Siora había esperado allí tanto tiempo que en el momento en que corrió las cortinas, su magia siseó fuera de su piel en finos zarcillos de humo.
Todos en la mesa se giraron para mirar a la mujer cuyos cuernos se enderezaban y se habían vuelto negros. —¡Madre! —Rolfe se levantó. La conmoción y la incredulidad absoluta se abrieron paso en su cuerpo. —¿Qué— cómo— qué demonios haces aquí? La piel de gallina cubrió su piel cuando vio que estaba mirando a Iona. La incredulidad se reemplazó por una ira tan aguda que sus manos se cerraron en puños tan apretados que sus nudillos se volvieron blancos. Saboreaba amargura. —¡Sal de aquí, ahora!
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