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Capítulo 01 Reasignado a la vida

El tiempo era relativo, pero también lo eran las situaciones.

Todos son únicos; sin embargo, es esto real o es una forma de apartarnos de la realidad, de negar nuestra efímera existencia.

Cuando se dice "pienso, luego existo" es por una orden de razón convincente, pues lo que verdaderamente nos define son nuestras decisiones basadas en pensamientos y no nuestra mera existencia.

En su caso, sus decisiones lo retrataron como un villano de su época, sin embargo, era su situación lo que lo catapulto hacia su desdichado camino.

POV

Fue un despertar ambiguo, no sentir nada fue apabullante, la vida y la muerte jugaron en su mente. Unos brazos lo envolvieron y la desdicha que aún le embargaba fue sofocada por un consuelo instintivo. Balbuceos ininteligibles llegaron desde su endeble ser.

Con el correr del tiempo razonó que transmitir sus necesidades nunca habían sido tan desafiantes. Fue así que un día su rostro se contrajo de la impotencia, tratando de observar su misterioso entorno, sin embargo, no logro forzar su vista. ¿Qué tan maltrecho debía estar su cuerpo? Se preguntó.

Un día un olor entrañable entro en su olfato, era apenas perceptible para sus débiles sentidos. El contacto con su piel lo perturbó aún más, pues sintió el resguardo y el cuidado, ya que unas gigantescas manos lo procuraban. Eso era todo lo que apenas pudo intuir.

Paso el tiempo en un abrir y cerrar de ojos. Los momentos de sueño se alternaron con la poca claridad de sus pensamientos, sin embargo, su situación fue tomando forma conforme pasaba los días. Progresivamente sus sentidos marchitos cobraron fuerza.

Fue por ello que no se sorprendió cuando un día sus ojos se contrajeron con mayor fuerza de lo habitual. Los parpados pudieron abrirse por primera vez en mucho tiempo. Aun con el entorno borroso, estaba claro, su situación era tan incoherente como ya imaginaba.

Llegado el momento se percató que se encontraba envuelto en unas mantas gruesas, de lo que intuyo era lino. Amordazado por un pezón roza, que lo perseguía con vehemencia, ya que se negó por enésima vez a ser alimentado de forma tan deshonrosa. Por otro lado, sus instintos y sobretodo su estómago, no estaban de acuerdo con él. Era una situación de tortura psicológica, seguramente.

Un aire frio recorrió su cuerpo. La revelación, no tan reveladora, de su situación puso en pausa su disgusto por el alimento, delicioso pero humillante. Su rostro serio, pero al mismo tiempo sorprendido, demostró su estado intranquilo, pues ahora era un recién nacido con dilemas existenciales.

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Después de la tortura pudo dilucidar su entorno. Se encontraba recostado en una cuna de madera oscura y robusta, esta era tosca en la superficie y tenía tallados cuidadosos. Varias mantas blancas y esponjosas rodeaban su entorno inmediato, con la esperanza de evitar algún accidente.

Desde su cuna intento ver el entorno en el que se encontraba. La expectativa por obtener respuestas ayudo a realizar el esfuerzo físico necesario, ver a un recién nacido levantar su temblorosa cabeza era un hito en cualquier lugar.

El ambiente general de la habitación donde se encontraba desprendía una sensación de austeridad. Era tal el caso, que el mismo aire del recinto encogía la hombría de los hombres y también daba sensaciones de marcialidad dominante.

Las paredes de piedra contenían escasas decoraciones, como algunas pinturas y varios estandartes. En los suelos, pieles de animales abrigaban la habitación. En los rincones de lugar, enormes cofres de madera resguardan su contenido. En el centro una enorme cama se apreciaba; sin embargo, para su sorpresa, una imagen extrañamente familiar se proyectaba en la cabecera del dormitorio. ¿Es eso un hombre desollado? Se preguntó.

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Sintió la ironía del destino escupirle en la cara. Después de convertirse en "Cráneo Rojo" no solo perdió el juicio, también fue consumido por su ambición. ¿El suero tuvo la culpa? No tenía respuesta a esa pregunta.

Definitivamente "Cráneo Rojo" y el hombre desollado tenían alguna relación, al menos él así lo vio.

Tan diferente a su antigua vida, los días pasaron con sosiego en esta realidad. Su nueva familia, ciertamente no es perfecta; sin embargo, no hay comparación con las vicisitudes de su anterior infancia. La ausencia paterna es probablemente una de las cuestiones más remarcables, pero siendo sincero, el tema le trae sin cuidado.

Su nuevo hogar, gozaba de cierto poder. Por supuesto, también tenían inconvenientes, como el carácter austero y poco desarrollado de su entorno. La tecnología estaba plenamente ausente desde sus días como recién nacido.

Extrañaba la movilidad que confería un cuerpo adulto. Su piel solía sentía escozor en los días más cálidos. La gente de su entorno parecía ignorar su higiene, definitivamente necesitaba un baño. El frio era intimidante y un recién nacido tendría más razonas para estarlo, por la falta de cuidados postnatales.

Por otro lado, la anciana que lo cuidaba siempre notaba sus demandas de algún modo. Ya sea cuando tenga apetito o cuando inevitablemente de la vuelta, como una tortuga, agradecía tener ayuda en momentos tan necesitados. Sin embargo, maldecía cuando tenía que evacuar los intestinos, era incómodo relajarse cuando los ojos de la anciana lo observaban con expectación. 

Fue aquellos días de dificultad intestinal que la anciana había empezado a narrar historias, muchas de carácter fantasioso. Los sirvientes y su propia madre también solían hacer su parte de narradores aficionados. El espíritu narrativo de su gente llego a sorpréndelo gratamente.

La interminable paz continuó hasta que llego su celebración por cumplir los dos años o como lo llamaron, el segundo día de mi nombre. Aquel día festivo se oscurecía y con él las últimas horas del día de su segundo año en este mundo.

En la pequeña festividad, hubo algunas palabras y varios regalos. Fue en esta celebración medieval que un anciano de paso lento y con cadenas en el cuello, lo visito. Una túnica lo cubrió de pies a cabeza. La fina barba contrastaba con los mechones de pelo que aún le quedaban en la calvicie que portaba. Era el anciano maestre Uthor, un erudito de este mundo que servía en Dreadfort.

El anciano camino hacia mi encuentro y presento un manuscrito como obsequio.

- ¿Un tratado de guerra? Los niños no suelen estar interesados en las letras maestre Uthor, sus deseos radican más en las espadas.

Dijo su madre cuando sostuvo el presente, dudosa de su contenido. Pero era un regalo después de todo y rechazarlo no era el camino.

El título del manuscrito era aparentemente inapropiado para un niño, aunque en su opinión "La danza de dragones", ciertamente si era un título atractivo para un mocoso.

- ¿De dónde saco algo así? Pregunto mi padre, con el manuscrito en la mano.

- Es una copia de su servidor, mi Lord. No es tan valioso como una copia de Oldtown. Espero que el heredero de Dreadfort aprecie el aprendizaje, antes de que se haga mayor y empiece a dedicar su tiempo a las espadas.

En una sociedad de guerreros glorificados, los maestres, personas que encontraban su propósito en los libros, lo tenían muy difícil.

Los días siguientes la anciana se puso manos a la obra, aunque tampoco sabía leer mucho, fue una ayuda que valore. Es entonces, cuando llegue a comprender lo inverosímil de la supuesta guerra de este mundo. ¿Una guerra de dragones? ¿Eran metáforas o el viejo maestre anda por malos pasos?

En su vida pasada también había cosas como dragones; sin embargo, detrás de toda fantasía existente la ciencia siempre encerraba la razón. Un experimento fallido o un conocimiento tan avanzado que se confundía con la llamada "magia". Pero aquí no había nada de eso, literalmente era otra realidad, literalmente había…

- magia…

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