Estaba claro que las dos chicas que en el pasado disfrutaban de toda la gloria de ser Princesas, ahora estaban bajo mucho estrés, sin siquiera darse cuenta de cuánto tiempo podrían haber vivido en una situación así. De hecho, haber vivido hasta ahora ya había superado sus expectativas.
Gabriel entendía lo que estaban pensando. Se leía claramente en sus rostros.
—No tienen que tener miedo. Solo vine aquí para decirles que son libres desde este momento.
—¿Eh? —Las dos chicas levantaron la cabeza sorprendidas. —¿Libres?
—Sí. Pueden dejar la habitación si quieren. Incluso pueden dejar el Imperio si así lo desean. Los guardias ya no las restringirán más. —Después de informar a las chicas, él se dio la vuelta—. Si deciden irse, vayan al Santo Caballero. Le diré que les dé oro y otras cosas para que puedan comenzar una nueva vida en un lugar más seguro.
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