Los tres estaban atónitos. Parecía que todos habían sido iluminados.
Su Erlang apretó los puños.
—¡Maldición, por qué no lo pensó antes! —exclamó.
Su Can susurró:
—Papá, su historia parece ser mejor que la nuestra…
Anciano Maestro Su fulminó con la mirada a Su Can.
Su Yuniang estalló en carcajadas.
Su Can gritó con bravuconería:
—¡De qué te ríes!
Su Yuniang dijo con sorna:
—Me río de cómo no son tan inteligentes como Daya sola. ¿Olvidaron llevar sus cerebros cuando salieron a hacer daño a los demás?
—¡Su, Yu, Niang! —Su Can extendió la mano para abofetearla.
¡Plaf! Fue Su Cheng quien dio la bofetada; Su Can no logró tocar a Su Yuniang en lo absoluto. En cambio, cayó al suelo y perdió un diente delantero.
—¡Papá! —Su Erlang ayudó rápidamente a Su Can a levantarse—. ¡No te pases!
Su Cheng llevaba el cuchillo de carnicero en el hombro:
—¿Esto es pasarse? Aún no he usado el cuchillo.
Su Erlang apretó los dientes y dijo:
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