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Capítulo 36: La Sombra de la Próxima Guerra

El campo de batalla había quedado en silencio. Solo el crepitar ocasional de los incendios y el zumbido de los generadores auxiliares rompían la calma mientras los soldados, exhaustos y ensangrentados, comenzaban a reagruparse. La victoria había sido costosa, y aunque los Zor'tha habían sido repelidos, todos sabían que esta no sería la última vez que enfrentarían la furia de esos monstruos.

Rivon, cubierto de sangre seca y polvo, se retiró de la línea del frente. Aún sostenía el estandarte con firmeza, pero su cuerpo sentía el cansancio de días ininterrumpidos de lucha. Los cañones de las naves aún escupían disparos hacia las posiciones alejadas de los Zor'tha, pero la intensidad del combate había disminuido. Era una tregua momentánea, un respiro que apenas se sentía entre los soldados.

Mientras caminaba de regreso al puesto de mando improvisado, Rivon no podía evitar sentir cómo algo dentro de él cambiaba con cada paso que daba. Era como si cada batalla lo acercara más a una verdad oculta, algo profundo que aún no podía descifrar completamente. El poder que sentía crecer dentro de él no era solo físico; era algo que trascendía la carne, un poder que lo llamaba desde lo más oscuro de su ser.

Llegó al puesto de mando, donde los Ascendidos Superiores y los oficiales de la Mano de Vetra se reunían para discutir la siguiente fase de la operación. Los mapas proyectados en las pantallas mostraban la situación actual del planeta Korrath. Los Zor'tha habían sido expulsados de las áreas circundantes, pero se sabía que aún quedaban focos de resistencia en las zonas más remotas.

Rivon, — lo llamó Lord Tanos, el comandante supremo de las fuerzas en el planeta. — Buen trabajo en el frente. Has mantenido nuestra posición cuando parecía que todo estaba perdido.

Rivon asintió, pero no dijo nada. El reconocimiento de su valía ya no le proporcionaba la misma satisfacción que antes. Había algo más en juego, algo que aún no entendía completamente, pero que lo empujaba a seguir adelante.

Los refuerzos están en camino, — continuó Tanos, — pero no podemos bajar la guardia. Hemos recibido informes de que más naves enemigas están en ruta hacia el planeta. Los Zor'tha no han terminado con nosotros. Quieren destruir este lugar, y harán lo que sea necesario para lograrlo.

Un murmullo recorrió la sala. Todos sabían lo que eso significaba: más combates, más muertes. Korrath no era solo un campo de batalla; era un símbolo. Si caía, el enemigo tendría una cabeza de puente para lanzar ataques más profundos en los territorios de la Mano de Vetra. La próxima batalla sería aún más sangrienta que la anterior, y muchos de los que estaban en esa sala sabían que no sobrevivirían para ver su conclusión.

Quiero que lideres una de las avanzadas hacia el este, Rivon, — dijo Tanos con tono autoritario. — Hemos detectado una posible fortaleza de los Zor'tha en esa zona. Si los eliminamos, podremos consolidar nuestras defensas aquí.

Rivon asintió de nuevo, aceptando la orden sin vacilar. Sentía que su lugar estaba en el frente, donde la batalla era más intensa. Cada enfrentamiento lo hacía más fuerte, cada enemigo que derrotaba lo acercaba a lo que realmente era. Sabía que este poder latente en su interior no era casual, y la guerra era su camino para desatarlo completamente.

Mientras los oficiales continuaban discutiendo los detalles de la operación, Rivon se apartó, sintiendo una incomodidad creciente. La presencia de otros seres humanos, incluso Ascendidos, ya no le ofrecía el mismo consuelo que antes. Había algo en él que se estaba alejando de todo lo que conocía, algo que le decía que era diferente, incluso entre los guerreros más poderosos.

Al salir del puesto de mando, la atmósfera parecía más pesada. El aire estaba cargado de tensión, y los soldados que pasaban junto a él lo observaban con una mezcla de respeto y distancia. Sabían que Rivon no era como ellos. Su imponente figura y la fuerza descomunal con la que luchaba lo separaban, haciéndolo casi inhumano a sus ojos.

Caminó lentamente por los pasillos de la base improvisada, pensando en Sera y Lyra, que habían quedado en el planeta natal de la Mano. Sabía que estaban a salvo, lejos de las batallas y el peligro que se cernía sobre Korrath, pero también era consciente de que la guerra alcanzaba a todos, incluso a aquellos que no participaban directamente en ella. Los enemigos del Imperio Celestial no diferenciaban entre soldados y civiles, y el mundo seguía siendo cruel, incluso en los lugares más protegidos.

Sabía que, aunque Sera y Lyra estuvieran lejos, su influencia sobre él seguía presente. Su hermana era lo único que le quedaba, la única que podía recordarle algún resquicio de humanidad en medio de la brutalidad de la guerra. Sin embargo, Rivon también sabía que estaba cambiando. El poder que sentía crecer en su interior lo alejaba poco a poco de todo lo que una vez fue importante para él.

La noche cayó rápidamente sobre el campamento, y Rivon descansó lo justo para prepararse para el día siguiente. El sonido de las naves sobrevolando el campamento y el eco de las explosiones lejanas eran la única música que acompañaba sus sueños. Sabía que la guerra continuaría, y que en ella encontraría lo que estaba buscando. Solo era cuestión de tiempo.

Al día siguiente, la luz grisácea del amanecer comenzó a iluminar el campamento. La rutina en el frente no daba tregua; los soldados se movían entre los escombros, reparando vehículos, reforzando las defensas, y preparando sus armas para lo que sabían que sería otro día de combate. Los Zor'tha no se detendrían, y la guerra seguía siendo implacable.

Rivon salió de su barracón y se dirigió a la plaza central del campamento. La presencia de los refuerzos de la Mano de Vetra se hacía evidente; nuevas unidades de Ascendidos se habían desplegado, y sus impresionantes armaduras brillaban bajo la luz tenue del amanecer. Los cañones antiaéreos se mantenían en posición, siempre preparados para repeler cualquier ataque aéreo que pudiera venir.

Mientras avanzaba entre los soldados, Rivon notó las miradas de los Ascendidos más jóvenes y de algunos legionarios. Sabían quién era, o al menos conocían su reputación. No hablaban abiertamente, pero el respeto y la cautela eran visibles en sus gestos y miradas. Aunque Rivon llevaba años luchando junto a ellos, ahora era distinto. Había algo en su forma de luchar, en su fuerza descomunal y su resistencia, que lo hacía destacar.

Se detuvo frente a la tienda de campaña donde Lord Tanos estaba reunido con sus comandantes. Aunque la operación del día anterior había sido un éxito, la guerra estaba lejos de terminar. Sabían que los Zor'tha seguirían enviando oleadas de sus criaturas más letales, y que cada día sería una lucha por mantener la línea.

Rivon, — lo llamó Tanos desde dentro, sin levantar la vista de los mapas tácticos que cubrían la mesa. — Estamos avanzando hacia el este, pero necesitamos consolidar nuestra posición en las colinas cercanas. Los Zor'tha han estado moviéndose a través de túneles subterráneos, y si no sellamos esos puntos de acceso, nos arriesgamos a que nos flanqueen.

Rivon asintió mientras se acercaba a la mesa para observar los mapas. Las posiciones de las tropas se mostraban claramente, y las zonas donde los Zor'tha habían sido vistos estaban marcadas en rojo. A simple vista, parecía una operación relativamente simple: bloquear los túneles, sellarlos con explosivos y mantener la línea. Pero Rivon sabía que nada era tan fácil en este tipo de guerra. Los Zor'tha eran impredecibles, y su capacidad para adaptarse a las tácticas humanas los hacía peligrosos.

Quiero que lideres el escuadrón que se encargará de asegurar la entrada principal a los túneles, — continuó Tanos. — Tendrás a tus Ascendidos menores contigo, y un equipo especializado en demoliciones para sellar las entradas. Hazlo rápido y asegúrate de que no quede ningún punto de acceso operativo.

Rivon no necesitaba más explicaciones. Sabía lo que tenía que hacer y lo haría sin dudar. Se giró para salir de la tienda, pero antes de hacerlo, Tanos lo detuvo.

Rivon… — comenzó el comandante, su voz bajando ligeramente. — He escuchado cosas sobre ti. No sé qué es lo que ocurre, pero mantén el control. La guerra no perdona a los que pierden su propósito.

Rivon lo miró por un momento, sus ojos oscuros bajo el casco de su armadura. No respondió. Sabía que algo dentro de él estaba cambiando, y aunque lo ocultaba bien, no podía negar que el poder que sentía crecer era más que una simple mejora física. Había algo más, algo profundo y oscuro que se abría camino desde su interior, pero Rivon no le temía. De hecho, lo aceptaba.

Salió de la tienda de mando y se dirigió hacia donde su escuadrón de Ascendidos Menores lo esperaba. Los guerreros ya estaban listos, sus armaduras relucientes y sus armas completamente operativas. Algunos de ellos revisaban sus rifles de plasma, mientras otros ajustaban los sistemas de sus trajes. No había necesidad de palabras; todos sabían lo que se esperaba de ellos.

Nos movemos en cinco minutos, — dijo Rivon mientras los observaba con una mezcla de respeto y determinación. Estos hombres eran máquinas de guerra, implacables y devotos a su causa. Pero aunque compartían el campo de batalla, Rivon sentía la distancia entre ellos. Su propia naturaleza, esa fuerza que lo impulsaba, lo alejaba cada vez más de la camaradería que solía sentir.

En cuestión de minutos, el escuadrón de Ascendidos estaba listo para avanzar. Se dirigieron hacia los vehículos de transporte que los llevarían a las colinas, donde los túneles subterráneos de los Zor'tha esperaban ser sellados. Mientras se acomodaba en el interior de uno de los vehículos, Rivon cerró los ojos por un momento, permitiéndose una pausa antes de la próxima batalla. Sabía que lo que estaba por venir no sería sencillo, pero la guerra siempre lo había fortalecido. Era en el caos de la batalla donde se sentía más vivo.

El convoy comenzó a moverse, el sonido de los motores resonando por el campamento mientras se dirigían al este. Los caminos estaban plagados de restos de vehículos destrozados, cadáveres de soldados caídos y Zor'tha muertos. Era un recordatorio constante de lo frágil que podía ser la vida en el campo de batalla. Pero para Rivon, la fragilidad era una parte necesaria de la guerra. Solo los fuertes sobrevivían, y él había decidido hace mucho tiempo que sería uno de ellos.

A lo lejos, las colinas se levantaban como gigantes sombríos sobre el paisaje devastado. Sabía que debajo de ellas, los Zor'tha se ocultaban, esperando el momento adecuado para lanzar su siguiente ataque. Pero Rivon no les daría esa oportunidad. Esta vez, serían ellos los que quedarían atrapados, y no habría escape.

El convoy avanzaba a través del terreno accidentado, con los motores rugiendo bajo el peso de los vehículos blindados. A medida que se acercaban a las colinas, el aire se volvía más denso, y el silencio empezaba a apoderarse de todo. Solo el ruido de las máquinas rompía la quietud de aquel paisaje devastado. La tensión entre los Ascendidos Menores era palpable. Sabían que no se trataba de una misión ordinaria; los Zor'tha podían estar en cualquier parte, y sus tácticas impredecibles los hacían enemigos formidables.

Rivon mantenía la mirada fija en el horizonte. El paisaje yermo se extendía delante de él, con las colinas acercándose rápidamente. Sabía que allí, bajo esas montañas de roca, los túneles escondían una amenaza letal. La idea de enfrentarse nuevamente a los Zor'tha no le causaba miedo, sino una especie de anticipación salvaje. Cada batalla lo acercaba más a la verdad que estaba buscando, a ese poder que sentía crecer dentro de él, algo que iba más allá de la brutalidad física.

Los vehículos frenaron en seco cuando llegaron a la base de las colinas. Las puertas se abrieron con un golpe seco, y los Ascendidos salieron en perfecta formación, sus armas listas, sus cascos sellados, y sus sistemas de combate activos. El aire olía a polvo y sangre. Rivon se adelantó, su cuerpo una figura imponente en medio del grupo, liderando a sus hombres hacia la entrada del túnel más grande. Sabía que este era el punto clave: si lograban sellarlo, los Zor'tha perderían una de sus principales vías de ataque.

Revisen las entradas laterales. No podemos permitir que nada escape, — ordenó con voz firme, mientras señalaba a varios de los Ascendidos que lo acompañaban.

El grupo se dividió, algunos moviéndose hacia las bocas más pequeñas de los túneles. Rivon continuó avanzando hacia la entrada principal, acompañado por el equipo de demoliciones. Sabía que no sería fácil, y aunque la misión era sellar los túneles, también era probable que encontraran resistencia dentro. Los Zor'tha no abandonarían su posición sin luchar.

Mientras avanzaban, las luces de los cascos iluminaban las paredes del túnel, cubiertas de una sustancia viscosa que los Zor'tha dejaban a su paso. El olor era nauseabundo, pero los Ascendidos estaban acostumbrados a enfrentar lo peor. El suelo temblaba bajo sus pies, y el sonido de pasos pesados resonaba a lo lejos, anunciando que no estaban solos.

Prepárense, — murmuró Rivon, levantando una mano para detener al grupo.

De la oscuridad más profunda del túnel emergió una figura monstruosa. Era un Zor'tha, más grande que los que habían enfrentado antes. Su piel gruesa y oscura relucía bajo la luz de los cascos, y sus ojos inyectados de sangre brillaban con una ferocidad casi animal. Las fauces de la criatura se abrieron, dejando escapar un rugido que hizo temblar las paredes.

Rivon no dudó ni por un segundo. Alzó su rifle de plasma y disparó directamente a la cabeza del monstruo. El impacto fue brutal, y la criatura se tambaleó hacia atrás, pero no cayó. Rivon apretó los dientes y se lanzó hacia adelante, sacando su espada de energía. Con un giro rápido, clavó el arma en el torso del Zor'tha, atravesando su carne y huesos con facilidad.

El monstruo rugió de dolor, pero Rivon no cedió. Giró la espada, desgarrando el cuerpo de la criatura antes de apartarse bruscamente. El Zor'tha cayó con un golpe sordo, sus extremidades aún sacudiéndose en espasmos mientras su vida se extinguía.

Sellen la entrada, rápido, — ordenó Rivon, sin perder el ritmo.

El equipo de demoliciones se apresuró a colocar las cargas explosivas en las paredes del túnel. Las manos de los Ascendidos se movían con precisión y rapidez, sabiendo que no podían permitirse perder tiempo. Rivon se mantuvo en guardia, su rifle apuntando hacia la oscuridad que se extendía más allá, sabiendo que más criaturas podían aparecer en cualquier momento.

El sonido de los detonadores al ser activados rompió el silencio del túnel. Una serie de explosiones controladas sacudieron el suelo, y las paredes comenzaron a colapsar, sellando la entrada del túnel. El polvo llenó el aire mientras los escombros caían pesadamente, bloqueando cualquier acceso que los Zor'tha pudieran haber utilizado.

Movimiento limpio, — informó uno de los Ascendidos encargados de las demoliciones, su voz resonando a través del comunicador interno de su casco.

Rivon asintió. El túnel estaba sellado, pero sabía que esto no era el final. Los Zor'tha encontrarían otras formas de atacar. Esta era solo una batalla dentro de una guerra mucho más grande. Pero, por ahora, habían logrado detener el avance enemigo en este sector.

Regresemos a la superficie, — ordenó Rivon, liderando nuevamente al escuadrón.

A medida que ascendían por el túnel, el silencio era casi palpable. Los cuerpos de los Zor'tha caídos yacían en el suelo, y los restos de la batalla eran evidentes en las paredes y el suelo cubiertos de sangre y restos orgánicos. Rivon no podía evitar notar cómo cada vez que su espada atravesaba a una de esas criaturas, algo dentro de él se encendía. Era como si la batalla misma lo estuviera alimentando, dándole fuerzas que iban más allá de lo que cualquier Ascendido podía sentir.

Al llegar a la salida, el viento fresco de las colinas golpeó su rostro, y por un breve momento, pudo relajarse. La misión había sido un éxito, y los túneles estaban sellados. Pero en el fondo de su mente, sabía que este era solo el comienzo de algo mucho más grande.

Rivon levantó la vista hacia el horizonte. Las colinas se alzaban imponentes frente a él, y más allá, las naves de la Mano de Vetra sobrevolaban la zona, asegurando el perímetro

De regreso en la superficie, el grupo de Ascendidos se movía con una coordinación casi perfecta. Sus pasos resonaban con fuerza sobre el suelo lleno de escombros, mientras las sombras de las naves de combate sobrevolaban el cielo nublado. Las colinas donde acababan de sellar los túneles se perfilaban como un testimonio de la victoria temporal, pero todos sabían que los Zor'tha eran persistentes. Volverían, como siempre lo hacían, más implacables y más violentos.

Rivon, avanzando al frente, sentía cómo la presión de la batalla se disipaba lentamente de su cuerpo, aunque en su interior, el fuego continuaba ardiendo. La victoria había sido satisfactoria, pero no completa. La guerra nunca ofrecía finales claros, y la sensación de inacabado lo perseguía con cada paso que daba.

Cuando llegaron al puesto de mando, Lord Tanos los recibió en la entrada con una expresión severa, pero cargada de aprobación. La misión había sido un éxito, y eso se reflejaba en su rostro. A pesar de la constante amenaza de los Zor'tha, al menos en ese sector, habían asegurado el perímetro por ahora.

Bien hecho, Rivon. — La voz de Tanos era grave pero firme. — Hemos recibido informes de que los otros equipos han completado sus objetivos. Por ahora, los túneles están sellados, y las fuerzas enemigas han retrocedido. Pero no debemos confiarnos. Esto solo nos ha dado algo de tiempo.

Rivon inclinó ligeramente la cabeza, en señal de respeto, pero no respondió. Su mente ya estaba en el siguiente paso, en lo que vendría después. Sabía que cada batalla era solo un preludio de la siguiente. Y aunque la guerra nunca terminaba, su objetivo era claro: ganar, sobrevivir y aprovechar cada victoria para fortalecerse aún más.

Los Ascendidos que lo acompañaban también parecían aliviados, pero en sus ojos se podía leer la misma determinación. No había camaradería en el sentido tradicional, pero el respeto entre ellos era tangible. Eran soldados de la élite, máquinas de guerra que vivían para luchar. El único descanso que tenían era el tiempo que les otorgaba la preparación para la siguiente misión.

Descansen mientras puedan, — dijo Tanos con seriedad. — No sabemos cuánto durará esta tregua, pero cuando vuelva a sonar la alarma, quiero que estemos listos.

Con esas palabras, Rivon y su equipo se dispersaron, dirigiéndose a sus barracones para recuperarse. El peso de la armadura presionaba sus músculos, pero para Rivon, esa carga no era más que una extensión de su cuerpo. A estas alturas, la armadura se sentía como una segunda piel, y rara vez se la quitaba. Solo en momentos de absoluta necesidad se despojaba de su protección, y aún así, nunca lo hacía completamente. La armadura representaba lo que se estaba convirtiendo: poder, control y dominación sobre el caos que lo rodeaba.

En el barracón asignado, el silencio reinaba. Los Ascendidos no eran propensos a las conversaciones triviales, y todos sabían que el tiempo que tenían para descansar era sagrado. Rivon se quitó lentamente el casco, dejando que el aire fresco rozara su rostro sudoroso. Miró su armadura cubierta de las marcas de la batalla: golpes, rayaduras, manchas de sangre seca. Cada cicatriz en el metal contaba una historia, y él las atesoraba como trofeos.

Mientras se acomodaba en su litera, sus pensamientos se volvieron hacia Sera y Lyra, que estaban a salvo en el planeta natal de la Mano. Sabía que el deber de protegerlas estaba por encima de todo, pero la distancia entre ellos le permitía concentrarse plenamente en la guerra. Aunque amaba a su hermana y haría cualquier cosa por ella, el deseo de poder, de control, se hacía más fuerte cada día. Era como una sed insaciable que la batalla solo lograba aumentar.

Pero no era solo el poder lo que lo movía. Había algo más oscuro, algo que Rivon aún no lograba entender del todo. Cada vez que su espada cortaba a través de la carne, cada vez que derramaba la sangre de sus enemigos, sentía una energía vibrar en su interior. Una parte de él se resistía a pensar en ello, pero otra parte, la más dominante, lo aceptaba. Había algo en la violencia que lo conectaba con su verdadera naturaleza, con algo profundo y salvaje que se abría paso con cada batalla.

Se recostó sobre la cama, cerrando los ojos por un momento. El sonido de las naves patrullando el cielo llenaba el aire, pero en la quietud del barracón, podía sentir cómo su mente se despejaba lentamente. Sin embargo, el descanso duró poco. Antes de que pudiera hundirse completamente en el sueño, la alerta sonó de nuevo.

Rivon abrió los ojos al instante, sus músculos tensándose como si hubiera estado esperando ese momento. Se levantó rápidamente, volviendo a colocarse el casco, sintiendo cómo la armadura lo envolvía de nuevo, preparándolo para lo que venía.

Las órdenes llegaron a través del comunicador interno: un grupo de Zor'tha había intentado un contraataque en las colinas cercanas. Aunque los túneles estaban sellados, las criaturas habían encontrado otra ruta y estaban avanzando rápidamente hacia las líneas de defensa.

Rivon sonrió bajo el casco, una sonrisa oscura y satisfecha.

El sonido de las sirenas inundaba el campamento mientras los soldados se movilizaban rápidamente. Rivon, ya completamente equipado, avanzaba con paso firme hacia la zona de despliegue, donde los Ascendidos Menores y los legionarios comunes se estaban agrupando para la próxima incursión. El aire estaba cargado de tensión, pero para Rivon, este era el momento en el que se sentía más en control, más vivo.

Las órdenes eran claras: los Zor'tha habían encontrado un nuevo acceso subterráneo y estaban intentando rodear las posiciones de los humanos. Si lograban llegar a las líneas principales, podrían romper las defensas y desatar el caos. Rivon sabía que tenían que moverse rápido y golpear con precisión para evitarlo.

Al llegar al vehículo de transporte asignado, vio a su escuadrón de Ascendidos ya preparados, con sus rifles de plasma y espadas energéticas brillando bajo las luces del campamento. Los legionarios comunes también se organizaban en filas, su determinación visible en sus ojos, aunque sabían que su papel era apoyar y morir si era necesario.

Esta vez vamos a terminar con esto, — dijo Rivon a su equipo, con una voz firme que no dejaba espacio para la duda. — Nos encargaremos de ese acceso subterráneo antes de que puedan romper nuestras defensas. No habrá piedad.

Los Ascendidos asintieron en silencio, y Rivon subió al vehículo. El rugido de los motores llenó el aire cuando el convoy comenzó a moverse a través del terreno devastado. Las luces de las naves de combate pasaban sobre ellos mientras se dirigían hacia el punto de impacto, donde se esperaba que los Zor'tha hicieran su último movimiento.

El viaje fue corto pero intenso. Rivon se concentraba en la misión, su mente calculando cada paso que debía dar, cada táctica que debía ejecutar para asegurar la victoria. Aunque los demás no lo sabían, en el fondo Rivon sentía que su propio poder crecía con cada batalla. El deseo de controlar, de aplastar a sus enemigos, lo impulsaba más allá de lo que cualquier soldado ordinario podría imaginar.

Finalmente, llegaron al punto designado. Los Zor'tha ya estaban atacando, y el caos se había desatado en las líneas defensivas. Criaturas monstruosas, deformadas y cubiertas de exoesqueletos negros, emergían de la tierra, atacando a los soldados humanos con furia incontrolable. Las armas de energía chisporroteaban en el aire, mientras los legionarios intentaban mantener su posición desesperadamente.

Vamos, a las posiciones! — rugió Rivon mientras saltaba del vehículo, su espada de energía activada, cortando el aire a su alrededor.

Los Ascendidos lo siguieron de cerca, moviéndose con precisión letal mientras avanzaban hacia el frente de batalla. Los Zor'tha eran implacables, pero Rivon y su equipo lo eran más. Cada golpe de su espada partía a las criaturas por la mitad, mientras el fuego de plasma destruía a las hordas que intentaban avanzar.

Rivon sintió el calor del combate, el peso de cada impacto en su cuerpo, pero no se detenía. Sus movimientos eran rápidos y precisos, casi como si fueran guiados por una fuerza superior. Cada Zor'tha que caía bajo su espada alimentaba su ansia de poder, su necesidad de dominar a cualquier enemigo que se interpusiera en su camino.

Con un grito de guerra, Rivon cargó hacia una de las criaturas más grandes, un coloso que rugía mientras destruía a los soldados a su paso. Sin pensarlo, Rivon se lanzó sobre su espalda, clavando su espada profundamente en la carne endurecida del monstruo. La criatura aulló de dolor, sacudiéndose violentamente, pero Rivon no soltó su arma. Con una fuerza descomunal, giró la espada, desgarrando las entrañas del Zor'tha desde dentro.

El coloso cayó, derrumbándose en el suelo con un estruendo, y Rivon se levantó sobre el cadáver, su respiración agitada, pero su mente aún completamente enfocada. No había tiempo para descansar. Aún quedaban más enemigos por derrotar.

Sellen ese túnel, — ordenó a su equipo de demoliciones, mientras avanzaba hacia la siguiente oleada de Zor'tha.

El equipo de demoliciones se apresuró a colocar las cargas explosivas alrededor de la entrada del túnel por donde habían emergido las criaturas. Las manos de los Ascendidos se movían con precisión militar, sabiendo que el más mínimo error podría costarles la vida.

Rivon mantenía la guardia, abatiendo a los Zor'tha que intentaban avanzar hacia ellos. El sonido de las explosiones llenó el aire cuando el túnel fue sellado de una vez por todas, los escombros cayendo con estruendo y bloqueando el acceso.

El campo de batalla quedó en silencio por un momento, mientras los Zor'tha restantes retrocedían, incapaces de continuar su ataque. El terreno a su alrededor estaba cubierto de cadáveres, tanto humanos como de las criaturas alienígenas. Era una victoria, pero Rivon sabía que la guerra estaba lejos de terminar.

Respirando hondo, miró a su alrededor. Los Ascendidos seguían en pie, aunque agotados, y los legionarios que quedaban trataban de reagruparse. Habían ganado este día, pero Rivon sentía que esto solo era el preludio de algo mucho más grande, algo que vendría más pronto de lo que todos imaginaban.

Volvamos a la base, — dijo con voz firme, mientras el escuadrón comenzaba a moverse de regreso hacia los vehículos.

Después de la última batalla, Rivon caminaba lentamente por los oscuros pasillos del barracón. El eco de sus pasos se mezclaba con el silencio opresivo que siempre quedaba tras un enfrentamiento. El olor a humo y sangre aún flotaba en el aire, intensificando el ambiente sombrío. Sin embargo, su mente ya no estaba en la batalla; algo mucho más profundo se agitaba dentro de él. La violencia y la sangre derramada habían despertado un deseo primitivo, una necesidad que no podía contener. Era una mezcla de poder y lujuria, una sed que exigía ser saciada.

Al pasar por las zonas destinadas a los esclavos, sus ojos se posaron en dos mujeres jóvenes, agachadas en el suelo, limpiando la sangre y la suciedad dejadas por la reciente batalla. Los cuerpos de las esclavas temblaban ligeramente al sentir la presencia de los soldados que pasaban, pero evitaban todo contacto visual. Sabían lo que eso significaba. Rivon las observó por un instante, el hambre en sus ojos intensificándose. No tenía intención de ignorarlas.

Con un movimiento brusco, las tomó a ambas por el brazo, sus dedos firmes se cerraron con una fuerza que no dejaba lugar a dudas sobre lo que venía. Las esclavas se estremecieron al contacto, sus respiraciones acelerándose mientras el miedo se reflejaba en sus ojos, pero no se atrevieron a emitir un sonido. Sabían cuál era su destino, y la resistencia solo les traería más sufrimiento. El poder de Rivon era ineludible, y ellas lo sabían.

Las arrastró por los pasillos sin decir una palabra, su cuerpo irradiando una energía contenida. Las llevó a una habitación privada, una destinada solo a los Ascendidos. La puerta se cerró tras ellos, el sonido fue como un sello de lo inevitable. Dentro de la penumbra de la habitación, el aire parecía más denso, cargado de tensión. Las esclavas respiraban de manera irregular, sus cuerpos temblaban mientras esperaban lo que vendría.

Rivon se quitó parte de su armadura, los movimientos eran lentos y calculados, el crujido metálico llenando el silencio. No necesitaba apresurarse. Cada segundo que pasaba aumentaba la tensión, y él disfrutaba esa sensación. Sin decir una palabra, empujó a las dos mujeres hacia la cama, donde cayeron con un leve jadeo, sus cuerpos rígidos y tensos. El miedo estaba presente en sus rostros, pero también una resignación fría. Sabían lo que tenían que hacer.

Las manos de Rivon fueron rápidas y firmes al tomar a la primera de ellas. Su cuerpo temblaba bajo su agarre, y su respiración se volvió entrecortada cuando él la arrastró hacia sí, sus dedos hundiéndose en la carne suave de sus caderas. La joven emitió un pequeño gemido cuando la fuerza de Rivon la aplastó contra la cama, su cuerpo curvándose involuntariamente ante la dureza de su toque. Cada movimiento era preciso, cada gesto dejaba claro que no había espacio para la resistencia.

El contacto entre ambos cuerpos fue inmediato. Rivon no mostraba ninguna emoción, pero sus acciones eran implacables. La piel de la joven se erizó al contacto frío de sus manos, y su cuerpo reaccionó instintivamente, temblando y soltando pequeños gemidos que no lograba reprimir. Su respiración se aceleraba, sus pechos subían y bajaban rápidamente mientras intentaba contener el miedo que se transformaba en una mezcla de dolor y sumisión.

Rivon intensificó la presión, inclinándose sobre ella, su aliento caliente golpeando su cuello. La esclava jadeaba, sus dedos aferrándose al borde de la cama mientras su cuerpo cedía a la brutalidad de sus movimientos. Cada empuje era firme y decidido, y los gemidos de la joven se volvieron más audibles, resonando en la habitación con un eco suave y tembloroso. Sus piernas se tensaban bajo el peso de Rivon, los músculos de su cuerpo temblando mientras intentaba soportar la intensidad de sus acciones.

La segunda mujer observaba con una mezcla de miedo y resignación, su respiración agitada mientras esperaba su turno. Sabía que no podía escapar. Cuando Rivon terminó con la primera, la dejó caer sobre la cama, su cuerpo aún convulsionando ligeramente por la intensidad de lo que acababa de suceder. Entonces, se giró hacia la otra esclava, quien lo miraba con ojos llenos de terror. No necesitaba decir nada.

Con un movimiento brusco, la arrastró hacia él, su cuerpo frágil temblando violentamente bajo su agarre. Sus dedos firmes se hundieron en la piel de sus muñecas mientras la forzaba a inclinarse hacia adelante. El gemido ahogado que salió de sus labios fue involuntario, pero no podía ocultar el miedo. Su cuerpo reaccionaba ante cada toque de Rivon, y pronto, los gemidos que intentaba reprimir empezaron a resonar con más fuerza.

El sudor cubría sus cuerpos, las respiraciones agitadas de las esclavas llenaban el aire. Rivon mantuvo el ritmo constante, sus manos recorriendo la piel de la segunda mujer con una mezcla de dureza y control absoluto. Cada movimiento suyo provocaba una reacción en ella, desde gemidos hasta espasmos involuntarios que hacían que su cuerpo temblara aún más.

Cuando Rivon finalmente terminó, soltó a la segunda esclava con brusquedad, dejándola caer junto a la primera. Ambas jadeaban, sus cuerpos agotados y temblorosos, incapaces de moverse de inmediato. El silencio volvió a apoderarse de la habitación, solo interrumpido por el sonido de las respiraciones irregulares de las mujeres.

Rivon se enderezó, sin mirarlas de nuevo. No había necesidad de palabras, ni de compasión. Las esclavas se vistieron rápidamente, sus cuerpos aún temblando por la brutalidad del encuentro, y salieron de la habitación en silencio,

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