—Gabriel, más te vale mantener tu distancia de él, esos perdedores, para que no te contagies —dijo Megan Davis.
—¡Jajaja! Hace tiempo que dejé de juntarme con él, ¿qué perdedor, apto para estar en mi círculo? —Gabriel Torres esbozó una sonrisa juguetona—. ¡Es del tipo que se queda en casa lavando la ropa interior de las mujeres!
En ese momento, dos vendedoras de autos se les acercaron en la concesionaria.
Una de ellas rondaba los treinta, con un rostro bonito, y la otra parecía tener poco más de veinte, como recién graduada.
—Hola, señor, ¿viene a ver autos? —Kira Davis le echó un vistazo a William Cole y a Gabriel, y al instante reconoció quién era el cliente rico y quién el tacaño.
Gabriel tenía un Rolex en su muñeca, valorado en al menos quinientos mil dólares, y llevaba un traje caro hecho a medida con un precio inicial de cinco mil dólares.
En cuanto a William, que estaba a su lado, llevaba ropa barata y de baja calidad, lo que casi hizo que Kira rodara los ojos.
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