Angélica dudaba de que él le otorgara las respuestas que estaba buscando, pero al mismo tiempo, ahora que podía preguntar, no sabía por dónde empezar. La mayoría de sus preguntas eran sobre temas que consideraba delicados.
—¿Por qué no tienes un apellido? —comenzó ella.
—Renegué de mi padre.
—¿Por qué?
—Lo odiaba.
Por qué quería preguntar de nuevo. Ugh... eso no era.
—¿Y tu madre?
—Ella está muerta.
—¿Tienes hermanos?
—Ella también está muerta.
Así que así estaba su familia. Muerta y renegada.
Él parecía distante mientras hablaba. Una mala historia familiar, supuso ella.
—¿Los... extrañas?
Sus ojos perdieron la vacuidad oscura y algo se revolvía justo en la superficie.
—No... a todos ellos —admitió.
Ella podía ver que era difícil para él hablar de esto, así que decidió preguntar algo más.
—Dijiste que no te gustan las personas, pero estás cercano a los señores.
—¿Es esa una pregunta?
—Bueno, me alegra que tengas gente a tu alrededor —dijo ella.
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