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Majorie 07: Escamas blancas.

Ngh… No, no, por favor, no ahora. Observo mi brazo tembloroso y encuentro muchas más pequeñas escamas blancas apiladas una sobre otra, como si se tratara de un pescado o dragón. Sostengo una entre mis dedos y la jalo con fuerza para quitarla.

Un dolor agudo y punzante recorre todo el nervio de mi brazo, subiendo por mi hombro, pasando por mi cuello y terminando en mi cabeza. Naturalmente, me veo obligada a cubrir mi boca y ahogar el grito que estuve a punto de dar.

Veo entre mis dedos la sangrante escama, goteando todavía. Tan solo pasar la mano por las escamas es suficiente para estremecerme. Es asqueroso y repugnante. Cuando era una niña en mi otra vida, tuve un cuadro de varicela que me llenó de sarpullido por todo el cuerpo; sin embargo, esto es mucho peor y más grotesco para mí.

Arrojo la escama al suelo y me apresuro a limpiar la sangre resultante con una pequeña toalla. Están muy arraigadas a mi piel y además son demasiado sensibles a cualquier cambio en el ambiente o al tacto. Ya no me queda mucho tiempo, la draconificación está avanzando a velocidades mayores a la que tenía en anteriores años.

Suspiro y me veo en un espejo que hay en la habitación. Estoy asustada, tanto por esta asquerosa escena como por el juicio que voy a tener en unos momentos más. Hoy se decide si vale la pena arriesgar las vidas de los caballeros bajando al fondo de El Abismo por un monstruo como yo… o si ejecutarme resulta más barato, fácil y rápido.

¿Por qué de entre todos los días tenía que ser justo hoy cuando me salieran estas malditas escamas? Si el jurado llega a verlas y dictamina que no hay tiempo para encontrar otra cura, mi muerte es inevitable.

—Relájate, estás muy pálida hoy—Baldwin entra a la habitación, seguido de Arthur y Celica.

Ay, ellos no deberían ver esto. Me apresuro a tomar un trozo de tela y cubrir mi brazo.

—No puedes pedirle que se tranquilice, Baldwin. Ni siquiera nosotros podemos hacerlo—recrimina Celica.

—Pues deberíamos, todo va a salir bien, ¿no, Arthur?

Él sonríe y suspira mientras asiente. Luce un poco cansado y nervioso, pero es natural dadas las circunstancias. Volteo a verlos y fuerzo una expresión más alegre.

—¿De verdad vas a cortarme la cabeza, Arthur?—pregunto luego de un momento de silencio.

—No. No sería capaz de hacerlo. Puedo matar enormes bestias y pelear contra terribles monstruos, pero tú no serás una de ellos.

—¿Qué hacemos si el juicio sale mal? La iglesia no va a dejarme ir tan fácil, estoy asustada, no sé qué hacer…

Arthur me abraza junto a Baldwin y Celica. Puedo escucharlos respirar con pesadez. Estoy segura de que han pensado en la posibilidad de que nada salga como lo queremos.

—Ya hemos planeado como salvarte en caso de que el juicio falle a favor de la iglesia. Los tres hemos pensado en cómo sacarte de aquí y buscarte refugio en la segunda capa, escondida de las personas—responde Celica.

—N-no quiero vivir así. No lo entienden. Quiero poder pasear por las calles del reino sin que la gente me mire con asco y miedo. Deseo poder estudiar sin que los alumnos me agredan. Quiero… vivir sin ser un monstruo…

—Majorie, cariño, tú no eres un monstruo—expresa Celica.

—Tú eres mucho más que un dragón, Majorie. Nos tienes a nosotros para cubrirte las espaldas—añade Baldwin.

Continúo abrazándolos un rato más hasta que la hora del juicio llega. Es el momento en el que se autoriza una nueva expedición cartográfica o mi muerte.

—Bien, creo que es momento de ir a la sala de la corte. Tienes nuestro apoyo, Majorie—Baldwin y Celica caminan hacia la puerta.

Estoy a punto de hacer lo mismo cuando Arthur me detiene. Él sostiene el brazo que vendé en tela para ocultar mis escamas. Su mirada lo dice todo, sus ojos están cargados de sentimientos contradictorios.

—¿Qué significa esto?—pregunta refiriéndose a la tela.

—¿Eso? Nada de importancia, solo creo que se ve elegante…

Arthur levanta una ceja, sin creerse mis palabras.

—Mentir nunca ha sido tu fuerte, Majorie. Sé que estás ocultando algo importante. Soy tu hermano, por favor ten confianza en compartir conmigo cualquier detalle que pueda perjudicarte.

Agacho la mirada, aterrorizada por la posible reacción que pueda tener al ver mi mutación. Sé que lo averiguará en algún momento si es que decido ocultarlo, no tiene caso hacerlo. Suspiro, agarro fuertemente mi vestido con el puño y retiro la tela de mi brazo.

El rostro de Arthur refleja devastación. Sus ojos se clavan en mis escamas blancas, que han comenzado a crecer todavía más que hace rato.

—Está sucediendo. El tiempo se nos acaba, Arthur…

—¡No! ¡Todavía tenemos una oportunidad de hacer algo! Mierda… esto no está bien. Tienes que esconder eso a toda costa, es la única manera de mantenerte a salvo—él toma mis hombros y me mira directo a los ojos.

Puedo ver la sensación de urgencia que lo recorre y carcome. Puede que, de toda la familia, él sea el más preocupado. Cierro mis ojos y asiento con la cabeza.

—Nadie verá estas escamas.

Arthur suspira y se revuelve el cabello mientras camina por la habitación de un lado a otro como león enjaulado.

—Es hora, tenemos que irnos—finalizo.

Mi hermano y yo salimos de la habitación, escoltados por guardias del castillo. Caminamos por los oscuros pasillos de la corte, iluminados únicamente por las velas colocadas en las paredes. Con cada paso que damos, los murmullos del gran salón van haciéndose más y más presentes hasta que llegamos. Arthur se dirige al lugar del defensor, mientras que yo tengo que quedarme en el estrado de la acusada.

La corte está llena de personas. La luz de los candelabros ayuda a iluminar perfectamente toda la habitación con luz dorada, como si de un juicio divino se tratase. Por un lado, se encuentra mi familia, la realeza de Asonas. Y del otro, miembros de la iglesia son quienes me observan con miradas de odio.

Hay un desorden general hasta que el juez los manda a callar a todos con una profunda y penetrante voz.

—¡Silencio! Hum… El día de hoy, a Ocaso-3, Veinticinco de Brotante, Curso 1985, celebramos el juicio que nos tiene presentes. Doy inicio a la ceremonia donde se enfrenta Majorie Vawdrey contra la humanidad—el juez da comienzo a la pelea legal.

Los murmullos regresan, está vez cargado de resentimiento contra mí.

—Por un lado presentamos a la imputada: Majorie Vawdrey, acusada de poseer el poder del Dragón Blanco y ser una amenaza para la supervivencia y progreso humano—me levanto y doy una reverencia tan pronto dicen mi nombre.

La corte entera se queda en silencio.

—Por el lado defensor, presentamos a su majestad: el príncipe y héroe Arthur Vawdrey—mi hermano hace el mismo gesto cuando es necesario.

Me aseguro de tener bien cubiertas mis escamas antes de continuar con el juzgado.

—Así mismo, presentamos al demandante: Amcottes Eveas, quien acusa a Majorie Vawdrey de los siguientes cargos: Amenaza pública, traspaso ilegal de fronteras y resistencia al arresto.

El cardenal Amcottes se levanta y hace lo propio. Los miembros de la iglesia parecen sonreír con maldad cuando se les menciona. Busco en el estrado a Bridget, pero no parece que esté presente.

—Comenzaremos con el traslado de la demanda al demandado. Cardenal Amcottes, por favor exponga sus argumentos.

—Con gusto, su señoría. Hace unos treinta cursos abisales, el reino de Asonas le dio la bienvenida al mundo a Majorie Vawdrey. Para desgracia de la familia real, la princesa es portadora de la terrible draconificación del Dragón Blanco; no podemos culparla por su condición, eso me queda claro. La realeza, por motivos que me son desconocidos, ha decidido postergar su ejecución desde entonces y la princesa Majorie ha conseguido sobrevivir hasta la presenta fecha. Lamentablemente, la aparición de un dragón de escamas blancas, la peste abisal, y un sinnúmero de siniestros relacionados con la maldición no ha hecho más que avivar la preocupación de la iglesia y la humanidad. Justo cuando yo decidí sentenciarla a muerte, la princesa Majorie realizó un acto noble y generoso entregando su propia cura para salvar a los habitantes de El Abismo. Ese gesto fue bondadoso sin duda alguna; sin embargo, mucho me temo que si se alarga su vida en este mundo, en algún momento las consecuencias de su existencia nos alcanzarán a todos y no tendremos forma de solucionar las cosas. Es por eso que quiero sugerir la ejecución de Majorie Vawdrey, misma que se llevará a cabo en una ceremonia de despedida honrosa y dejará un legado respetuoso para ella y los anteriores y posteriores portadores de la maldición. Es todo.

Amcottes vuelve a tomar asiento luego de exponer su demanda. Puedo ver a Arthur sumamente preocupado por la situación. No tengo mucho a favor, pero aun así voy a depositar mis esperanzas en él.

—Muy bien, ya escuchamos al demandante. Es momento de escuchar a la defensa. Príncipe Arthur, adelante.

Él carraspea antes de hablar.

—Majorie llegó a mi vida justo cuando yo me encontraba de viaje. Tuvo que pasar un tiempo antes de poder conocerla en persona y cargarla entre mis brazos. En sus ojos pude ver la maldición, pero ninguna pizca de maldad. Ella ha luchado por mantenerse viva en este crudo mundo de miedo e ignorancia, es algo que solo quienes la conocen de cerca pueden apreciar. Majorie es bondadosa y dulce, algo que me quedó claro cuando defendió al ahora occiso Destello Oscuro, protegiéndolo de mis ataques. No solo eso, la razón por la que la peste abisal pudo ser eliminada fue por el sacrificio de Majorie a su propia cura. Todos en este mundo le deben una gran disculpa y agradecimiento, pues es por ella que estamos vivos. Y, como una forma de pagar esa deuda que tenemos con la princesa, solicito reanudar las expediciones de cartografía de El Abismo. Tengo la esperanza de encontrar una segunda cura para su maldición. Sé que es difícil confiar en ella, pero les ruego a todos en este jurado que lo consideren. Si seguimos temiendo a lo desconocido, solo nos queda morir en las sombras de este mundo de forma cobarde y sumisa. Todos tenemos deseos y anhelos, y la única forma de realizarlos es alzándonos en batalla contra las crudas perversiones que este abismo nos arroja, justo como Majorie lo ha hecho toda su vida. Eso es todo de mi parte.

El estrado queda en silencio. Un silencio incomodo donde todos parecen estar reflexionando las palabras de Arthur. Sin embargo, alguien se atreve a romper la atmosfera pesada que cae sobre la sala.

—Poético, sin duda alguna el héroe Arthur tiene una forma muy interesante de convencer a las personas—declara un hombre de cabello blanco y voz profunda.

Amcottes parece endurecer la mirada cuando lo escucha.

—Si autorizamos la expedición y nos quedamos sin tiempo, nada garantiza que podamos detener a la princesa—defiende Amcottes.

—Eso se resuelve fácil. La mejor manera de controlar a una bestia es acorralándola, intimidándola, y esta muchacha parece fácil de manejar—el hombre de cabello blanco camina en line recta hasta casi estar frente a mí.

De pronto, y con un movimiento veloz, saca una espada y la apunta directo a mi cuello. Mi corazón late asustado y Arthur está a punto de arrojar la mesa para defenderme.

—Perdone la evidente falta de respeto, majestad. Si se autoriza una expedición al fondo de El Abismo, yo mismo me encargaré de que la princesa Majorie mantenga sus garras retraídas. La presa nada tiene que hacer contra un cazador preparado—el hombre guarda la espada.

—¡Estás loco! ¡No dejaremos a Majorie a tu cuidado! ¿Y quién eres tú?—exclama Celica.

—Howard. Es un placer, majestad.

El hombre camina hasta colocarse en medio de Arthur y Amcottes.

—Y lamento interrumpir el juicio de esta forma tan anticlimática. Pido una disculpa a la familia real y al cardenal, en especial a este último—continúa.

Amcottes parece frustrado con la aparición de este hombre.

—No creo que tus habilidades de caza sean suficientes para matar al Dragón Blanco desatado—contraataca el cardenal.

—No tengo forma de saberlo hasta que suceda. Pero claro, no pienso dejar que eso pase. Lo cierto es que me apena la situación de esta muchacha, su sacrificio salvó muchas vidas; y aunque yo sea parte de la iglesia, me gustaría que se le diera una oportunidad—argumenta Howard.

Arthur no parece confiar al cien por ciento en las palabras de este sujeto. Y yo tampoco.

—Las pruebas de cada bando se han entregado en los días pasados. Aunque tú intervengas, no tienes manera de cambiar la decisión del juez—añade Amcottes.

Howard se cruza de brazos, se apoya en una mesa y se encoje de hombros.

—Disculpen que los interrumpa, pero sea cual sea el problema entre ustedes dos, nos estamos desviando del punto central de esta reunión—interfiere Arthur.

—Es correcto. La irrupción ha sido problemática, pero en vista de que el capitán general tiene algo que aportar, lo dejaré pasar—dice el juez.

Ese hombre… ¿es el capitán general de los caballeros? Honestamente, da miedo y respeto.

—Finalmente, quiero escuchar las palabras de la acusada antes de dictar una decisión. Adelante, princesa.

Bien, es mi turno. Hacerlo será muy difícil con tantas miradas cayendo sobre mí, y la mayoría no son amistosas. Suspiro con nerviosismo y veo fugazmente mi brazo cubierto. Pienso en todas las personas que me echarían de menos si llegara a morir… mis hermanos, mis padres, Ameba… incluso Celine y Nodieu… Incluso si son pocas personas, son suficientes para no querer rendirme.

—Yo… quiero vivir. Quiero poder saludar a todos y cada uno de los habitantes de este mundo con el corazón. Quiero disfrutar de la luz de la Selene; comer los deliciosos postres que preparan en la fiesta de la luz; poder mancharme de lodo y barro en la fiesta de la limpieza; graduarme de la academia Vaumose; ver a mi hermano y su esposa ascender al trono cuando llegue el momento… claro, si ese mentecato llega a casarse, je, je. Y sobre todo, mantener a este mundo a salvo y demostrar que el miedo no debe ser una barrera para disfrutar nuestra vida en libertad. Sin importar la decisión que tomen, amé a este mundo y el tiempo que me cobijó entre sus capas. Gracias por su atención—tomo asiento luego de terminar mi discurso.

Veo a mis hermanos sonreír con confianza y resignación. Incluso Amcottes tiene una expresión de duda en su rostro. Estoy preparada para morir una segunda vez.

—Bien, muchas gracias por sus palabras. A continuación, y luego de examinar las pruebas otorgadas por ambas partes y escucharlos, he tomado una decisión…

Aprieto mis puños, con la impaciencia desbordándose de mi ser. Finalmente, escucho las palabras esperanzadoras.

—… Autorizo que los caballeros Traza-Caminos reanuden sus actividades. Príncipe Arthur, puede iniciar su búsqueda de una cura.

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