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Capítulo 28: Recaída

Axel

 

 

 

 

Diciembre nos tomó por sorpresa y el ambiente navideño se apoderó de Ciudad Esperanza.

La alegría se notaba en las calles, los comercios se llenaron de adornos navideños y el flujo económico aumentó considerablemente en una época de prosperidad.

Yo seguía trabajando en sociedad con los coleccionistas que llevaban mis pinturas a las casas de subastas de mayor prestigio en el país, mismas en las que mi nombre se popularizó a tal punto que las obras de mi autoría empezaron a tener un valor monetario elevado.

Así que, cuando empecé a generar buenos ingresos, administrar correctamente mi dinero y tomar en cuenta los consejos de Ángela, tuve la oportunidad de comprar el Penthouse del edificio.

El Penthouse era el inmueble más grande del edificio debido a que abarcaba todo el último piso. Tenía una amplia sala de estar que Ángela se encargó de decorar y amueblar, una cocina espaciosa que equipamos a nuestro gusto, un comedor moderno que nos encantó, cuatro habitaciones con sus respectivos baños y acceso a una azotea con una excelente vista de Ciudad Esperanza.

Ángela, desde entonces, se mudó conmigo y me ayudó, más allá de decorar y amueblar nuestro nuevo hogar, a invertir tiempo en la azotea, donde poco a poco empezamos a practicar la jardinería para hacer del área un lugar colorido en el que pudiésemos disfrutar nuestra mutua compañía.

También mandé a instalar una mesa y sillas de granito, y exhibí algunas esculturas que Verónica me obsequió; sería ese nuestro espacio de meriendas.

En cuanto a Freddy y Verónica, pasó un tiempo considerable desde la última vez que nos reunimos en un restaurante para celebrar la graduación y la obtención de su licenciatura en Artes visuales.

Desde entonces, empezó a gozar de cierto reconocimiento en todo el país cuando su nombre y obras empezaron a circular en las organizaciones artísticas más importantes, tal como lo había previsto.

Freddy, por su parte, empezaba a destacar en su carrera como futbolista profesional, donde logró ganar el campeonato con un club local del torneo nacional. Su gran rendimiento había llamado la atención de varios clubes de Europa y Asia.

La joven pareja viajaba con frecuencia desde entonces y nuestro contacto se limitó a esporádicas llamadas telefónicas y conversaciones vía WhatsApp.

Así, con el tiempo que disponía en mi día a día, me dejé llevar por la vieja obsesión de intentar pintar el árbol de las hojas caídas, cuyo problema a la hora de pintarlo persistía ante la ausencia de concentración y tranquilidad.

Resulta que, cada vez que intentaba pintar el árbol, sucedía algo que me impedía llevar a cabo la realización de mi obra o simplemente alguien me interrumpía con preguntas referentes a mi profesión.

Tal fue el caso una mañana de sábado, cuando un señor humilde se me acercó para solicitar mis servicios.

Esa mañana salí a pocos minutos para las seis. Ángela seguía dormida haciendo honor a su nombre; parecía un ángel. Me despedí con sumo cuidado dando un beso en su mejilla, aunque de igual manera la desperté, pues me miró soñolienta y esbozó una bella sonrisa.

Incluso me preguntó lo que quería para el desayuno, a lo que respondí que no se preocupase por ello, pues le dije que pasaría toda la mañana en el parque dedicándome a la pintura.

En la recepción, le pedí a sospechoso que me ayudase a trasladar mis herramientas hasta el parque, lo cual aceptó con su característica amabilidad mientras se tomaba el atrevimiento, un tanto avergonzado, de pedirme que pintase un retrato para la novia de su hijo.

Pensé que esa sería la distracción de ese día, pero cuando me entregó la fotografía de la linda jovencita, me dijo que la necesitaba para el 31 de diciembre, así que contaba con tiempo suficiente.

—Mi hijo te lo agradecerá en persona, Axel, lo que pasa es que se fue a pasar las Navidades con su abuela —alegó.

—Tranquilo, con tal de que le guste la pintura, será suficiente como gratitud —dije.

Al llegar al parque, me establecí frente al árbol de las hojas caídas, en vez de la banca, como tenía acostumbrado cada vez que visitaba el lugar con Ángela; tuve una mejor apreciación de este. Preparaba mis cosas con calma, dándole a mi mente la oportunidad de que se inspirase. También preparé mi paleta, y estaba a punto de verter los colores que usaría, aunque fui interrumpido.

—Por lo que veo, muchacho, eres pintor —dijo con timidez un señor. No me percaté de su presencia, por eso me sobresalté.

—Artista plástico —respondí.

—¿Hay alguna diferencia?

—En efecto, la hay… De hecho, me gusta una cita que dice: la diferencia entre un pintor y un artista es que el pintor reproduce, pero el artista crea.

—Entiendo —musitó—. ¿Cuánto cobras por pintar un retrato?

Su pregunta la hizo con cierto temor, con las manos metidas en los bolsillos y moviendo estos como si estuviese contando unos pocos billetes dentro de los mismos.

—Me adapto al presupuesto de mis clientes —respondí.

Este se asombró con mi respuesta, y de inmediato sacó tres billetes de alta denominación.

—Es todo lo que tengo —dijo avergonzado.

Su semblante me demostró cierta desesperación combinada con vergüenza. Era evidente que, aunque no tenía mucho dinero, estaba haciendo un esfuerzo por hacer un regalo.

—¿Para quién es el retrato? —me atreví a preguntar.

—Para mi esposa —musitó.

—Entiendo… En ese caso, señor, no se preocupe por el dinero, solo deme una fotografía de su esposa y con gusto pintaré el retrato.

—¿Lo dices en serio? —preguntó asombrado.

—Sí, claro, es un bonito gesto el que quiere hacerle a su esposa, así que con gusto lo ayudaré.

El señor de inmediato sacó de su billetera una pequeña fotografía de su esposa, con la cual pude inspirarme para pintar un retrato de esa señora de hermosa tez blanca y cabello rubio con canas.

—No será un retrato muy grande, pero, al menos, cuenta la intención —dije.

—Ah, no te preocupes por eso, aprecio tu consideración, un millón de gracias. ¿Te parece si paso a las cinco de la tarde para recoger el retrato? —preguntó.

—Es tiempo suficiente, nos encontraremos aquí mismo —respondí.

En vista de mi ofrecimiento, me vi en la necesidad de regresar al apartamento para pintar con comodidad en mi taller de arte. Sospechoso se extrañó al verme en el edificio, aunque me ayudó a llegar hasta el ascensor cargando el atril.

Quien se extrañó después fue Ángela, que preparaba unos apetecibles panqueques y un café cuyo aroma atravesó mis fosas nasales.

No pude evitar antojarme y pedirle que me preparase un panqueque y me sirviese una taza de café.

—Pensé que pasarías toda la mañana en el parque —dijo Ángela. Se le notaba emocionada al verme.

—Yo también, pero me surgió un pequeño trabajo, así que pasaré la mañana en el taller… ¿No es molestia que me lleves el desayuno? —pregunté.

—Para nada es molestia, cariño, ve tranquilo. Yo te lo llevaré cuando esté listo.

—Gracias, eres la mejor… Por cosas como esas es que te amo más cada día —dije con sinceridad.

—Yo también te amo, adoro que me digas ese tipo de cosas.

Me acerqué a ella y le di un beso en sus labios. Luego me fui a mi taller de arte y me dediqué de lleno a la realización de la obra, haciendo una sola pausa para desayunar.

Me llevó cinco horas terminar un retrato con fondo opaco, mezclando el color anaranjado con el verde y un poco de rojo, pintando luego la figura de una mujer sin dar detalles al rostro, sentada ella en un sillón y recostando su cabeza sobre su mano como si estuviese pensativa.

Luego, guiándome de la fotografía que me dio el señor, empecé a resaltar las facciones del rostro de su esposa. Esto me llevó poco más de una hora, así que el retrato estuvo listo a las dos de la tarde, a buen tiempo para dejar que este se secase hasta nuestro reencuentro.

Cuando salí del taller, Ángela ya había preparado el almuerzo, por lo que la acompañé a almorzar mientras conversábamos de lo bien que le estaba yendo en la universidad. Incluso comentó que quería hacer unos intensivos para obtener su maestría en agosto. 

A las cinco de la tarde, tal cual acordamos, me reencontré con el señor en el parque, quien me obsequió como forma de pago media docena de panes rellenos con dulce de leche; resultó ser un profesional de la panadería. Él, por su parte, se mostró impresionado con el resultado de mi trabajo, y me agradeció en repetidas ocasiones antes de estrechar mi mano tres veces.

Entonces, en vista de que tenía unos panes rellenos con dulce de leche, decidí pasar por el Espacio de canela y comprar dos chocolates calientes para merendar con Ángela en la azotea. Ahí estuve un rato hablando con Diego, quien reveló que estaba saliendo con un sujeto que le había pedido mudarse con él.

Al salir del Espacio de canela, me llevé la sorpresa de toparme con Freddy y Verónica después de tanto tiempo, aunque no fue un encuentro gratificante.

Ella, por alguna extraña razón, no quiso darme la cara y su apariencia era horrenda en comparación con la forma en que acostumbraba a vestir.

La mayoría de su ropa consistía en prendas holgadas, algo que ella no solía usar, aunque no fue eso lo que me preocupó, sino el hecho de pensar que estaba molesta conmigo por el tiempo que estuvimos sin vernos.

A pesar de insistir en que me dejase ver su rostro, siguió negándose.

No la quise presionar hasta que escuché un respiro entrecortado que llamó mi atención. Eso me llevó a tomar su rostro delicadamente para llevarme la desagradable sorpresa de ver unas alarmantes magulladuras.

Tenía un moretón en su ojo derecho, una cortada en su tabique, unas marcas muy extrañas en su cuello y el labio superior de su boca hinchado.

De inmediato, miré a Freddy con rabia al deducir que había caído a su punto más bajo, pero me calmé por la manera en que este se quedó quieto, no parecía ser el atacante de Verónica.

—Verónica, quiero que me digas la verdad, ¿qué te pasó? —pregunté alarmado.

—Tuve una pelea —respondió sin titubear.

Su respuesta me tomó por sorpresa. No era propio de ella pelearse por cualquiera que fuese la situación.

—Yo tampoco pude creer que se había peleado —comentó Freddy al ver mi expresión.

—¿Cómo sucedió? —le pregunté a Freddy.

—No tengo idea, yo estaba entrenando cuando recibí su llamado desde el hospital —respondió.

Al mirar su rostro golpeado, me invadió la tristeza de manera tal que la abracé y acaricié suavemente en su cabello despeinado.

—¿Me quieres acompañar, Verónica? —le pregunté.

—Me encantaría, pero vamos de camino a un entrenamiento importante. Freddy está a punto de lograr un gran objetivo y quiero estar junto a él —respondió con repentina serenidad.

—Entiendo, si gustan, les acompaño —sugerí, en busca de alguna reacción de Freddy que me demostrase desesperación. 

—Eso nos encantaría —dijo Freddy con un dejo de emoción. 

Lo miré asombrado y me mantuve en silencio durante unos segundos mientras volvía mi vista hacia Verónica.

—Lo siento, Freddy, lo dije porque por instante perdí la confianza en ti, tú sabes, por las cosas del pasado —dije avergonzado.

—Tranquilo, no es para menos —respondió—, pero ya no soy el mismo de antes, Axel, gracias a ti en mayor medida.

—No me des ese crédito... Y bueno, mucha suerte en ese entrenamiento… Y tú, Verónica, trata de mantener la calma ante las provocaciones.

Ella esbozó una sonrisa forzada y Freddy estrechó mi mano antes de despedirse. Sin embargo, tuve un mal presentimiento como aquella noche. Mi corazón no dejaba de latir con una rapidez que me desesperaba. Así que entré rápido al Espacio de canela y le pedí a Diego que guardase los panes rellenos y los chocolates calientes, pues tan pronto salí, tomé la decisión de seguir a la pareja a una distancia prudente.

Conforme los seguía, noté que Freddy sostenía el brazo de Verónica con brusquedad, así que llamé a Ángela para informarle mis sospechas. Ella se asombró al escuchar que había una posibilidad de que él la estuviese maltratando, pues lo conocía como un buen muchacho.

Luego llamé a emergencias e informé también mis sospechas de una posible agresión, aunque alegaron que no podían proceder con el envío de patrullas si no estaba seguro de lo que denunciaba.

De repente, la pareja se detuvo cerca de una parada de autobuses y subieron a un taxi que, al parecer, los estaba esperando, razón por la cual entré en pánico al creer que los perdería de vista.

Giré en todas direcciones mientras el taxi se alejaba, y desesperado, me percaté de que un señor estaba a punto de subir a su auto; corrí alarmado en su dirección.

Me le acerqué y le pedí que siguiese al taxi que estaba a punto de doblar en una esquina; por suerte lo vio.

Tuve que decirle que era una situación de vida o muerte, y aunque se mostró obtuso al principio, accedió a formar parte de la persecución mientras que llamaba de nuevo a emergencias, quienes una vez más alegaron que no podían proceder si no estaba seguro de mi denuncia.

—¿Qué es lo que sucede? —me preguntó el señor cuando alcanzamos el taxi a una distancia considerable.

Me asombró que el taxi no tomase la ruta hacia el Complejo Deportivo de Ciudad Esperanza, sino que se dirigiese a la Autopista Nacional.

—En ese taxi va mi hermana raptada por su novio… Es un tipo impulsivo, con problemas para controlar la ira. Tengo la certeza de lo que quiere hacer —respondí desesperado.

El taxi se detuvo a quince kilómetros de la ciudad, cerca de un cerro en el que se encontraba un viejo mirador con una bella vista hacia el Río de las flores rojas; alguna vez lo visité con Miranda.

Del mismo, Freddy y Verónica bajaron con un andar sospechoso, mientras que el taxi retornó a la ciudad y nosotros nos acercábamos a ellos.

Nos detuvimos a unos metros más adelante para no llamar la atención, pues Freddy no dejaba de vigilar la zona conforme se dirigía hacia el mirador, obligando a Verónica a caminar con empujones. Cuando lo perdimos de vista, el señor y yo bajamos del auto para iniciar con rapidez nuestra búsqueda.

El objetivo era evitar lo que sabíamos que estaba a punto de suceder.

De repente, se escucharon los gritos de Verónica.

Mis sospechas eran ciertas y me maldije a mí mismo por dejarme engañar por Freddy.

Así que corrimos a toda velocidad hasta que dimos con un amplio terreno que alguna vez fue muy frecuentado por turistas. Ahí, Verónica yacía en el suelo desmayada, recibiendo fuertes patadas de Freddy, quien, además de agredirla, la insultaba.

La ira que sentí en ese instante superó por mucho a la de Freddy, y aun sabiendo que no podía resolver un acto violento con más violencia, me dejé llevar por la cólera.

La impotencia me llevó a actuar de una única manera y no me importó hasta qué límite podía llegar con tal de hacerle pagar el sufrimiento que le estaba causando a Verónica.

Corrí hacia él con la mayor velocidad que pude alcanzar y lo embestí con todas mis fuerzas, justo antes de que notase mi presencia y reaccionase.

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