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Capítulo 53: Oleada de Sangre y Furia

A bordo de la imponente Devastatrix, la atmósfera era tan tensa como la energía que emanaba del Núcleo del Deseo. Las luces rojas de advertencia parpadeaban intermitentemente, reflejando en las superficies metálicas mientras las alarmas sonaban por toda la nave. La guerra en los sectores cercanos había comenzado, y las naves de los Aerithii se aproximaban en oleadas constantes, tratando de abrir brechas en las defensas del dominio de Rivon.

Rivon observaba en silencio desde su puesto en el puente principal, sus ojos fijos en los mapas tácticos proyectados ante él. Las líneas de combate se movían lentamente, cada detalle cuidadosamente analizado por los oficiales de la Dinastía del Caos Ardiente. Rivon, con su fría compostura, parecía más un depredador al acecho que un comandante estresado. Sabía que la sangre correría pronto, y con ella, el poder oscuro del Núcleo solo crecería.

A su alrededor, las órdenes se gritaban, mientras los oficiales intentaban organizar la defensa y el contraataque simultáneo. Los Aerithii eran conocidos por su tenacidad, pero Rivon no estaba preocupado. Su flota, liderada por la Devastatrix, no solo era una máquina de guerra, sino también una manifestación física de su deseo de destrucción. Cada disparo, cada estallido de las armas de energía, le recordaba la inevitabilidad de su victoria.

Detrás de él, las cinco Aerithii esclavas permanecían en silencio, observando. Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn, las antiguas guerreras de su raza, ahora no eran más que sombras fieles que seguían cada uno de los movimientos de su amo. Desde su captura, la transformación había sido total. Sus miradas vacías pero atentas mostraban que sus voluntades ya no les pertenecían. Eran parte de la presencia de Rivon, parte de su fuerza y poder.

El aire en el puente de mando estaba cargado de la energía del Núcleo del Deseo. Cada respiración que Rivon tomaba parecía avivar esa fuerza oscura, que no solo lo alimentaba, sino que lo convertía en algo más que humano. Las cinco Aerithii sentían esa energía, incapaces de apartar sus ojos de él, como si fueran atraídas por una fuerza irresistible, un imán al que nunca podrían escapar.

— Sera, — dijo Rivon, rompiendo el silencio con una voz baja pero potente—, prepáralas.

Sera, que había estado observando a las esclavas con una mirada fría y calculadora, asintió. Las cinco mujeres, entrenadas bajo su férrea disciplina, estaban listas para cumplir cualquier rol que se les asignara, desde ser las más letales guerreras hasta servir a Rivon en los placeres más oscuros. No había espacio para dudas ni para el fracaso. Sera caminó hacia ellas, sus pasos resonando en el suelo metálico, y les dio las últimas órdenes antes de lanzarlas al combate.

— Si lucís bien en el campo de batalla, Rivon os premiará. No olvidéis para quién lucháis, — les dijo con tono gélido, dejando claro que el fracaso no sería tolerado. Las esclavas asintieron en silencio, sus cuerpos tensos y preparados para la batalla que se avecinaba.

Rivon, mientras tanto, seguía observando los avances de las naves enemigas. Las formaciones Aerithii, aunque no tan numerosas como las de la Dinastía del Caos Ardiente, eran un desafío considerable. Avanzaban con precisión y brutalidad, sus naves disparando desde largas distancias para ablandar las defensas antes de que las oleadas de ataque más cercanas impactaran directamente en los sectores fronterizos.

Pero para Rivon, todo aquello no era más que una danza, una coreografía sangrienta que solo terminaba en caos y muerte. Y, mientras más sangre se derramara, más fuerte sentía el tirón del deseo, esa fuerza interna que lo arrastraba hacia el placer oscuro que encontraba en la destrucción. Sabía que el verdadero poder del Núcleo residía en su habilidad para transformar la muerte y el sufrimiento en placer absoluto.

En ese momento, la pantalla táctica mostró un estallido en el flanco izquierdo de la formación. Una nave de la flota Aerithii había logrado atravesar las defensas exteriores y estaba empezando a bombardear una de las estaciones orbitales que protegían el sector. El impacto resonó en el puente de mando, sacudiendo levemente la Devastatrix.

— Están más desesperados de lo que pensaba, — dijo Sera, acercándose a Rivon, con una sonrisa ligera pero fría en sus labios. — Los Aerithii siempre fueron tercos.

Rivon asintió, aunque su mirada seguía fija en las pantallas. Sabía que los ataques continuarían, que cada oleada sería más brutal que la anterior, pero en el fondo, deseaba ese desafío. Quería sentir la adrenalina de la batalla, y sobre todo, anhelaba el momento en que se derramaran las primeras gotas de sangre. Ese era el verdadero detonante, el momento en que su control se desvanecería y el desenfreno sexual alimentado por la muerte y la destrucción se apoderaría de él.

— Activen las armas principales de la Devastatrix — ordenó con calma, mientras se giraba hacia sus oficiales. Las voces de confirmación resonaron por todo el puente. La enorme nave, cargada con una potencia de fuego devastadora, se preparaba para desatar su furia sobre los invasores. Rivon podía sentir la anticipación en sus venas.

— Que esto comience, — susurró Rivon para sí mismo, mientras los primeros disparos de las armas principales de la nave cruzaban el vacío del espacio, impactando brutalmente contra las naves enemigas.

La Devastatrix había comenzado a disparar con todo su poderío, pero el verdadero espectáculo de muerte y destrucción apenas estaba por desatarse. La flota principal de Rivon, la columna vertebral de su dominio, llegaba en oleadas al campo de batalla. Cada nave de guerra era una bestia de metal, cargada con armas capaces de desintegrar todo a su paso. Y en su interior, miles de soldados de la Dinastía del Caos Ardiente se preparaban para lanzarse al combate con una furia inhumana.

Las pantallas tácticas en la Devastatrix mostraban cómo las naves de Rivon comenzaban a tomar posiciones. Cruceros de guerra y destructores se alineaban en una formación impecable, listos para envolver a la flota Aerithii desde varios ángulos. La estrategia era simple: ahogar a los invasores en una tormenta de fuego y acero, y luego barrer con las oleadas de tropas terrestres que esperaban con ansias el momento de saltar a la superficie de los planetas ocupados.

Rivon se giró lentamente hacia sus oficiales. La atmósfera en el puente era densa con una energía casi palpable, como si el mismo Núcleo del Deseo susurrara en los oídos de todos los presentes, alimentando su sed de sangre.

— Que la flota ataque con todo lo que tenemos, — ordenó, su voz baja pero innegablemente firme. Sus palabras eran órdenes de muerte.

En cuestión de segundos, los cielos estallaron. Rayos de energía atravesaron el vacío del espacio, cortando las naves Aerithii como si fueran papel. Las explosiones iluminaron el campo de batalla, esparciendo trozos de metal y cuerpos calcinados por todas partes. Las naves invasoras, aunque bien equipadas y entrenadas, no podían soportar el peso de la brutal ofensiva de Rivon.

La batalla, sin embargo, no era una simple carnicería. Los Aerithii respondieron con furia, lanzando sus propias naves más grandes al combate. Las barreras energéticas de sus cruceros absorbían parte del daño, devolviendo un ataque devastador contra las naves de Rivon. Los primeros impactos sacudieron las naves más cercanas a la vanguardia, destruyendo algunos de los transportes más pequeños que contenían soldados listos para desembarcar.

— Están desesperados, pero eso solo los hace más vulnerables, — murmuró Sera mientras observaba la batalla a su lado. Sus ojos brillaban con una emoción contenida. Sabía que la verdadera brutalidad estaba por comenzar.

Los cañones principales de la Devastatrix rugieron de nuevo, enviando una descarga concentrada que partió en dos a una de las naves insignia de los Aerithii. Los restos de la nave explotaron en una tormenta de fuego y chatarra, mientras los sistemas de defensa planetaria que Rivon había erigido en los sectores cercanos disparaban con precisión quirúrgica. Las defensas espaciales, incluyendo los colosales cañones y los campos de fuerza que protegían los centros vitales de sus dominios, comenzaban a mostrar su verdadero poder.

A pesar de la carnicería, los Aerithii no retrocedían. Sus naves maniobraban con una agilidad impresionante, esquivando algunos de los ataques más devastadores, y devolviendo golpes mortales. Sin embargo, el poder de la flota de Rivon era abrumador, y los Aerithii comenzaban a caer uno por uno.

— Mi señor, las tropas están listas para desembarcar en las estaciones orbitales capturadas por los Aerithii, — informó uno de los oficiales.

Rivon asintió, observando cómo las primeras oleadas de sus guerreros se preparaban para el asalto. Sabía que el momento estaba cerca. La sangre empezaría a correr en cuestión de minutos, y con ella, el poder del Núcleo del Deseo comenzaría a fluir a través de él como nunca antes.

— Enviad a las sombras, — dijo Rivon, refiriéndose a sus cinco sirvientas Aerithii, que permanecían a su lado, listas para la batalla.

Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn se prepararon sin una sola palabra, ajustando sus armaduras y tomando las armas que Sera les había preparado durante su entrenamiento. No necesitaban órdenes adicionales; sabían que su propósito era claro. No solo debían luchar, sino destacar, pues sabían que Rivon las observaría atentamente.

Rivon les había prometido un "premio" si demostraban su valía en el campo de batalla, y aunque las emociones de su antigua vida estaban enterradas bajo capas de obediencia absoluta, una chispa de ansia por complacer a su amo se encendía en sus corazones. Las cinco, con sus rostros inmutables y sus cuerpos tensos, avanzaron hacia las cápsulas de desembarco.

En el momento en que las cápsulas de transporte se lanzaron desde la Devastatrix, la verdadera brutalidad comenzó. Las primeras oleadas de soldados de la Dinastía del Caos Ardiente cayeron sobre las estaciones orbitales capturadas por los Aerithii. Los combates eran feroces, una danza macabra de sangre y destrucción, donde cada golpe era un recordatorio de la crueldad implacable del universo en el que Rivon reinaba.

Las armas de energía atravesaban cuerpos, las explosiones de granadas desmembraban a los soldados invasores, y la sangre se derramaba por todas partes. Los gritos de los moribundos resonaban en las cámaras de las estaciones, mezclándose con el sonido de disparos y los impactos de metal contra metal.

Nyxalia fue la primera en entrar en combate, sus movimientos rápidos y precisos. Con una espada energética en la mano, cortó a sus enemigos en pedazos, mientras su rostro permanecía frío e inmutable. Lyrissia la seguía de cerca, utilizando su aguda mente táctica para dirigir pequeños grupos de soldados hacia los puntos débiles de los defensores. Las demás, Thalennia, Zephyra y Aelynn, formaban una fuerza implacable, arrasando con los restos de los Aerithii en su camino, mientras la estación orbital se llenaba de cuerpos destrozados y humo.

En el campo de batalla, la crueldad no tenía límites. Los soldados de Rivon no solo luchaban para ganar, sino para destruir completamente a sus enemigos, sabiendo que sus amos los observaban. Los Aerithii, aunque valientes, comenzaban a ceder terreno. Por cada oleada de refuerzos que llegaba, nuevas oleadas de la flota de Rivon caían sobre ellos, como si la misma oscuridad del Núcleo los empujara hacia su destino inevitable.

Rivon observaba desde la Devastatrix, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios. La sangre corría, y con cada gota derramada, el deseo en su interior crecía. Sabía que pronto, el campo de batalla se convertiría en algo más que una simple lucha por el control. Para él, era una manifestación física de su poder, y cuando la victoria finalmente llegara, el desenfreno que seguiría sería aún más grandioso.

El campo de batalla estaba envuelto en un caos absoluto. Explosiones retumbaban en cada rincón de las estaciones orbitales y los cuerpos de los Aerithii caían como moscas bajo el asalto implacable de las fuerzas de la Dinastía del Caos Ardiente. Sin embargo, a pesar de la masacre, los Aerithii no se rendían. Sus naves seguían lanzando ataques y sus tropas luchaban con la desesperación de quienes no tienen otra opción más que resistir hasta el último aliento.

Fue en ese momento cuando Rivon y Sera decidieron intervenir personalmente.

Las sirvientas Aerithii, Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn, ya habían dejado su huella en el combate, y ahora se reunían en las plataformas de desembarco, esperando la llegada de sus amos. No pronunciaron palabra alguna, solo observaron en silencio mientras las figuras de Rivon y Sera emergían de la Devastatrix.

Rivon llevaba su armadura oscura, adornada con símbolos del caos y del deseo, cada pieza forjada en el Núcleo mismo. Su presencia emanaba un poder tan denso que incluso los soldados a su alrededor sentían cómo sus cuerpos temblaban. Junto a él, Sera caminaba con la misma gracia mortal, su armadura igualmente imponente, pero con detalles que reflejaban su enfoque estratégico y letal.

— Ha llegado el momento de darles el golpe final, — susurró Rivon con una sonrisa cruel mientras los cielos retumbaban con el fuego cruzado entre las naves.

Sin esperar más, ambos saltaron hacia el corazón del combate. En el momento en que sus pies tocaron el suelo, la batalla cambió. Los Aerithii, que ya luchaban por sus vidas, sintieron una presencia oscura y abrumadora que los paralizó de inmediato. El poder de Rivon era palpable, y cada movimiento que hacía parecía estar envuelto en una energía oscura que se alimentaba del miedo y la desesperación de sus enemigos.

Rivon avanzaba a través del campo de batalla como un dios implacable. Su espada, forjada en el Núcleo del Deseo, cortaba el aire con una precisión letal, atravesando las armaduras de los Aerithii como si fueran de papel. Cada golpe era mortal, y con cada vida que tomaba, Rivon sentía el poder aumentar dentro de él, junto con un deseo incontrolable que lo empujaba a derramar más sangre.

Uno de los soldados Aerithii intentó enfrentarlo, pero fue detenido en seco. Rivon lo levantó con una sola mano, mirándolo fijamente a los ojos mientras sentía cómo su control sobre la situación lo consumía. El soldado gritó, pero su resistencia fue inútil. Con un simple movimiento, Rivon lo destrozó, dejando su cuerpo caer como un trapo.

— Más sangre, más poder, — susurró Rivon, sintiendo el éxtasis recorrer su cuerpo con cada nueva muerte.

Sera, por su parte, era un torbellino de destrucción en el campo de batalla. Sus movimientos eran rápidos, casi imposibles de seguir con la vista. Su Bolter rugía con una furia implacable, disparando a quemarropa a los Aerithii que intentaban escapar. Cada explosión de las balas impactaba en cuerpos, destrozando sus defensas y derramando sangre por todas partes.

Rivon y Sera se movían como una fuerza imparable, una danza de destrucción y muerte que dejaba un rastro de cadáveres a su paso. Ninguno de los Aerithii podía detenerlos. Cada intento era aplastado con una brutalidad tan extrema que la batalla se convertía rápidamente en una masacre.

En un momento, Rivon, bañado en la sangre de sus enemigos, sintió cómo el deseo dentro de él alcanzaba un nuevo pico. Cuanta más sangre derramaba, más intensa era la sensación. Era un ciclo interminable de poder y placer, y la presencia de sus sirvientas observándolo desde la distancia solo lo alimentaba más.

Los Aerithii comenzaron a retroceder, incapaces de soportar la brutalidad desatada por Rivon y Sera. Los cuerpos destrozados de sus camaradas cubrían el suelo, mientras los que quedaban con vida huían desesperadamente hacia los corredores de la estación, buscando algún refugio, pero no había ninguno.

Sera, viendo la retirada de los Aerithii, decidió aprovechar el momento. Con un gesto, ordenó a sus tropas avanzar sin piedad. No habría prisioneros. La flota Aerithii estaba siendo destrozada desde el espacio, y sus fuerzas terrestres no tendrían mejor suerte. Los gritos de los Aerithii llenaban el aire, resonando entre las explosiones y el sonido del metal chocando.

— No dejes a ninguno con vida, — ordenó Rivon, su voz grave y autoritaria.

El caos en el campo de batalla alcanzó su apogeo. Las tropas de Rivon avanzaban sin piedad, cortando a los Aerithii que intentaban resistir. Las oleadas de invasores que una vez parecían interminables, ahora se veían reducidas a fragmentos dispersos de soldados desesperados.

En medio de la masacre, las sirvientas Aerithii de Rivon se unieron al combate, sin decir palabra, demostrando con sus acciones su devoción total. Nyxalia, con una espada en mano, cortaba a sus antiguos camaradas con la misma frialdad que Rivon. Lyrissia, con sus habilidades estratégicas, lideraba pequeños grupos hacia la victoria. Thalennia, Zephyra y Aelynn se movían como sombras, eliminando a cualquier Aerithii que intentara huir.

Cuando el último de los invasores cayó, Rivon se detuvo en medio del campo de batalla, respirando profundamente. La sensación de poder y control que sentía era indescriptible. Estaba bañado en sangre, el Núcleo del Deseo latiendo dentro de él, amplificando cada emoción, cada sensación.

Sera se acercó a su lado, sin rastro de fatiga en su rostro. Ambos miraron a su alrededor, viendo el campo lleno de cadáveres y cuerpos destrozados. Habían ganado, pero para ellos, esta victoria era solo un paso más en su ascenso imparable.

— La flota de los Aerithii ha sido destruida, — informó uno de los oficiales, inclinándose ante Rivon.

Rivon asintió, una sonrisa oscura formándose en sus labios.

— Entonces es hora de dar el siguiente paso, — dijo, su voz resonando con el poder acumulado.

Las sirvientas de Rivon se acercaron a él, sus cuerpos cubiertos de sangre pero sin mostrar emoción alguna. Sabían que su amo estaba complacido, y esa complacencia era lo único que importaba. Rivon las miró por un momento, complacido con su actuación.

— Os habéis ganado vuestro premio, — murmuró con una sonrisa peligrosa.

Las sirvientas, sin pronunciar palabra, inclinaron la cabeza en señal de sumisión.

Con la victoria asegurada y el sector bajo su control, Rivon y Sera sabían que el dominio de la Dinastía del Caos Ardiente estaba más cerca que nunca de extenderse por toda la galaxia.

El campo de batalla, bañado en sangre y destrozado por la masacre, se estremeció nuevamente con la llegada de refuerzos de los Aerithii. A lo lejos, las naves enemigas comenzaron a vomitar una nueva oleada de tropas, mucho más numerosa y desesperada que la anterior. Esta vez, los Aerithii desplegaron todo lo que les quedaba, trayendo no solo a soldados regulares, sino a sus guerreros élite, aquellos que habían sido preparados para la guerra más brutal y devastadora.

Rivon, empapado en la sangre de sus enemigos, observaba el horizonte con una sonrisa oscura en sus labios. A su lado, Sera estaba preparada, sin mostrar ningún rastro de agotamiento. El caos a su alrededor solo parecía fortalecerla.

Las sirvientas de Rivon, Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn, permanecían en silencio, pero sus ojos brillaban con la misma sed de sangre que habían mostrado durante la primera oleada. Ahora, de pie a su alrededor, estaban listas para seguir a su amo a cualquier parte, sin importar cuán sangriento fuese el camino.

El rugido de las naves Aerithii llenaba el aire mientras comenzaban a descender, y los soldados enemigos comenzaron a desplegarse en tierra, avanzando rápidamente hacia las posiciones de la Dinastía del Caos Ardiente. Las tropas de Rivon, ya en posiciones estratégicas, se preparaban para resistir el nuevo embate.

— ¡Aquí vienen! — gritó uno de los oficiales desde el frente.

Rivon levantó su espada, el poder del Núcleo del Deseo pulsando en su interior. Cada movimiento suyo parecía resonar con una energía oscura y lasciva que se filtraba en el campo de batalla, debilitando la moral de los Aerithii y fortaleciendo a sus propias tropas.

— ¡Que esta tierra se empape con la sangre de los últimos que osen desafiarme! — rugió Rivon, mientras avanzaba hacia el frente, con Sera a su lado.

Las tropas de Rivon lanzaron una ráfaga de disparos, y el choque entre ambos ejércitos fue devastador. Los Aerithii, en esta oleada, luchaban con una desesperación nacida del miedo y la supervivencia. Sabían que si fallaban, su civilización podría estar condenada.

Las sirvientas de Rivon no se quedaron atrás. Sin pronunciar palabra, Nyxalia y Lyrissia se lanzaron al frente, cortando a través de los cuerpos de sus antiguos camaradas con una eficiencia aterradora. Thalennia, con su control místico, lanzó ráfagas de energía oscura que atravesaban las defensas de los Aerithii, dejando cuerpos destrozados a su paso. Zephyra y Aelynn lideraban escuadrones de tropas, guiándolos con precisión militar hacia los puntos más vulnerables del enemigo.

Pero los Aerithii no retrocedían fácilmente. Sus guerreros élite, enfundados en armaduras brillantes y blandiendo espadas de energía, se enfrentaban directamente con las fuerzas de Rivon, eliminando a cualquier legionario que se interpusiera en su camino. Cada impacto de sus armas resonaba como un trueno, y el suelo temblaba con el peso de la batalla.

Rivon se movía como una sombra, su espada cortando a través de las defensas de los Aerithii como si fueran de papel. Cada golpe suyo desataba una onda de energía que desgarraba la carne y el metal por igual. A cada paso que daba, sentía cómo el poder del Núcleo del Deseo lo consumía más, alimentando su sed de sangre, haciéndolo cada vez más fuerte.

Sera, por su parte, avanzaba con su Bolter en mano, disparando con una precisión letal. Cada enemigo que caía bajo sus disparos era reducido a un montón de carne destrozada. Las tropas a su alrededor la seguían con devoción ciega, sabiendo que no había escape de la brutalidad que ella desataba en el campo de batalla.

El caos y la destrucción continuaban creciendo mientras los cuerpos se acumulaban en el suelo. Los Aerithii, aunque combatían ferozmente, no podían igualar la fuerza desatada por Rivon y Sera. La masacre se intensificaba, y el campo de batalla se convirtió en un mar de cadáveres y gritos de dolor.

Rivon, sintiendo cómo su deseo alcanzaba un nuevo clímax con cada vida que tomaba, lanzó un rugido de pura euforia, cortando a través de tres Aerithii de un solo golpe. Su presencia en el campo de batalla era un torbellino de destrucción, y no había manera de que los Aerithii pudieran detenerlo.

Sera, siempre a su lado, se movía con una precisión letal. Con cada disparo, derribaba a sus enemigos, y con cada paso que daba, el miedo se extendía entre las filas enemigas.

La oleada parecía interminable, pero Rivon y Sera seguían adelante, implacables en su sed de destrucción. Los Aerithii, desesperados, comenzaron a retirarse, pero no había lugar a donde escapar. Las tropas de la Dinastía del Caos Ardiente los cazaban sin piedad, reduciéndolos a cenizas.

Finalmente, después de horas de brutal combate, la última oleada Aerithii fue destruida. Los pocos que quedaban vivos intentaron huir, pero fueron rápidamente eliminados por las sirvientas de Rivon, que no mostraban piedad alguna.

El campo de batalla quedó en silencio, excepto por el sonido del viento que soplaba a través de los cuerpos destrozados y las estructuras en ruinas.

Rivon, de pie en medio de la carnicería, sonrió. Su cuerpo estaba empapado en sangre, y su mente seguía vibrando con el poder del Núcleo del Deseo. La batalla había terminado, pero el deseo que sentía por más sangre y destrucción solo acababa de empezar.

Sera se acercó a su lado, observando el campo de batalla con una mirada fría y calculadora.

— Ha sido una victoria aplastante, pero esto es solo el comienzo, — dijo con calma.

Rivon asintió, complacido. La masacre que habían desatado era solo una fracción de lo que estaba por venir. Los Aerithii habían sido derrotados, pero nuevos enemigos se levantarían, y Rivon estaba ansioso por enfrentarlos, por derramar más sangre y saciar el poder creciente dentro de él.

Con una última mirada al campo de batalla, Rivon y Sera regresaron a la Devastatrix, sus sirvientas siguiéndolos en silencio, preparándose para lo que vendría a continuación.

La Dinastía del Caos Ardiente había dado un paso más hacia la dominación total de la galaxia, y nadie, ni siquiera los Aerithii, podía detenerlos.

Tras la masacre, las tropas de la Dinastía del Caos Ardiente comenzaron a reorganizarse, preparándose para un posible contraataque o para consolidar su victoria. El campo de batalla seguía cubierto de cadáveres y escombros, mientras los soldados y sirvientas de Rivon terminaban de asegurar las posiciones estratégicas alrededor de la zona devastada.

Sin embargo, cuando todo parecía calmarse, una transmisión inesperada llegó desde las naves Aerithii supervivientes. La señal era débil, pero clara: pedían una tregua, una oportunidad para negociar. Rivon, de pie en el puente de mando de la Devastatrix, miraba la pantalla de comunicación con una sonrisa arrogante en sus labios. A su lado, Sera observaba con una fría indiferencia.

— ¿Diplomacia? — murmuró Rivon con una burla apenas disimulada. — ¿Después de todo esto, quieren negociar?

El oficial a cargo de las comunicaciones asintió, sin atreverse a mirar a Rivon a los ojos. La petición era clara: los Aerithii, sabiendo que no podían ganar en una guerra prolongada, pedían paz a cambio de cesar el derramamiento de sangre.

Rivon se levantó lentamente de su trono, caminando con una gracia depredadora hacia la pantalla donde los líderes Aerithii aparecían, con expresiones de miedo y desesperación. Los que quedaban de su flota eran pocos, apenas un puñado de naves y soldados que no tendrían ninguna oportunidad en una segunda confrontación directa.

— Muy bien, — dijo Rivon, su voz resonando por todo el puente con un tono lleno de superioridad. — Hablemos de "paz".

En la pantalla, uno de los líderes Aerithii habló, su voz temblorosa.

— Lord Rivon, somos conscientes de que no podemos igualar el poder de la Dinastía del Caos Ardiente. Pedimos una tregua... una oportunidad para vivir en paz sin más enfrentamientos. Ofrecemos tributo, recursos de nuestros mundos... solo déjenos vivir.

La expresión de Rivon no cambió. Se acercó un poco más a la pantalla, sus ojos oscuros llenos de desprecio.

— ¿Tributo? — repitió en tono burlón. — ¿Creéis que eso será suficiente para salvar vuestras patéticas vidas?

Los líderes Aerithii intercambiaron miradas nerviosas. La presión en la sala era insoportable. Sabían que estaban a merced de Rivon, y que su oferta de paz era su último recurso.

— Escuchadme bien, — continuó Rivon, ahora más calmado, pero con una amenaza latente en cada palabra. — Si queréis paz, lo haréis bajo nuestras condiciones. Y solo habrá una manera de asegurar vuestra supervivencia: cada medio año, enviaréis un tributo de recursos al doble de lo que ofrecéis ahora. No me importa si eso agota vuestros mundos. Y si alguna vez os atrevéis a faltar a este acuerdo, volveremos... y no habrá diplomacia, solo la aniquilación total.

Los líderes Aerithii tragaron saliva, sabiendo que no tenían opción. Sin embargo, uno de ellos intentó interceder.

— ¿Y si cumplimos con los términos, Lord Rivon? ¿Podríamos confiar en vuestra protección? — preguntó con cautela. — Sabemos que otros enemigos podrían aprovechar nuestra debilidad...

Rivon soltó una carcajada baja, su rostro lleno de desdén.

— ¿Protección? — dijo con una sonrisa oscura. — Oh, por supuesto. Nadie os tocará... siempre que cumpláis. Nos aseguraremos de que no pase nadie por vuestros sectores que quiera atacaros... siempre que sigáis entregándonos vuestros recursos.

— Y recordad, — intervino Sera, su voz cortante como una hoja afilada. — No es protección lo que compráis, sino tiempo. Solo seguís existiendo porque así lo decidimos.

Los líderes Aerithii, humillados y acorralados, asintieron lentamente. Sabían que la única opción que les quedaba era someterse. Rivon, disfrutando del poder absoluto que tenía sobre ellos, les lanzó una última advertencia.

— Si osáis traicionar este pacto, no solo os destruiré, — dijo en tono bajo pero amenazante —, sino que haré que vuestros mundos se conviertan en campos de esclavos para siempre.

La transmisión se cortó, y Rivon, satisfecho, volvió a su trono. Las sirvientas Aerithii, que habían presenciado todo en silencio, permanecían a su lado, listas para servir en lo que fuera necesario. Rivon las miró de reojo, complacido con el control absoluto que tenía no solo sobre ellas, sino sobre todos sus enemigos.

— Parece que hemos ganado más que una simple victoria hoy, — comentó Sera, observando la pantalla vacía.

Rivon asintió, su mirada llena de satisfacción oscura.

— Sí, — respondió. — Y esto es solo el principio.

La Dinastía del Caos Ardiente había establecido su dominio no solo con la fuerza de las armas, sino con la opresión implacable que solo un poder absoluto podía garantizar.

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