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El Llamado

Vita, Moft y Nerve permanecieron en silencio mirando a Harl que dormía plácidamente, durante cuatro días revivieron los recuerdos mas felices y charlaron hasta que el sueño los atrajera a su abrigo. 

—Ya es hora —dijo la bufanda —. No te asustes. 

Vita levantó la vista al cielo, podía sentir a su hermano mirándolos desde un lugar lejano y sereno.

—Ya es hora —susurró Vita y comenzó llorar, Moft y Nerve la miraron confundidos por aquellas palabras.

El Ductor junto a los aprendices observaban desde la distancia, había escuchado a Vita decir que a Harl le quedaba poco tiempo y que ese era el motivo de su regreso. 

La cálida luz del sol ingresaba por los grandes ventanales, cuando un pilar de luz dorada atravesó el techo sin dañar la estructura, asustando por unos momentos a todos los presentes. 

El cuerpo de Harl fue envuelto por la luz, como si fuera un niño que estaba siendo acurrucado. 

La luz llenó el salón haciendo que todos sintieran una profunda calma y seguridad.

—Te quiero —susurró Moft cuando un capullo blanco comenzó a elevarse desde el pecho de Harl.

Antes de que alguien mas tuviera tiempo a decir algo o hacer una pregunta la luz se desvaneció repentinamente y el salón volvió a la normalidad. 

A diferencia de los demás Vita había visto a Sire, envuelto en llamas multicolor tomar aquel capullo entre sus manos con los ojos llenos de lagrimas, no dijo ninguna palabra y tampoco les dio tiempo a los demás, desapareció tan repentinamente como había aparecido, igual a la primera vez que se conocieron. 

¨Así de frágil es la vida¨ pensó Vita, a pesar de estar preparada para ello, ver como el momento final había llegado sin darles tiempo a hacer nada para impedirlo, le dolía profundamente en el corazón. 

—¿Eso fue todo? —dijo el Ductor Maski, quien a pesar de estar sorprendido por el fenómeno se sentía algo decepcionado. 

Vita extendió la mano y la bufanda envolvió el cuerpo de Harl, la sensación de un calor sofocante se expandió rápidamente convirtiendo el cuerpo en cenizas.

Nerve quitó la tapa de una vasija donde Vita depositó los restos.

—Eso es todo —susurró Vita para dar media vuelta y marcharse junto a su familia. 

Atravesaron la plaza en silencio con Nerve cargando la vasija con las cenizas y Moft unos pasos detrás de ellos, algunas personas aun mantenían la mirada en los cielos cuestionando que significaba aquel pilar de luz. 

Al ingresar en la choza el calor era sofocante, la oscuridad que había permanecido encerrada por las ventanas y la puerta finalmente fue liberada, incomodando la vista. 

Moft quitó la vasija de las manos de Nerve para luego recostarse en la cama, acurrucándola entre sus brazos como si fuera un recién nacido.

Sin intercambiar palabras el joven preparó el fuego para luego calentar el agua, mientras Vita tomó asiento mirando la leña consumirse. 

—¿Planeas quedarte? —dijo Nerve pasándole un cuenco con hiervas. 

—Me iré pronto —respondió Vita —.Tengo intenciones de viajar a otros continentes.

—Cuando decías que querías marcharte de este lugar, no pensé que quisieras abandonar el Vicus —dijo Nerve llenando el cuenco con agua caliente, el vapor emanado era dulce y relajante —. ¿Planeas volver?

—Si —dijo Vita que instintivamente miró a Moft que dormía plácidamente. 

—¿Cuándo lo supiste? —susurró Nerve bajando la mirada.

—¿Que? —dijo Vita sin que su mente pudiera reaccionar.

—Que no somos hermanos —dijo Nerve entre sollozos —. Que Harl no es mi padre. 

—Eres mi hermano —dijo Vita acercándose a Nerve —. Sin importar los lazos de sangre, compartimos algo mas precioso, nuestra vida. 

—Siempre has sido su favorita por mucho que me esforzara —dijo Nerve —. Supongo que él también lo sabía, aun así, lo amaba y lo extrañaré. 

Vita consoló a Nerve entre sus brazos, sintiendo el cuerpo temblar no logró encontrar las palabras que pudieran hacerlo feliz.

—Ya no respira —dijo la bufanda dejando a Vita confundida.

—¿Quien? —respondió Vita observando un pequeño capullo cristalino elevarse desde el cuerpo de Moft hasta atravesar el techo y perderse de vista. 

—¿Qué pasa Vita? —dijo Nerve al sentir una punzada de dolor en el corazón. 

—Madre, a muerto —susurró y ninguno de ellos supo que hacer en aquel momento. 

Un gritó fue escuchado desde la pequeña choza, haciendo que las personas que permanecían curiosas en los alrededores dieran un paso atrás, el llanto de Nerve desgarró el silencio.

Ambos hermanos permanecieron de rodillas a un costado de la cama, mientras el cuerpo frio de Moft parecía dormir plácidamente, el sonido de unos golpes en la puerta atrajo la atención de Vita. 

—¿Quién es? —preguntó entre sollozos. 

—Soy Maski, Vita, ¿está todo bien? —dijo el Ductor sin atreverse a abrir la puerta. 

La joven dejó entrar al hombre que parecía tener no mas de 30 años, con el cabello de color miel, una túnica de lana blanca y un medallón de bronce con el símbolo del Acus resaltando en un cinturón. 

—Madre a muerto —dijo Vita.

Maski observó el interior donde Nerve permanecía acariciando el cuerpo de la mujer que aun mantenía una vasija entre los brazos.

—Necesito verla, para el registro —dijo el Ductor, era parte de su trabajo, cada nacimiento y fallecimiento era registrado para mantener el conteo de la población. 

Ella se hizo a un lado mientras, el Ductor y dos cazadores lo seguían, el hombre estudió el cuerpo por unos instantes mientras era iluminada por la luz del día. 

—Veneno —susurró.

—¿Que? —dijo Vita apenas comprendiendo la palabra. 

—Los labios son morados —respondió Maski —. No es la primera vez que esto pasa. 

—¿Quién la envenenó? —preguntó Vita, mientras Nerve comenzó a buscar entre los bolsillos de la túnica de su madre, hasta que finalmente encontró unas pequeñas hojas moradas en los pliegues de las mangas. 

—El llamado —dijo Nerve mirando aquella hoja seca y quebradiza. 

Maski descubrió la perplejidad en la mirada de Vita, que no pudo apartar la mirada de la mano de Nerve.

—Es mas común de lo que me gustaría admitir —dijo Maski con cierto tono de preocupación —. Los ansíanos y gravemente heridos suelen usar ese tipo de métodos para... liberarse —Maski había aprendido que en estas circunstancias, la explicaciones no le darían consuelo.