—Cenit, no creo que sea apropiado que me traigas aquí —dijo Amanecer, su expresión preocupada. Echó un vistazo a la puerta cerrada.
—¿Qué pasó? —La voz de Amanecer se suavizó cuando Cenit solo se quedó allí, mirándola. La presionó contra la puerta, pero no hizo nada más, ni dijo algo para explicar sus acciones—. Cenit, no te entiendo —negó con la cabeza Amanecer—. No puedo leer tu mente y si quieres que sea tu compañera, no quiero tratar con esta confusión.
—¿Qué pasa? ¿Ese sueño otra vez? —Amanecer inclinó la cabeza, queriendo gritarle que dejara esos sueños, pero no teniendo corazón para decirlo cuando Cenit estaba muy serio al respecto—. ¿Sobre qué soñaste esta vez?
—¿Puedo besarte? —preguntó él.
—Solo si me explicas qué está pasando con tu comportamiento extraño —Amanecer no quería ser tomada en ventaja sin obtener ningún beneficio a cambio. Todavía estaba molesta con él por lo aterrador que era estar retenida por él.
—Me dijiste que te dejara sola.
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