—¡Granger! ¡Gusano patético! ¡Sal! —Caleb gritó, lanzándose a un pequeño nicho. Su voz resonaba a su alrededor, rebotando entre las paredes de la cueva. Se sostenía el brazo con fuerza, la flecha apenas lo había rozado, pero no podía estar seguro de si estaba envenenada o no esta vez.
Cuando Caleb llegó por primera vez, se sorprendió al encontrar que la entrada era una cueva natural. Esperaba ver una escotilla o una puerta que llevara a este laboratorio secreto, pero en vez de eso, encontró tres túneles diferentes.
Escogió el de la izquierda. Condujo a un pequeño arroyo subterráneo rodeado de plata.
Se apresuró de vuelta e intentó el de la derecha esta vez. No muy lejos después de la entrada del túnel, encontró una gran cueva abierta con formaciones rocosas y, más importante, un sistema de luces.
Fue entonces cuando Granger lo emboscó.
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