—Harper, tú… —Milo sacudió la cabeza, horrorizado, sus ojos se movían de mí al montón de hojas que amortiguaban el cuerpo muerto del wendigo, y luego al pobre Atlas que yacía en el suelo, atendido por otros dos hombres con rostros sombríos.
Su boca se abría y cerraba sin emitir palabras, como un pez boqueando. Nunca lo había visto sin palabras. Me miré a mí misma, consciente, por si el wendigo había rasgado alguna ropa sin que me diera cuenta, pero estaba perfectamente vestida, aunque descuidada.
—No te estoy culpando —dije rápidamente, por si Milo se alteraba—. Estoy segura de que hizo todo lo posible por llegar a tiempo. Más vale tarde que nunca, ¿cierto? Llegaste justo a tiempo para ayudarme a llevar a Atlas a la enfermería. —Solte una risa débil y el rostro de Milo se ensombreció.
—¡Tú eres la que necesita atención médica inmediata! —casi gritó—. Hablaremos de tus acciones más tarde.
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