En su oficina, Jin Liwei y sus empleados estaban ocupados resolviendo el problema de emergencia. Estaba tan concentrado en el trabajo que se olvidó de su hambre.
Sin embargo, sus empleados no tenían una voluntad de hierro como él. Unos cuantos estómagos comenzaron a gruñir. Se sonrojaron de vergüenza.
Jin Liwei suspiró interiormente, pero exteriormente se veía frío, indiferente y serio como siempre. Echó un vistazo a su reloj de pulsera dorado. Ya era media tarde, mucho después de la hora de comer.
—La comida debería estar llegando pronto —les dijo.
Asintieron y continuaron trabajando.
Finalmente, hubo un breve golpeteo y la puerta se abrió. Xu Tian entró seguido por tres subordinados de Jin Liwei de casa.
—¿Hm? —Jin Liwei frunció el ceño confundido. No los había llamado. ¿Por qué vinieron? Su mirada se posó en las grandes y voluminosas bolsas de lona que cargaban.
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