—¿Cómo te tolera siquiera? —murmuró Nathan, su tono goteando incredulidad mientras tomaba un trozo de fruta de su plato—. Digo, eres como una animadora eterna. ¡Es casi empalagoso!
Serena entrecerró los ojos, su paciencia se estaba agotando. Sin decir una palabra, alcanzó su vaso de agua, lo levantó deliberadamente y lo agitó un poco frente a su cara. La amenaza no dicha flotaba en el aire, pero Nathan, impasible, rodó los ojos con desdén.
—Oh, por favor —se burló, desestimando su advertencia silenciosa—. No es como si intentara insultarte. Si acaso, estoy insultando a Aiden. Quiero decir, él es este tipo frío, despiadado, siempre buscando sangre, y luego estás tú, animada, feliz, como si salieras de algún sueño lleno de sol.
—¿Y qué? —replicó Serena, su voz teñida de desafío—. Soy la calma en su vida, ¿de acuerdo? La serenidad que necesita.
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