Olivia tarareaba la melodía mientras caminaba hacia la habitación de sus padres para desearles buenas noches. Sin embargo, en el momento en que cerró su mano sobre la perilla, escuchó la voz enojada de su madre.
—¿La manada Valles Plateados? —gritó su madre—. ¡No entregaré a mi hija a los traidores de la manada Valles Plateados! ¡Jamás! Darles a ella sería un insulto a nuestra tribu y a todo lo que hemos construido con tanto esfuerzo en nuestras tierras.
—¿Crees que no sé eso, Kaia? —la voz de su padre retumbó en la habitación, dejándola congelada en la puerta—. ¿Tenemos otra opción en este asunto? Es o le damos su mano al pretendiente en Valles Plateados o esperamos su destino, que en este momento parece horrible. Y todos sabemos que si ella no va allí, lo que él haría con ella, o con cualquiera de nosotros.
Kaia no respondió a Vaarin. Su cuerpo temblaba tanto que se agarró al borde de la mesa para sostenerse, sus pálidas mejillas moteadas de pánico.
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