Justo como Lith y Solus habían predicho, los esqueletos gólems lucharon sin miedo a la muerte ni cuidado por su supervivencia. En el momento en que sufrieran daños por encima de cierto umbral, no dudaban en hacerse explotar.
Los Fénix se habían visto obligados a retroceder y luchar solo con magia, perdiendo la ventaja que les otorgaba su superior poderío físico. Acercarse al campo de batalla era arriesgado, pero el corazón de Lith latía de emoción.
—¿Puedes estudiarlos? —preguntó Lith.
—A esta distancia, no. Lo que puedo decirte incluso desde aquí es que mientras los pseudo núcleos de los prototipos de armas encantadas han sido protegidos con hechizos de camuflaje, los de los cristales de mana son perfectamente visibles. —Solus respondió.
—Tiene sentido. —Él pensó mientras formulaba su plan de batalla.
—Sin los Ojos, estudiar un artefacto durante una pelea es imposible y los gólems están programados para autodestruirse en el momento en que sean incapaces de luchar más.
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