—Frente a la puerta del dormitorio de Abadón había un individuo a quien siempre quería ver, y otro a quien apenas quería ver.
Una era una linda joven de unos catorce años de edad que tenía un brillo travieso permanente en sus ojos rojos.
Aunque estaba acostumbrado a verla cubierta de sangre, en este momento llevaba un mono de conejito, completo con orejas caídas y una colita.
El otro era un gigante monstruo murciélago que se había encogido al tamaño de un dóberman para parecer más lindo y amistoso.
—Buenos días, pequeña —Abadón abrazó a Mira con una presión suficiente para aplastar un coche, y ella correspondió su gesto con uno propio.
—¿Puede Camazotz recibir un abrazo también? —el murciélago preguntó con unos ojos sorprendentemente grandes.
—¡Por supuesto que Papá te va a abrazar! —Mira se ofreció.
—¡Glorioso!
Abadón quería decirle a Mira que dejase de ponerlo en este tipo de situaciones peligrosas, pero no sabía si serviría de algo al final.
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