webnovel

16.1

—¡Sally, Leyla!—Corrió tras ellas hasta abrazarlas a ambas.

—Helena, nos vamos, ya nos vamos de aquí—dijo su prima entre lágrimas, sin soltarla, sus brazos envolvían su cuerpo y sus dedos temblaban de tristeza o tal vez de un posible miedo. —Perdóname, perdóname por todo, Helena.

—¿Qué dices, Sally?

—Sé que estabas enojada conmigo por no acompañarte y no estar contigo cuando más lo necesitabas. Te pido que me perdones por favor.

—Sally, no tienes por qué disculparte—dijo Helena con el mismo llanto que su prima.—Y yo jamás me enojé contigo. Soy yo la que debe disculparse con ustedes, por alejarme de nuevo. Pero les prometo que no estaremos separadas por mucho tiempo, yo iré por ustedes, lo juro.

—Tía, no me quiero ir, quiero quedarme contigo—la pequeña sollozaba mientras se aferraba a su cintura con una fuerza sorprendente, casi dejándola sin aire.

—Mi amor, tranquila —dijo Helena, agachándose a la altura de la niña. Con suavidad, le acarició el cabello, tratando de calmarla. Al mirarla, encontró un rostro de descontento y las mejillas enrojecidas por el llanto constante. Con ternura, tomó su carita entre las manos y le secó las lágrimas con los pulgares—. Todo estará bien, ya lo verás. Irán a un lugar mucho mejor, es muy similar a este. Te encantará, mi hermosa niña, eso te lo prometo.

—¿Y por qué no vienes con nosotras?

—No puedo, aún no —respondió Helena con tristeza—. Pero cuando pueda hacerlo, te prometo que iré inmediatamente con ustedes. Por ahora, debes ir con tu madre. ¿Quién la va a proteger si no? Tienes que cuidar mucho de ella, ¿entendido?—

La niña asintió lentamente, aunque la tristeza aún empañaba su rostro. Helena le dio un beso en la frente y la abrazó con fuerza, sintiendo cómo la niña sollozaba contra su pecho. Finalmente, con un suspiro, se separó y le sonrió con calidez, esperando que sus palabras lograran consolarla aunque fuera un poco.

—¡Sally, Leyla, es hora de irnos! —un muchacho alzó la voz, llamando la atención de las chicas mientras el viento mecía sus cabellos.

—¡Ya vamos, Samu! —gritó su prima, volviéndose hacia Helena—. Cuídate mucho, ¿está bien?

—Ustedes también deben hacerlo, Sally —respondió Helena con anhelo mientras miraba a las chicas. Sentía cómo se partía con sus propias palabras. Aquello le recordó la última vez que se despidió de ellas; la sensación era casi la misma.

—Vamos, Leyla, ya es hora de irnos—Sally limpió sus lágrimas y comenzó a buscar los brazos de su hija.

—Adiós, mi amor— le dijo a su sobrina, quien corrió hacia los brazos de Samuel. Un viejo conocido, quien a su vez se despidió con un gesto de la mano.

—Nos vemos, Helena. Imposible no extrañarte otra vez, querida prima. Te amo y te quiero mucho —murmuró Sally, quien había sido su mano derecha en el campo de juego, la que una vez le jaló de los pelos por tirarla a un charco, y la que había sido su cupido en los años de adolescencia.

Se separaron lentamente, sus manos aún aferradas una a la otra, prolongando el contacto todo lo posible, hasta que finalmente se soltaron. Sally caminó con pasos lentos, dirigiéndose hacia su familia, sin dejar de mirar a Helena. La distancia entre ellas crecía, pero sus miradas se mantenían conectadas, cargadas de emociones y recuerdos compartidos.

—¡Yo también te quiero mucho, Sally! ¡Las amo a las dos! ¡Pronto nos volveremos a ver, se los prometo! —

Sus palabras resonaron con fuerza, intentando transmitir todo su amor y esperanza en ese momento final.

Y en un fugaz parpadeo, las naves desaparecieron de la escena, dejando tras de sí el eco de los últimos momentos compartidos y un hueco en su pecho. Consciente de que solo el paso del tiempo y la distancia podrían aliviar su dolor, se encontraba ante el comienzo de un nuevo capítulo en la vasta historia de la galaxia, marcado por la partida de aquellos a quienes amaba.

....

Helena no podía contener las lágrimas mientras contemplaba los recuerdos grabados en su móvil. Sabía que debía encontrar la manera de seguir adelante, pero en ese momento, la tristeza y el dolor de la separación parecían insuperables. Solo estaba ella y sus pensamientos, navegando en un mar de recuerdos y emociones.

El hambre comenzó a retumbar en su estómago, recordándole que apenas había comido una simple torta por la mañana y ya eran pasadas las seis de la tarde. Sin embargo, eso no le impediría aferrarse al patio de la casa de sus padres, su hogar de toda la vida.

Con el atardecer embelleciendo sus ojos, se encontraba recostada en el verdoso pasto, con la mirada fija en la casa que albergaba tantos recuerdos entrañables. Allí había aprendido los valores de la vida y descubierto el significado del amor. Una lástima que ahora esos recuerdos estuvieran empañados por el vacío dejado por la partida de sus padres, cuyas risas y consejos resonaban en cada rincón de aquel hogar que ahora parecía demasiado grande y silencioso.

Helena suspiró profundamente, permitiendo que la brisa del atardecer acariciara su rostro, como si intentara consolarla. Cerró los ojos por un momento, intentando atrapar la esencia de los días felices que una vez llenaron esa casa. La soledad era abrumadora, pero también le daba la oportunidad de reflexionar sobre lo que realmente importaba en la vida.

Sentimientos de remordimiento y arrepentimiento se apoderaron de ella al recordar la década en que pasó lejos de su familia, una distancia que ella misma había permitido prolongar. Convencida de que sus decisiones eran correctas, consideraba su sacrificio necesario para lograr una victoria futura. Había imaginado una buena vida, llena de lujos, sana, productiva y hasta pacífica, pensando que las personas que amaba estarían con ella para siempre. Pero, "Nada es para siempre", todo el mundo lo sabía, ella lo sabía, y ella apenas cuestionaba el verdadero significado de esas palabras, porque lamentablemente lo estaba experimentado.

Con su tan anhelada victoria en manos, se daba cuenta de que nunca podría recuperar el tiempo perdido ni los momentos no compartidos con aquellos a quienes tanto amaba. ¿Cuál victoria? se preguntaba, sintiéndose sola en el inmenso universo, mientras su mirada se perdía en el cielo, esperando ver a su familia una última vez, deseando ser transportada hacia ellos.

Llegó a la conclusión de que el tiempo era lo más valioso del planeta, algo que jamás podría ser comprado, al igual que las personas y los pensamientos. Esos eran los tres pilares que su padre mencionaba cuando criticaba al sistema. Luego, lograba escuchar la palabra "felicidad" en esas conversaciones. "Es lo que todos quieren, pero de lo que huyen al mismo tiempo", decía su progenitor.

Sonrió, llevando su mano a su cara en ese último pensamiento que desapareció al notar el resplandor de su lazo cósmico. Lo miró por un momento y, de repente, mordió su dedo hasta que comenzó a sangrar.

—¡Detente! ¿pero qué estás haciendo?— La voz que resonó detrás de ella, pertenecía a Jensen, quien intervino rápidamente jalando su brazo.

—Déjame, tengo que deshacerme de esto—respondió ella, visiblemente asustada, luchando por apartarlo.

—No, Helena, no lo hagas, solo te estás lastimando—insistió él, forcejeando y sujetando las manos de Helena.

—¡Aléjate de mí, no te me acerques, vete!—exclamó dándole un codazo y empujándolo hacia atrás—no me toques, nunca lo vuelvas hacer—agregó con voz temblorosa, como si le tuviera repulsión y miedo a la vez.

El chico, al verla en ese estado, retrocedió, sorprendido. Se alejó lanzándole una última mirada antes de subirse a su moto y perderse en el camino.

Helena observó cómo el brillo de su mano ensangrentada comenzaba a desvanecerse, pero la sangre que brotaba alrededor de su dedo persistía. Rápidamente, rasgó un trozo de tela de su camisa y se cubrió la mano, que ya comenzaba a doler. Ese gesto no significó nada y volvió a sentarse en el suelo. No pensaba levantarse hasta estar segura de que estaba viviendo una terrible pesadilla.

Cuando estaba a punto de cerrar los ojos, escuchó como un auto se estacionaba en el patio. Las luces del vehículo iluminaron su cuerpo, haciendo que entrecerrara los ojos para protegerse de la intensa luz. Molesta por la interrupción, se mantuvo quieta en el suelo. Poco después, percibió a alguien acercándose a ella desde el auto.

—¿Qué quieres?—preguntó al enterarse quien era el dueño del vehículo.

—Vamos a casa.

—Esta es mi casa—replicó ella.

—No, ya no lo es más—Jensen la tomó de la cintura y luego de las piernas, cargándola en sus brazos al ver que se negaba a levantarse.

—¿Qué haces? ¡Suéltame!—Gritaba y a la vez pataleaba con sus piernas.

—No lo haré. Estás pasando por una crisis de ansiedad, no dejaré a alguien enfermo bajo está oscuridad—dijo Jensen llevándola a la camioneta.

—No estoy enferma—protestó Helena.

—Sí que lo estás—afirmó el chico después de sentarla en el asiento del copiloto. Luego cerró la puerta y se unió al auto. Antes de encender el motor, la miró y le colocó el cinturón de seguridad. Ella simplemente se quedó atónita, contemplando al futbolista.

—Es hora de ir a casa —dijo él suavemente, antes de arrancar el motor y partir del lugar.

Tan pronto como Jensen estacionó el auto, Helena se bajó del vehículo. Corrió directo a su cuarto, encerrándose para alejarse lo más posible de él.

—Te traeré torundas y alcohol para que trates tu herida. Después de bañarte, ve a la cocina para que comas algo. Tranquila, no es comida comprada —mencionó Jensen desde detrás de la puerta.

Helena lo escuchaba con el corazón agitado mientras se frotaba el pecho, buscando calmarse.

Nota final del capítulo:

Antes de salir de la ducha, Helena se detuvo frente al espejo, con una toalla envolviendo su cabello. Observó detenidamente su dedo, donde una fea mordedura se posaba sobre su lazo cósmico, que seguía brillando como siempre lo hacía.

Hubo un golpe en la puerta. Era Jensen con unas curitas en la mano.

—Mira, creo que te servirán —dijo mientras extendía las pequeñas tiras.

—Gracias —respondió Helena al tomarlas y volvió a cerrar la puerta del baño.

—Llámame si necesitas algo más —agregó Jensen desde el otro lado de la puerta.

Ella aún no podía creer su actitud. ¿Ese chico era Jensen? Nunca habría imaginado que resultaría ser de esa manera.—Qué extraño —murmuró en voz baja.

—¿Necesitas algo? —preguntó Jensen de nuevo.

—¡No, ya lárgate! —gritó enfadada, al darse cuenta de que él aún seguía ahí afuera.