—Por favor, síganme —Santino los llevó a la sala de estar, donde se detuvieron inmediatamente al ver a Vicente tumbado en el sofá con un aspecto desastroso.
Los botones de su camisa estaban todos desabrochados y su cabello desordenado cubría su rostro lloroso, resultado de haber estado sobrio durante toda la noche.
—Vicente… —Valerio murmuró, totalmente sin palabras y consternado.
Pensar que Vicente estaría así de mal. ¿Qué podría haberle dicho ese viejo?
Se preguntó y rápidamente corrió hacia él.
Se inclinó y con la mano le apartó el cabello para poder ver su rostro.
—Vicente. Despierta —le dio una palmada en la mejilla, pero Vicente no se movió ni un ápice.
—Vicente —se agachó a su nivel y le acomodó el cabello detrás de la oreja.
Dulcemente lo agarró y lo levantó para que se sentara. —¡Vicente! Vamos, despierta! —lo sacudió, y Vicente, que parecía realmente abatido, parpadeó lentamente separando las pestañas y abrió los ojos.
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