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4.3

El señor Tavares abrió los ojos y se vio recostado en el suelo; inerte y sin vida, con algunas llamas quemando la computadora y el maletín de trabajo.

—Pero, ¿Qué es esto?

Corrió hacia su cuerpo y al acercar sus manos a su campo de visión para comprobar los signos vitales, descubrió que sus extremidades eran de fierro. Comenzó a tocarse el abdomen, las piernas y al final la cabeza; pero no sentía el tacto. Samuel estaba dentro de su autómata. Su mente se alojó en un cuerpo de metal mientras su antiguo cuerpo humano yacía rodeado de ceniza y cables chamuscados.

—¡No! ¿Qué sucede?, ¿estoy soñando? Sí, debo estar dormido— exclamó el señor Tavares en pánico.

Solo hasta que vio su reflejo en los trozos de vidrio regados por el suelo, cerca de la ventana, advirtió su verdadero rostro: la cara de un robot víbora. Adam levantó el pedazo de vidrio y se contempló durante un rato.

—Es una pena como terminaron las cosas — dijo una voz femenina, semejante a la voz de asistencia virtual.

El robot giró la cabeza sobre su eje y, sin mover el torso, siguió la dirección de la voz. Al fondo, junto a los restos de la puerta, se hallaba una sombra larga y huesuda que pertenecía al cuerpo de una mujer. Debido a la oscuridad, no logró identificar sus facciones con precisión, pero sí su boca roja rodeada de piel grisácea. Por momentos, el fuego y la poca luz del exterior le permitía ver el infierno en el que se encontraba. Pronto llegó a la conclusión de que aquella cosa no era una mujer sino un robot.

—¿Quién eres? — cuestionó el señor Tavares en el cuerpo de Adam.

—¿ya me olvidaste? — preguntó el humanoide con una enorme sonrisa siniestra, revelando una hilera de filosos dientes amarillos.

—Yo… no te conozco.

—Creo que estoy ofendida o quizás no. Después de todo, los robots no podemos sentir como un humano. Ya no puedo y tú tampoco.

—¿Qué es…estoy en un sueño? — preguntó Adam.

Su propia voz le pareció lejana, era una voz que no provenía de sus cuerdas bucales y aun así las estaba pronunciando. Se llevó la mano al cuello, no había piel ni tampoco la nuez de Adán. De la nada, su cerebro le indicó, a través de imágenes recopiladas de la red, que debería estar inquieto y aterrado ante la escena de una niña llorando, que suplicaba por su vida.

—La recuerdas, ¿cierto? Yo también estoy obligada a verla en mi mente porque estamos vinculados a ella…bueno, al dispositivo que tiene en la cabeza — argumentó el humanoide como si tuviera acceso al procesador de Adam.

—No sé de quién hablas, no soy un robot, yo soy…

De repente, dejó de hablar, se llevó las manos a las cuencas de los ojos tan solo para descubrir que carecían de iris. En su lugar se hallaba el sensor de la vista con la cual podía escanear todo a su alrededor. Pronto descubrió que no estaba en un sueño y que su mente y su espíritu se encontraban conectados al cuerpo de fierro del robot víbora.

—¿Quién soy en realidad? —, insistió la voz de Samuel.

—Un robot, te llamas Adam.

—¡No! ¡Jamás!

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