El dolor se aferraba a Nat mientras yacía al borde de las escaleras, sus piernas empapadas en sangre. Clei, en lo alto de la escalera, parecía cargar con el pecado de haber arrebatado el sueño de la pareja formada por Deymon y Nat. Los ojos azules de Clei reflejaban miedo al ver la expresión de Deymon y la decepción en los rostros de los demás, incluida Idia. Pero, ¿qué había sucedido exactamente? La respuesta residía en la mirada de Clei.
Esa mañana, el príncipe despertó con un dolor peculiar en el pecho. Atribuyó la sensación al agotamiento acumulado durante los cinco días del festival, sin apenas descanso entre las festividades y las interacciones con sus hermanos. El día transcurría con normalidad, y Clei ni siquiera pensó en el sueño premonitorio que lo había inquietado.
Comió y compartió momentos con Eir, sin sospechar que Nat sostenía la espada de Damocles en sus manos, lista para liberarla. Clei descendía las escaleras cuando se encontró con Nat, quien le dedicó una sonrisa maliciosa. Acostumbrado a las tensiones, Clei hizo un gesto amable para seguir su camino, pero Nat lo detuvo.
"Mi príncipe", dijo Nat con una mezcla de cinismo y tristeza, "lamento informarle que no será usted quien dé a luz al bebé de su primer amor". Clei sintió un dolor profundo, consciente de que mientras él seguía viendo a Deymon, Deymon veía a Nat. Sin embargo, Clei respondió con dignidad: "Felicidades, Nat. Espero que ambos encuentren la felicidad juntos. Me alegra saber que Deymon ha hallado un buen compañero para formar su familia".
Antes de que Clei pudiera indagar más, Nat miró hacia donde Deymon caminaba. Con una sonrisa malvada, se arrojó de las escaleras, fingiendo que Clei, el príncipe, lo había empujado. El engaño estaba tejido con hilos de celos y traición, y Clei se encontraba en medio de un conflicto que amenazaba la armonía de los tres reinos. El festival de las estrellas, que solía ser motivo de alegría, ahora se convertía en un campo de batalla para el corazón dividido de Clei.