Isabella mantuvo su mirada fría, ignorando por completo las divagaciones del secretario de su padre. De repente se giró y se acercó al elevador, con la intención de usarlo para llegar a la oficina de su padre. Estaba muy claro que estaba dispuesta a forzar su paso si era necesario.
Pero cuando se acercó al elevador, ni siquiera pudo pulsar el botón. Desde todas direcciones, puertas metálicas pesadas y de aspecto sólido se cerraron de repente a gran velocidad, bloqueando su entrada.
La mirada de Isabella era la personificación de la frialdad mientras observaba fijamente la puerta. Incluso el secretario pudo notar que algo estaba realmente mal en esta ocasión. No era como las otras veces; Isabella estaba verdaderamente enfadada. —¡Qué demonios ha pasado!—exclamó para sí misma.
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