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El corazón y sus máscaras

作者: Kilotov
现代言情
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摘要

¿Cómo puedes ser feliz, cuando te saboteas a tí misma?

Chapter 1Capítulo 1

LAS CONSECUENCIAS

"¡No es como si quisiera comer contigo o algo así!"

"¡No pienses que me gusta caminar a casa de vuelta contigo!"

"¡Estás pasando mucho tiempo con esa chica nueva!"

Esas frases ahora eran historia.

"No te preocupes". "No quiero molestarte".

¿Por qué él era siempre tan amable? ¿Por qué nunca se rebelaba?

"Tal vez ya no debería juntarme contigo"

¿Y por qué tuvo que ser tan sincero?

Tal vez las mismas cosas que la atraían a él, fueron las que terminaron separándolos.

Sería gracioso, sino fuera porque sonaba tan cruel como un cuchillo enterrado en su corazón. Gracioso, cruel y cursi, todo a la vez. Vaya mezcla de sentimientos.

Resopló, disgustada consigo misma. ¿Por qué seguía pensando en esos asuntos? Lo hecho, hecho estaba. Ahora se conformaba con vivir y tener el ánimo como para salir de su casa e ir a trabajar. Tal vez, para salir a correr en uno de sus escasos días libres. Temprano, para no toparse con mucha gente. Para que nadie se le acercara si sentía pánico o ganas de llorar.

Había tomado el trabajo sólo porque le quedaba cerca de su casa. Por presión de su madre, que ya no soportaba verla recluida en su cuarto. Y, sobre todo, para poder cubrir sus gastos de alcohol y cigarrillos, después de que su madre se negara a seguir costeándole los vicios. "Eso es malo para tu salud, acabarás enfermándote" era la cantinela de todos los días.

Qué sabría ella de cosas malas para la salud.

La callecita que daba hasta el minisúper no estaba muy concurrida. Normal, eran las seis y cuarenta de la mañana de un domingo, en un barrio lejos de antros y bares. Algunas amas de casa aprovechaban para limpiar las veredas y sacar la basura. El anciano dueño de un kiosco la saludó mientras abría los candados de la puerta de su local. Ella devolvió el gesto con un leve movimiento de mano, sólo para no parecer antipática. Al viejo pareció darle igual. Un saludo era un saludo.

Obviamente, no había jóvenes en la calle. Sólo ella, una triste asalariada con un trabajo de poco nivel, dejándose la juventud en busca de un sueldo mínimo.

Igual, siempre se podía caer más bajo.

Al llegar al minisúper, los saludos fueron los de rigor; había estado ensayando su "sonrisa de atención al público" cinco minutos antes de salir. Claro, luego de torturarse observando por enésima vez la foto de su graduación. Todo ello le resultaba terriblemente hipócrita, pero que más se podía hacer. Era de lo peor...

De todas maneras, los clientes no se merecían ver una persona malcarada más en su día. Sincera o no, tal vez la suya fuera una de las pocas sonrisas que vieran durante el correr de la jornada. Joder...

Prefirió alejar el pensamiento de su cabeza, haciendo un gesto de mano inconsciente. No le gustaba la idea de tener tanta responsabilidad sobre la felicidad de la gente, así fuera por un instante. La última vez que se había preocupado por alguien, la cosa había salido bastante mal.

El sistema de sonido empezó a escupir su selección de musiquita tranquilizadora, mientras ella se colocaba el uniforme. Los analgésicos que había tomado con el desayuno —si es que a un poco de café bebido a la carrera y un pancito se le podía llamar desayuno— recién estaban empezando a enmascarar los efectos de la resaca. Silbó por lo bajo, mientras se acercaba a relevar a su compañera.

Cecile era un rayo de sol en comparación a ella: siempre preocupada por los demás, alegre, abierta, y tan sociable que daba hasta un poquito de asco. Había varios clientes —la mayoría de ellos hombres en sus treintas o cuarentas— que elegían siempre su caja. La maldita era como un masaje en el alma para ellos, aunque no dudaba que muchos de ellos querían que les masajeara otras cosas.

—¿Cómo estuvo esa noche? –preguntó, más para sacar tema de conversación, qué por genuino interés. Notó que su compañera tenía encendida una varita de incienso.

Supuestamente, eso "limpiaba la mala onda". O algo así.

—Lo normal. Muchos chavos comprando lo de siempre.

Saori recordó. "Lo de siempre" se refería a las compras clásicas que se solían hacer un fin de semana de madrugada: alcohol de todo tipo, cigarros, hielo, refrescos para mezclar con el alcohol, condones, algo rápido de comer para los que volvían de los antros en sus autos, o los mariguanos amanecidos. O sea, "lo de siempre".

—¿Algún problema?

—Un par de peleas, y unos borrachos qué querían armar gresca aquí adentro. El guardia tuvo que llamar a la policía dos veces.

—¿Al menos las peleas estuvieron interesantes?

Cecile rió ante el comentario, totalmente inesperado por parte de alguien como Saori.

—Un gordo grandote le dio lo suyo a un rubio que se hacía el karateca. Se lo ganó por payaso, pero —y dijo esto mirando directamente a su compañera— me dio lástima por su cara. Era muuuy delicado. Y, antes que me digas que sólo me fijo en los "lindos", el gordo era bastante alto y musculoso. De seguro que va al gimnasio.

—Ceci, no hace falta que me aclares nada. Somos prácticamente amigas...

Cecile frunció el ceño. 

—¿"Prácticamente"? Sao, nos conocemos desde que tenemos siete años...

Saori continuó, sin prestar atención a las protestas del rayito de sol:

—Y sé de sobra que le entrarías a cualquier cosa que tenga pito. Sin excepción.

—¡Hey, grosera! ¿Te dejaste los filtros en casa?

Saori sonrió, triunfante, pese a la mirada seria de su compañera.

—Te diría unas cuantas cosas, pero voy a reservar mis energías para acompañarte en el turno, malagradecida.

La sonrisita de Saori se desvaneció como por arte de magia.

—Joder, no te pueden hacer eso. ¿La pendeja de Kelly volvió a faltar?

—Sí; Gloria me avisó apenas llegué.

—¿Dio parte de enferma?

—Como hace siempre. Y lo mejor es que sieeempre falta algún fin de semana. ¿No te parece mucha casualidad?

—¡Será perra!

Cecile calló por toda respuesta.

—Ve a dormir un rato, Ceci. Esto va a estar quieto hasta bien entrada la mañana.

—No puedo, vaga. Gloria ya me encargó que repusiera lo que falta y me fije las fechas de vencimiento.

—¿De qué sector?

Todos.

Saori resopló.

—¿Nunca has pensado en ponerte un Onlyfans? De seguro que te va a ir mejor que trabajando en este tugurio.

El rayito de sol miró a Saori con cara de ofendida, soltando un "serás idiota" entre dientes.

—Hey, era un elogio. Tú tienes cuerpo para eso. Yo, ni haciéndome diez operaciones para aumentarme TODO.

Cecile decidió ignorarla por el momento, para mantener su paz mental.

Y así pasó la mañana en el minisúper.

El mediodía no auguraba nada especial, como siempre. Cuando compartían turno, Saori siempre dejaba que Cecile hiciera la media hora primero, dado que el "rayito de sol" no soportaba el olor a cigarrillo. Es más, decía que le hacía recordar a su padre, al que obviamente había convencido de dejar de fumar, tras muchísimo insistir.

Cecile era tan sana, tan perfecta, que le causaba repulsión. Más le valía que no tratara de convencerla de dejar el tabaco, también.

La puerta se abrió, con un chirrido al final que denotaba falta de lubricación o de limpieza; el mantenimiento no era uno de los puntos fuertes del local. Al abrirse, dejó paso a una figura alta y entrajada, con una corbata de diseño aburrido, pero de aspecto joven. Un ejecutivo junior, como se conocía al ejército de jóvenes que se dejaban la piel a la orden de una multitud de empresas transnacionales. La mayoría eran del sector de ventas, y ahora pululaban por allí debido a que habían inaugurado una sucursal en el área.

Frunció el ceño. Algunos de ellos eran...lindos, pero sumamente iguales al tratar de ganarse a la gente, como si en sus oficinas les hubieran lavado el cerebro, y reemplazado sus conversaciones habituales por los speech de la empresa. Y los demás se limitaban a intentar ligar, sólo para ser golpeados por su indiferencia lapidaria.

Sin embargo, creyó ver una cara conocida. El chico la miró por un segundo, sólo para agachar la cabeza y ponerse a buscar un paquete de quién-sabe-qué-cosa, en una estantería alejada. Uff, una vez que había demostrado interés, y se asustaban. ¿Tendría que ensayar su sonrisa más a menudo?

Se alisó un poco el cabello con los dedos, pegándoles un poco de su olor a nicotina. Tal vez no debería haber fumado ese último cigarrillo antes de venir...

Igualmente, era inútil. Si quería verse linda, debería haber empezado por elegir un buen champú, en vez del económico que usaba su madre. Por no compartir, no compartían ni el mismo tipo de pelo. El de su madre era claramente más brilloso y sano, el de ella quebradizo y apagado. Ni siquiera los genes le habían hecho ese favor.

Miró su reloj, un Casio barato que tenía desde el final de la escuela secundaria. Faltaban todavía cinco, tal vez siete minutos para que Cecile terminara su descanso. La imaginó terminando de juntar sus cosas, su tupper floreado con restos de comida hecha en casa, con las proporciones correctas de cada grupo alimenticio, su vaso descartable con un batido de chía y leche de soja ya terminado, y contestando las decenas de mensajes de redes sociales que debía tener una chica como ella. Diablos, de veras que la odiaba a veces. Si sólo no fuera tan...

—Buenos días -surgió la voz del otro lado, no muy firme pero tampoco excesivamente tímida.

—¡Bue...buenos días, señor! Discul...

Ambos se quedaron en silencio.

Por Dios, era él. Después de tanto tiempo. No, no, no.

Todo un maldito año tratando de olvidarlo. ¿Y ahora se le aparecía así, sin más?

Ella se alegró por un segundo.

Él rió.

Pero eso fue todo. Al menos para ella.

—¡Saori, pensé que nunca iba a volver a verte! ¿Qué ha sido de tu vida?

Argh, siempre tan condescendiente. No cambiaría nunca.

—Bueno...tal vez no haya logrado escalar tanto como tú, pero estoy bien. ¿Tu familia? ¿Cómo está?

Apartó un poco la cara, como haciéndose la modesta. Pero en realidad estaba sonrojada. Como siempre. Y no sabía cómo manejar eso. Como siempre.

—Bien, gracias por preguntar. ¿Sigues molesta conmigo?

Ups, directo a la yugular. Ojalá eso sí hubiera cambiado.

—¿Eres ton...? -se cortó- ¿Cuándo estuve molesta contigo, para empezar?

Él se rascó la cabeza, pensativo.

—Pues todo el último año. Incluso, no quisiste sacarte la foto de graduación cerca de nosotros. Nos preguntábamos que bicho te había picado.

—No estaba "molesta" contigo, pero ahora ya no hay nada que se pueda hacer.

Ella volvió a su sonrisa habitual y ensayada con una rapidez aterradora.

—Y si me haces el favor, alcánzame tu compra. Trabajas cerca de aquí, ¿verdad?

Él estaba desconcertado por el cambio de actitud en tiempo récord. Pero Saori siempre fue algo...rara.

—Sí. Me transfirieron hacia aquí cuando inauguraron la nueva sucursal. Demoro un poco más en llegar desde casa, pero el lugar es bueno. Y hay muchas tiendas cerca.

Ella no sabía si eso era una indirecta. Pero no, se trataba de Carlos. Él no sabía lanzar indirectas. La malvada, la malpensada, era ella. Debía serlo, se suponía que era su papel en la vida.

—Me alegro, espero que te vuelvas un cliente habitual —su sonrisa final mostraba todos los dientes—. Son cincuenta y cuatro con cincuenta.

El la miró por otro instante, con cara de póker. Buscó en su billetera y bolsillos hasta darle el cambio exacto. Era el momento de la despedida. Un escritor había dicho que las despedidas eran pequeñas muertes; ¿Verdad?

—Adiós, Saori.

—A-adiós. Y cuídate.

Mientras agarraba la bolsa de la compra, él alcanzó a susurrarle algo:

—Me gustaría que tuvieras el valor de ser tú misma. Tú puedes.

Carlos se alejó. La sonrisa de atención al público se desvaneció, era imposible mantenerla con una declaración así.

En ese momento sintió un toque en el hombro.

—Estoy lista. Cierra tu caja y ve a tomarte un descanso.

¿Podría ser que Cecile no le preguntara nada? ¿Se daría ese milagro?

—Y, por cierto, Saori...

No, era demasiado pedir.

—¿Quién es ese bombón con el que hablabas hace un momento? ¿Te decidiste por alguien al fin?

—¡No...no es nada de lo que piensas! Es sólo...un ex compañero de la preparatoria.

—Mmmm...suenas un poco triste. ¿Necesitas ayuda sentimental?

El rostro de Cecile se había acercado peligrosamente al suyo. No quería que el rayito de sol la viera sonrojada.

—No...no. Estoy bien. En serio. Ya salgo.

Salió de su puesto casi a la carrera, derecho hasta la fila de taquillas. Pensó que controlaría los nervios con un cigarrillo, pero el estómago terminó de traicionarla. Apenas pudo aguantar hasta llegar al baño, las náuseas haciéndose cada vez más fuertes. Tras vomitar su escaso desayuno sobre el lavabo, boqueó en busca de aire, mientras sentía que las arcadas volvían en una nueva oleada.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil?

Se enjuagó la boca lo mejor que pudo, y luego se quedó mirando al espejo, soltando un suspiro que bien podía ser de angustia, o bien de fastidio. ¿En serio, iba a ponerse así cada vez que él eligiera su caja? Se suponía que el amor no causaba estos problemas...y en teoría todo estaba bien. Todo estaba bien.

¿Entonces, porqué estaba llorando?

Era esa frase. "Ser yo misma". ¿Cuál era la última vez que él le había dicho lo mismo? ¿Durante una de sus últimas peleas, antes de que dejaran de verse?

Decidió dejar de pensar en el asunto, por su propia salud mental, que a esta altura no era mucha. A duras penas pudo darle un par de mordiscos a una manzana, y tragar sin tener esa sensación de querer vomitar a cada segundo.

"Estoy hecha un desastre. Pero he estado peor" —se consoló—.

El resto del turno transcurrió sin grandes problemas, excepto por la preocupación de la encargada y de Cecile por la cara de enferma que tenía. El movimiento no fue nada exagerado, sólo lo típico del turno, con apenas un poco más de ajetreo alrededor de las dos de la tarde.

—¿De veras que vas a estar bien? —preguntó el rayito de sol, al terminar el turno.

Saori tragó saliva y puso su mejor cara sonriente, por toda respuesta.

—¡Así me gusta! ¡Ahora, ve a descansar un poco! ¡Nos vemos mañana!

Tras su salida, la encargada se acercó a Cecile.

—¿Qué opinas sobre esta chica? ¿Podría traernos problemas?

—Mmmm...no somos exactamente amigas, así que no tengo por qué defenderla...pero es puntual, viene todos los días, y no le importa hacer horas extras. Salvando que fuma como un murciélago y le tiene alergia a los hombres, creo que está todo bien.

—Esperemos que todo siga bien. ¿Sabes si fue acosada en algún momento? Digo, no en el trabajo, si no en la secundaria, o en algún otro lado.

—No me consta. Pero estaré con el ojo atento, por si acaso.

Cecile suspiró con fuerza, apenas vio desaparecer a la encargada de su vista.

Apenas llegó a su cuarto, Saori sacó un six-pack de cerveza barata desde una pequeña heladera, y se dedicó a beber como si no hubiera un mañana. Recién pudo llorar cuando el alcohol empezó a hacerle efecto. Sin embargo, un pensamiento de decisión se metió como una cuña entre su tristeza y autocompasión.

"Ser yo misma".

¿Quería que fuera "ella misma"? Pues ya vería. Vaya si ya lo vería.

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