inodoro, un lavabo y lo principal, una cama, pero nada más. Y por supuesto, descansando plácidamente como si nada, estaba él.
El esclavo de mi padre.