Cuando Astaroth sintió la mano sobre su cabeza, miró hacia arriba. Sus ojos se encontraron con un hermoso rostro de piel negra.
El rostro pertenecía a una hermosa mujer, vestida con una túnica semi-transparente, adornada por las constelaciones del cielo nocturno.
Sus ojos eran negros como la noche, al igual que su piel, y sus pupilas se asemejaban a eclipses lunares, brillando en una luz delicada.
Su apariencia fascinó a Astaroth. Parecía etérea con cabello en matices de rosa y morado, fluyendo alrededor de su cabeza y hasta sus caderas, como una nebulosa en las profundidades del espacio.
Todo el mundo en la sala del trono se arrodilló cuando ella apareció.
—¡Saludos, Dama Anulo! —Todos saludaron simultáneamente.
Dándose cuenta de quién estaba ante él, Astaroth también cayó de rodillas. ¡El espíritu del reino había respondido a sus súplicas!
—Levántate, joven Astaroth —dijo Alantha, cuya voz sonaba como una melodía.
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