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EL MEJOR EQUIPO PARTE 1

Con el paso de los años, Warzone se consolidó como un fenómeno global, capturando la atención de miles de jóvenes alrededor del mundo. Lo que comenzó como un juego más, se transformó en un verdadero coloso digital, capaz de unir a personas de distintas culturas bajo un mismo objetivo: la gloria. De esta fiebre nacieron pequeñas competiciones, inicialmente informales, que pronto adquirieron la categoría de ligas. En estos torneos, los plebeyos que participaban no solo obtenían un salario por su destreza, sino que también alcanzaban una forma de reconocimiento social dentro de su misma clase. Aunque nunca se les otorgaba el título de noble, su estatus, aunque efímero, los situaba por encima de los demás miembros de la baja sociedad, quienes los veían con una mezcla de admiración y envidia.

Sin embargo, los verdaderos beneficiarios de este nuevo sistema eran los nobles, quienes veían en estas ligas una oportunidad dorada para aumentar su poder, prestigio y, por supuesto, su fortuna. Al financiar equipos y torneos, los aristócratas no solo aseguraban una plataforma para la visibilidad de su nombre, sino que también se preparaban estratégicamente para el evento más codiciado de todos: el Torneo Mundial de Warzone. Un evento que, por su magnitud, prometía redefinir las jerarquías sociales y políticas del futuro cercano. Así, las ligas no eran solo una vía para entretener a las masas, sino también una poderosa herramienta de influencia, donde dinero y ambición se entrelazaban con cada partida.

Todos esos idiotas, creen que porque uno o dos de sus jugadores participan en sus ligas y sobresalen, ya tienen una oportunidad de ganar el torneo.

-Señorita, a diferencia de usted, ellos tiene un equipo, usted aún no ha reunido al suyo, ¿este año no piensa participar señorita? –

-Cuida tu lengua Hana, es verdad aún no tengo un equipo, la última vez no pude avanzar de la fase de clasificación, pero esta vez las cosas van a cambiar estrictamente-

- ¿Y qué tienes en mente Karla? Además el señor Chris ha renunciado a patrocinarla- Hana.

-Cuida tus malditos modales niña o tendré que enseñarte a las malas, ese viejo me importa una mierda, sin embargo su dinero si era importante, bueno ya da igual, busca a un viejo amigo que me ayudará a crear el mejor equipo del mundo, así que necesito que busques inversores y patrocinadores porque necesitare mucho dinero- Karla.

-Como ordeno señorita- Hana.

En el corazón de Black Dragon, una ciudad occidental que había comenzado a forjar su nombre en el mundo de Warzone, la arena de combate se erguía como el centro de toda esperanza y ambición. Aunque los guerreros locales habían demostrado avances significativos, aún les faltaba ese último empuje para destacar realmente en el escenario global. La arena, un coloso de concreto y metal, vibraba con la energía de los aficionados que llenaban las grados, mientras dos equipos se batían en un duelo que decidiría mucho más que un simple triunfo. Para los jugadores de la UMNG, ese encuentro era la última oportunidad para demostrar su valía y atraer la atención de un patrocinador interesado en fichar al equipo completo. La tensión en el aire era palpable; no solo se jugaba un partido, se jugaban las vidas de estos jóvenes, que en ese tenían momento más que una victoria en sus mentes: un futuro.

El marcador reflejaba la dura realidad de la UMNG, que se encontraba perdiendo 1-0 frente a la UNAD. El tiempo se escurría, y con él se desvanecerían las posibilidades de alcanzar la gloria. Faltaban apenas tres minutos para el pitido final, y el equipo de la UMNG, desesperado, lanzaba su último intento por igualar el marcador. El joven atacante conocido como Killer, el más prometedor de la ofensiva, se encontraba solo frente a la portería rival. El duelo era claro: él contra el portero, un enfrentamiento que podría decidir el destino del partido. A su izquierda, el capitán de su equipo, un guerrero experimentado, pedía el balón con insistencia. Killer lo sabía: si pasaba el balón, el equipo empataría, pero él no quería ser un simple asistente. En su mente, solo existía una cosa: ser el héroe, marcar el gol que los llevara a la victoria. Ese era su único propósito en el equipo.

El joven atacante se preparó. Observó al portero rival, calculó la distancia, y con un solo pensamiento fijo, se dispuso a disparar. El tiro debía ser certero, potente. Lo suficiente como para que, si el portero intentaba detenerlo, sus manos se destruyeron en el intento. No había espacio para la duda. Killer levantó su pierna derecha y, con toda la fuerza de su determinación, se dirigió hacia la portería.

Pero un imprevisto, un error fortuito, alteró el curso de su disparo. Un pequeño desnivel en el campo, producto de una barrida mal ejecutada por un defensor en la primera parte del juego, alteró su centro de gravedad. En un instante, todo se desmoronó. El tiro, que debería haber sido perfecto, comenzó a desviarse, hasta estrellarse con la escuadra de la portería. El sonido del impacto retumbó en la arena, como una condena para la UMNG. El rebote, imparable, llegó rápidamente a los pies de los defensores rivales, que, con precisión y velocidad, comenzó un nuevo ataque.

La defensa de la UMNG, desorganizada y sorprendida por la rapidez del contraataque, quedó expuesta. Los pases eran rápidos y certeros, las paredes se sucedían como si fueran parte de una coreografía bien ensayada. La UMNG no pudo hacer frente a la presión. Finalmente, el balón llegó a los pies de Ordoñez, el capitán de la UNAD, quien sin vacilar, disparó directo a la escuadra, ese rincón inalcanzable para todos los porteros. La pelota se coló en la roja, y con ella, la esperanza de la UMNG se desvaneció en un segundo. El marcador reflejaba la cruel realidad: 2-0 a favor de la UNAD.

La derrota era definitiva. No solo se perdía el partido, se perdían las oportunidades de cambiar el rumbo de sus vidas. La UMNG había luchado hasta el último segundo, pero el destino no había estado de su lado. La UNAD, con su victoria, aseguraba los boletos para el próximo nivel, un paso más cerca de la gloria que todos los equipos de la liga soñaban alcanzar. Y mientras el público aplaudía a los vencedores, la UMNG, derrotada, se quedó en la sombra, enfrentando la amarga sensación de lo que podría haber sido.

-¡Oye idiota!- Julián.

-¿Qué quieres?- Asesino.

-¿Por qué no la pasaste? ¡Pudimos haber ganado idiota!- Julián.

-Porque soy un atacante, es mi deber anotar, no realizar asistencias- Killer.

-Maldito egoísta- Julián.

-Ese ego nos condenó a la derrota, ¡la oportunidad de todos nosotros se fue a la basura por tu culpa, maldito seas!, a partir de hoy, ya no eres parte de este equipo- Camilo.

-Me da igual, después de todo son un equipo patético, y de verdad pensaban ganar el respeto de ese viejo, en verdad que son ilusos, si no hubiera sido por Julián o yo, ustedes jamás hubieran logrado nada, malditos mediocres patéticos- Killer .

En el vestuario de la arena, el aire estaba cargado de frustración y silencio. Los jugadores de la UMNG se encontraban dispersos por la habitación, algunos con la cabeza baja, otros con las manos sobre el rostro, ocultando el llanto que brotaba sin control. Las paredes, antes testigos de los gritos de aliento y la adrenalina de los entrenamientos, ahora absorbían el lamento de aquellos que sabían que su sueño se había esfumado. Meses de sacrificio, de jornadas interminables bajo el peso de las expectativas, se disolvieron en ese instante de derrota. El sudor y las lágrimas que habían derramado en los entrenamientos, ahora no servían más que como un eco lejano de lo que alguna vez fue una esperanza. Todo aquello por lo que habían luchado, todo lo que pensaban que cambiaría sus vidas, se desvaneció como las cenizas llevadas por el viento.

Sin embargo, en medio de la tristeza colectiva, Killer permanecía inmutable, ajeno a la desolación que invadía el lugar. Su rostro, impasible, no reflejaba el sufrimiento que veían en los ojos de sus compañeros. El dolor parecía no alcanzarlo. Con indiferencia, recogió sus pertenencias, metiéndolas en su mochila con movimientos automáticos. No miró atrás. No hubo palabras, ni despedidas. Solo el sonido de sus pasos, resonando en la quietud del vestuario, mientras abandonaba el refugio donde había compartido tantos momentos con ellos. El joven atacante, que había luchado por la gloria de ser el héroe, ahora se retiraba en solitario, como si el fracaso no tuviera cabida en su corazón.

A lo lejos, el estruendo de otro partido se desató. Un equipo rival acababa de humillar al UMB con un rotundo 5-2. Mientras las celebraciones de los vencedores se escuchaban en el pasillo, Suarez, la atacante estrella de ese equipo, se acercó a Killer. En su rostro no había rastro de la arrogancia de una vencedora; en su lugar, se reflejaba la comprensión de una rival que sabía lo que era sentir el peso de la derrota. Sin pensarlo, se acercó a él y, en un impulso de empatía, lo abrazó, dándole palabras de consuelo.

"Lo siento, Killer. Sé lo que sientes. No dejes que esto te defina. Todos pasamos por momentos como este."

El abrazo fue cálido, genuino, un refugio temporal en medio de la tormenta emocional que azotaba al joven. Pero Killer no respondió, no mostró signos de alivio, ni siquiera de gratitud. Su mirada permaneció fija en el vacío, en algún lugar lejano donde no había derrota ni victoria, solo la incomodidad de saber que todo había llegado a su fin y que, tal vez, ese era el principio de una nueva oscuridad.

Suarez, al ver que las palabras no lograban alcanzar el alma de Killer, dio un paso atrás. Su gesto de consuelo había sido recibido con el mismo vacío que emanaba el joven, como si su alma estuviera tan distante como las estrellas que, desde lo alto, eran testigos mudos de su dolor. A regañadientes, Suarez se alejó, consciente de que, aunque su abrazo había sido sincero, el verdadero camino de Killer aún lo debía recorrer en soledad.

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