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5.1

Después de saciar su apetito, Helena se dedicó a la tarea de limpiar la cocina, dejando atrás los vestigios de la comida. El aroma a café recién hecho aún flotaba en el aire, mezclándose con el fresco olor a jabón que emanaba de los platos lavados. Al terminar, se dirigió por el pasillo hacia su madre, quien se encontraba en el jardín, regando las plantas con una devoción casi maternal. El suave sonido del agua golpeando la tierra, como un susurro rítmico, creaba una atmósfera de paz y armonía. Helena se acercó sigilosamente, sin querer romper la tranquilidad del momento. Observaba a su madre con ternura, admirando la delicadeza con la que humedecía cada hoja y tallo, como si acariciara a sus propios hijos.

—Ma, veo que te gusta regar las plantas.

—Así es, disfruto haciéndolo. No te miento pero es uno de mis pasatiempos favoritos. La brisa del agua me relaja; su frescura y pureza me reconfortan. El aroma de mis flores y la tierra húmeda tienen un efecto calmante en mí. No sé por qué, pero cuando me siento estresada, venir aquí y cuidar de mis plantas me tranquiliza enormemente.

—Lo comprendo, a mí también me sucede, pero cuando estoy cocinando o lavando los trastes.

—¿Tú cocinas?—preguntó su madre, alzando una ceja.

—Sí, hace poco empecé a tomar clases de cocina, y la verdad es que se me da bastante bien.

—¿Qué tipo de comidas sabes preparar?

—Mmm, chut de carne asada, espagueti con albóndigas, arroz chino, salsa a la boloñesa, ramen...

—Te estoy preguntando qué platillos en verdad sabes hacer

—Mamá, eso es comida de verdad

—Jaja, eso es pura comida rápida, hija— bromeó la señora salpicandole agua en el rostro.

—No es cierto,espera... simplemente desconoces ese tipo de cocina, pero te aseguro que si te preparo alguno de esos platos, cambiarás de parecer.

—Eso quiero ver, que mi hija cocine para mí... ¿Ves esa planta con hojas grandes?—La señora señaló hacia una maceta metálica con raíces asomando por los agujeros.

—Sí, me dijiste que la abuela la plantó, recuerdo haberla regado por eso mismo.

—Así es, y las que están cerca de las rosas también son de ella... Solo te pido una cosa, nunca abandones estas plantas, hay que cuidarlas y regarlas abundantemente—instó su mamá.

—Lo sé, pero porque...

—Un día estamos aquí y al siguiente ya no se sabe, Helena. La vida da muchos giros inesperados.

—Mamá, no hables así, que me asustas.

—Eso no es nada malo, hija, pero es la verdad. Tú volviste por aquellos comunicados, ¿ves por qué lo digo?

—Ya entendí, sigues molesta por lo de anoche.

—No estoy molesta, solo un poco decepcionada. Tu papá me dijo que no piensas regresar ni con tu casa hecha.

—Eso es lo que pensaba hacer, pero al llegar aquí, al ver a mi padre, al verte a ti, eso fue suficiente para decidir cambiar de opinión. Lo reflexioné mucho durante la noche y creo que... volveré como te había prometido antes, regresaré cuando mi casa esté completamente terminada.

—Me alegra mucho, Helena. Así debe ser, hija, cumplir con tus promesas.—Su mamá soltó la regadera de plástico y la abrazó con lágrimas en los ojos.

—Siempre lo hago—declaró Helena.

—Pero sabes, hay algo que me tiene pensando.

—¿Qué es, mami?

—Esos anuncios televisivos, los comunicados, me tienen más que preocupada.

—Maa, ya no pienses en eso, porque yo en lo único que pienso, es en ese delicioso caldo de res que preparaste. Me gustaría que me enseñes a hacerlo.

—¿Es lo único que quieres que te enseñe?—dijo su mamá, quitándose una lágrima de sus ojos.

—No, quiero que me enseñes a hacer todo lo que sabes hacer con tus hermosas manos.—Entusiasmada, le respondió a su madre sin dejar de abrazarla por la cintura.—Te amo, mami—expreso ahora besando su cachete.

—Yo también te amo, mi hermosa niña. Y ya me enteré del búnker que hizo tu padre detrás de tu casa.

—Si, ¿qué te dijo?

—Quiere alojarse ahí para cuando sea la reunión.

—¿Y qué le respondiste?

—Sabes que no puedo llevarle la contraria, ni aunque lo intente, es tu padre Helena, ya lo conoces.

—Lo sé, pero maa, tienes que...—comenzó la morena, pero fue interrumpida por una voz masculina que las llamaba desde atrás.

—¡Helena!, hija, ven—llamó una voz ronca, que parecía venir dentro de la casa.

—¿Qué pasa, papá?

—Te están buscando.

—¿Quiénes?

—Afuera hay unas fanáticas tuyas.

—¿Fanáticas mías?—

Helena fue tras su llamado y al abrir la puerta de la casa, se encontró con tres chicas adolescentes que la miraban con mucha admiración, cada una sosteniendo un libro que ella había escrito. Se acercaron con cautela, como si estuvieran frente a una figura de gran importancia, sus ojos brillando con emoción y reverencia ante la autora de las historias que tanto amaban.

—Hola chicas—saludó con una sonrisa al ver sus comportamientos.

—Hola—respondieron las chicas muy emocionadas.

—¡Helena, sí es ella, no puedo creerlo! —exclamó la que estaba al fondo del grupo.

—Sí, esa soy yo. ¿Qué pasa, niñas?

—¿Nos podrías firmar nuestros libros, por favor?—pidió la más grande de ellas.

—Claro que sí. Vaya, no sabía que tenía un grupo de fans en el pueblo—comentó, tomando uno de los bolígrafos que las chicas le ofrecían con entusiasmo.

—Por supuesto que las tiene. Mi nombre es Angela, ella es Antonia y Ketzali. Estamos muy felices de que haya regresado al pueblo.

—Hola Angela, Antonia y Ketzali. Mucho gusto en conocerlas.

—El gusto es nuestro—

La felicidad de las chicas era más que evidente; no dejaban de mirarse y reírse unas a otras mientras Helena firmaba sus libros.

—Muy bien, ¿en qué más puedo ayudarles?—preguntó ella con amabilidad.

—No, solo queríamos conocerte y tener tu firma en nuestros libros era algo que ansiábamos desde hace mucho tiempo —explicó una chica con el cabello trenzado.

—Los chicos de nuestra escuela no lo van a creer. Ah, por cierto, ¿quieres que les avisemos de que estás aquí? —hablo la chica llamada Angela.

—No chicas, no es necesario, gracias. Dejen que se enteren por sí mismos, ¿de acuerdo?—respondió sutilmente complacida.

—De acuerdo, entonces muchas gracias por las firmas. Nos vamos para no molestarte.

—Adiós, esperamos volver a verte pronto—agregó otra mientras se despedían.

—Fue un placer conocer a la señorita misterio en persona—comentó la joven más rechoncha de todas ellas, provocando risas entre las chicas.

—Sí, niñas, cuando quieran. ¿Son de por aquí, verdad?

—Solo yo. Antonia y Ketzali son de la ciudad.

—Ya veo. ¿Les gustaría pasar a comer a mi casa?—

Una cálida sensación de alegría la invadió al ver la anticipación en los ojos de las pequeñas, lo que confirmó rápidamente sus respuestas.

Jamás se habría imaginado que pasaría una mañana tan alegre conociendo a ese grupo de fans suyo. Ya hacía mucho, que no se juntaba con sus admiradores, el tiempo que tenia era muy reducido para esas reuniones.

Ahora se sentía bien consigo misma, especialmente porque las chicas no dejaban de elogiar su trabajo. La experiencia le recordó la importancia de tomarse un momento para conectar con quienes apreciaban su trabajo, y se sintió agradecida por haber tenido la oportunidad de compartir ese momento especial con ellas.

Las jóvenes se despidieron de ella con abrazos y palabras de admiración. Helena las acompañó hasta la puerta, despidiéndose con una sonrisa cálida y sincera. Al salir, observó la calle principal atestada de autos estacionados. Un grupo de personas, con pelotas de fútbol bajo el brazo, se reunía en la esquina de la siguiente cuadra. Un murmullo de emoción llenaba el aire. Helena sonrió, comprendiendo que no era la única en ese pequeño pueblo escondido en la naturaleza del mundo exterior que tenía un grupo de fanáticos leales.

....

La noche había caído, incapaz de encontrar sosiego, paseaba de un lado a otro de su habitación, aferrada a su teléfono como si fuera un salvavidas. Cada mirada a la pantalla la llenaba de una nueva oleada de angustia: Stanly seguía sin responder a sus llamadas.

El vino compartido con sus padres unas horas antes había perdido su sabor agradable, dejando en su paladar un regusto amargo de preocupación. La imagen de Stanly abordando el avión, con una sonrisa en el rostro y un gesto de despedida, se reproducía una y otra vez en su mente, atormentándola con la posibilidad de que algo terrible hubiera sucedido.

La soledad de la habitación la envolvía como una mortaja, amplificando el silencio ensordecedor. Solo el tic-tac del reloj en la pared parecía marcar el paso del tiempo, un tiempo que se extendía como una eternidad en su desesperada espera.

¿Habría perdido Stanly el vuelo? ¿Se habría encontrado con algún problema en el aeropuerto? ¿O tal vez... algo más siniestro estaba ocurriendo? La mente de Helena se negaba a considerar esta última posibilidad, pero la semilla de la duda ya había sido plantada.

Con un sollozo ahogado, se dejó caer en la cama, abrazando la almohada con fuerza como si fuera el único consuelo que le quedaba en ese momento.

De repente, un sonido irrumpió en el silencio de la habitación. Su celular, comenzó a sonar con insistencia. Un rayo de esperanza atravesó la oscuridad de su mente. Con un movimiento rápido, se limpió las lágrimas que aún surcaban sus mejillas y extendió la mano hacia el aparato.

—¡Stanly! eres un tonto o que, ¿por qué no respondiste mis mensajes? No sabes lo preocupada que estoy por ti—dijo con una mezcla de alivio y preocupación.

Tranquila, mi amor, estoy bien. Ocurrió algo imprevisto en la ruta de mi vuelo, por eso no logré contactarte. Y no creerás lo que pasó. Vi las naves, Helena. Las malditas naves extraterrestres. Eran iguales a las que vimos en NeloViork. Nos dijeron que no habláramos de ello, pero no me importa. La verdad es que no sé qué hacían allí. Eran demasiadas. Escuché que esas naves eran de carga y transporte. Lo más extraño fue que en ellas estaba el nombre de las aerolíneas. Todas tenían nombres de aerolíneas de cualquier parte del planeta.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó desconcertada.

Creo que no son ovnis lo que vimos antes, son naves creadas por el gobierno, o algo así escuché, y si no me equivoco me parece que... —Stanly se detuvo repentinamente.

Por un momento no se escuchó nada al otro lado del teléfono.

—Sí, ¿Stanly? —insistió preocupada por el silencio que la acompañaba.

Esas naves... son para salir del planeta —dijo él con tono grave y lleno de significado.

—¿Qué estás diciendo?

Lo que escuchaste. Quieren desalojar el planeta.

—¿Pero por qué razón?—preguntó Helena mientras recordaba el comunicado que había leído arriba del avión. ¿A eso se referían con su próximo hogar? ¿Vivir en otro planeta?

No lo sé mi amor, pero creo que mañana sabremos la respuesta a esa pregunta —concluyó él.

Helena se limitó a seguir con esa conversación tan inusual. Mejor prosiguió con la pequeña reunión inesperada que tuvo con aquellas fanáticas suyas. Su novio estuvo muy atento para escucharla.

Alguien llamó a la puerta de la escritora, interrumpiendo la plática de aquella pareja enamorada.

—Espera, bebé, mis padres me están hablando —dijo antes de dirigirse hacia la puerta.

Al abrirla, se topó con un hombre un poco mayor que ella, de piel morena, delgado, con el pelo desaliñado y una barba estilo candado que dejaba ver una enorme sonrisa en su cara.

—Señorita misterio, pero mira qué bonita estás.—El hombre la abrazó y la besó en la frente. —Me alegra verte, hermanita.

—Matt, qué alegría, vaya, tú sí que has estado haciendo ejercicio, no puedo creerlo. —Sonrió la chica, sosteniendo los delgados brazos de su hermano.

—Jaja, qué graciosa. Mamá me informó de tu llegada, ¿por qué no me avisaste? Podríamos haber acordado llegar el mismo día —dijo Matt con una sonrisa.

—Te llamé después de enterarme del primer comunicado, pero no respondiste.

—Aquel día en el trabajo, nadie tenía señal. Tu llamada no se registró en mi celular. Te marqué en la noche, pero ya no supe de ti.—explicó su hermano.

—Perdí mi teléfono cuando nos desalojaron de la carretera principal —continuó.

—Entonces te tocó escuchar el comunicado desde el exterior —dijo Matt asintiendo con entendimiento.

—Si, espera—Helena le mostró la pantalla del teléfono a su hermano y después prosiguió—Stanly, ¿sigues ahí?

Si, aquí sigo. Saluda a tu hermano, escuché que está contigo—se escuchó al otro lado del teléfono.

—¿Quién es, tu novio el güerito?

—Matt, Stanly te manda saludos—mencionó antes de que su hermano le quitara el teléfono de sus manos.

—El famoso Stanly. ¡Saludos, hermano! Bueno, mi hermana te llamará en otro momento porque ahora tendrá una charla muy seria conmigo. Así que, portate bien. Adiós, cuídate.—Terminó la llamada y el moreno le devolvió el celular a la escribana.

—Te pasas, quería despedirme como se debe—se quejó ella.

—¿Qué? ¿Le ibas a mandar besitos al otro lado del teléfono y decirle que lo amas? —bromeó este.

—Eso es lo que tú haces, ¿verdad?

—Así es, como todo buen novio debería hacer—respondió con orgullo su hermano.

—¿De qué plática seria quieres hablar, eh?

—No era nada, solo quería que el tonto de tu novio te dejara en paz porque vas a ir a cenar conmigo—explicó Matt con una sonrisa traviesa.

—Gracias, pero ya cené con los viejos.

—Vamos, es una sorpresa. Sé que amas las sorpresas —insistió él.