Ian limpió su herida con agua clara minuciosamente antes de usar el algodón que había sumergido en la medicina para frotar sobre su herida. Elisa, quien fue tomada por sorpresa, se movió hacia adelante, su cuerpo se curvó y un grito se le escapó de los labios. Un rastro de lágrimas comenzó a hincharse y a empañar sus ojos azules que hacían que sus hermosos ojos como perlas brillaran aún más.
Él levantó la mirada y dijo —Aguanta un poco más. Y ella hizo lo posible por fruncir los labios para que no se le escapara otro grito.
Cuando él había atendido su herida, Elisa sintió sus rodillas un poco entumecidas por el dolor, pero podía sentir que su herida dolía menos después del tratamiento que el Señor le había dado.
—La herida era más profunda de lo que pensábamos, la próxima vez ten cuidado de no lastimarte de nuevo. De lo contrario —dejó sus palabras en un susurro que le recordaba a Elisa cómo el viento aulla en la noche.
—¿De lo contrario? —ella preguntó.
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